Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

¿Frankenstein está vivo?


El monstruo de Frankenstein fue ficción, pero personas tipo Frankenstein (o mejor dicho, el monstruo que creó Frankenstein) pueden existir y existen con demasiada facilidad.

por José F. Vaquero

Opinión

Frankenstein, estudiante de unos veinte años, ha empezado a estudiar e investigar. En su laboratorio construye un hombre a base de partes humanas (de cadáveres). El monstruo, a quien la historia ha bautizado con el nombre de su creador, sufre terriblemente. ¿Por qué? Dos razones principales: la primera, el miedo que causa a los demás, y la segunda, le es imposible amar. Debido a su cruel destino y soledad, se venga destruyendo a los hombres, empezando por su creador.

Hasta aquí la novela escrita por Mary Sheller, titulada Frankenstein, o El nuevo Prometeo. ¿Existió de verdad ese personaje? ¿O se trata simplemente de una ficción literaria? No creo que existiese realmente, aunque no descarto que en el futuro se pueda crear un “algo” de este tipo, con técnicas relacionadas con la fecundación in Vitro, la clonación, la manipulación genética y el amplio campo de la bioquímica. Sin embargo, creo que personas tipo Frankenstein (o mejor dicho, el monstruo que creó Frankenstein) pueden existir y existen con demasiada facilidad.

Dos problemas tiene este personaje, que no nos resultan tan lejanos. El primero, reparte miedo allá por donde va. Miedo, que se opone a la confianza, a la mirada esperanzada hacia el futuro. ¿Cuántos miedos tiene hoy nuestra sociedad? Miedo a la huelga encubierta de los controladores, y ahí está el estado de alarma. Miedo al futuro de la economía, al futuro laboral, y ahí está la crisis económica, un dato del pasado según unos, y una realidad cada vez más presente y devoradora según muchos. Miedo a perder el poder, el control de un país, y ahí están casos tan patentes como Berlusconi y el trapicheo de votos, o Chávez y su plena libertad absoluta para legislar; o están también tantos políticos que ofrecen cualquier sacrificio para seguir idolatrando al dios Poder.

Este miedo que se difunde es la cara descubierta del segundo problema de nuestro querido monstruito: no podía amar, no sabía amar. Y entramos en esta manoseada palabra, con un único significado (pansexualista) para unos, o arrinconada al mundo ético religioso (y por tanto de lo privado) para otros. Pero el amor es un tema hmano, y permea toda la humanidad de los individuos que pertenecemos a esta especie. Frankenstein no tenía corazón, o por lo menos no en sentido humano. Era una serie de piezas pegadas, una junto a otra; una serie de impulsos de energía, que le movían acá o allá. El amor es mucho más que una reacción primaria, ciega y más o menos automática, ante determinadas circunstancias. No se puede reducir a meros impulsos nerviosos.

Más de algún lector ya habrá colgado este epíteto a los personajes citados anteriormente; tal vez tenga parte de razón, aunque es más prudente juzgar una idea o una actuación concreta, y no a una persona. Dejemos el juicio definitivo al Creador, y pensemos en nuestra situación concreta y personal. Tenemos un corazón, una sensibilidad, un amor recto (distinto de la avaricia, que es deseo desmedido). Pero a lo mejor lo hemos dejado aislado del resto de nuestro cuerpo, de nuestras decisiones profesionales y humanas. Está, pero como si no estuviera, y nuestras pautas de comportamiento se pueden acercar a las de nuestro monstruito. El Frankenstein de la sociedad no existe; es la suma de los pequeños Frankenstein que la componen, y sólo cambia si cambian todas sus piezas.

Las perspectivas, en ocasiones, no parecen buenas. Pero hay un motivo para confiar: Alguien está empeñado en que se vaya produciendo ese cambio, y ese Alguien va moviendo sus piezas, poco a poco, a veces casi de modo imperceptible. Hace dos mil años sembró una importante semilla de amor al hacerse hombre, y creo que no es justo decir que el mundo actual está peor que hace dos mil años. Muchos han muerto y mueren sembrando y haciendo crecer esa semilla de amor. Y aunque queda mucho por hacer, el amor va reinando en nuestras sociedades, y junto a los pequeños o grandes Frankenstein también van apareciendo los grandes “Jesuses”.
 

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