Opinión

Un reto ante el drama del paro

Son muchos los desempleados, forzosamente desempleados, no lo olvidemos, que se han sentido ofendidos al sentirse como conejillos de indias, con los que experimentar socialmente diversas políticas de empleo.

17 septiembre 2010 00:00

Si no hay un espíritu fuerte, se acaban las ganas de vivir, y la desesperación es un veneno mortal que inmoviliza nuestra existencia.

Llevamos varios días escuchando recordando e interpretando las últimas declaraciones que nuestro presidente ha dado sobre un problema tan serio como el paro. Son muchos los desempleados, forzosamente desempleados, no lo olvidemos, que se han sentido ofendidos al sentirse como conejillos de indias, con los que experimentar socialmente diversas políticas de empleo. Quizás por deformación profesional, pero esos experimentos sociales me traen a la memoria los efectuados en la década de los 30 en Centroeuropa; exageración, puede ser, pero tal vez con un mínimo común múltiplo: el poder plenipotenciario para definir la realidad que al gobernante le interesa.

Otros parados, cansados de hacer cursos, en ocasiones poco ajustados a sus propias necesidades laborales, habrán dicho aquello de “si estamos construyendo España, trabajo tan importante y trascendental, ¿por qué no se nos paga a la altura de tan importante labor?” El problema del trabajo, y su misma realización, siguen en portada. Los sindicatos difunden vídeos para llamar a la huelga, o al menos eso dicen. Esperanza Aguirre promete un ajuste en los trabajadores que hablan y no trabajan, los socialistas la acusan de abolir los derechos laborales, y en medio de este galimatías, el número de personas y familias enteras que sufrem eñ drama del paro aumenta sin cesar.

Desde el trabajador más viejo hasta el joven o la joven que acaban de terminar sus estudios, pasando por cualquier político mínimamente honesto, palpan este grave problema. La economía española está parada (es uno más de los apuntados a la lista del INEM, me atrevo a decir que el principal). Estamos ante un problema económico grave, personal y social. Un problema que arrastra consigo familias, hipotecas, vida digna…

Sin quitar un ápice de dramatismo a este problema, no debemos olvidar una crisis más profundo, humano, existencial, de sentido de la propia vida. “El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual.” (Benedicto XVI). Si no hay un espíritu fuerte, se acaban las ganas de vivir, y la desesperación es un veneno mortal que inmoviliza nuestra existencia. De aquí la seriedad con la que los gobernantes deben afrontar este tema.

Durante estas semanas estoy repasando los escritos de Olga Bejano, esa joven riojana que a los 23 años, y después de un período en coma profundo, despertó a la vida con una grave enfermedad muscular y una inmovilidad casi total. En esa situación no quiso llorar, lamentarse, quejarse; más bien, optó por seguir plantando, difundiendo y contagiando sus ganas de vivir. Con todas las circunstancias en contra, moviendo apenas su brazo derecho, escribió con paciencia y constancia su gran testimonio existencial: “Voz de Papel”. Siete años escribiendo y tres luchando para conseguir una editorial.

Esta joven, como anotó en su segundo libro, tenía un alma de color salmón, un alma capaz de nadar contra corriente, que no se arredra ante ningún obstáculo, por grande que sea. La inmovilidad y extrema debilidad de su cuerpo contrasta con la fuerza de su espíritu. Pero seamos realistas: es difícil, muy difícil, tener esa fuerza interior. Sólo los salmones remontan de ese modo los ríos, mientras los demás peces viven tranquilos en una fosa, en un lago o en un remanso. El reto está ahí, como reto personal, por parte de quienes sufren en sus carnes este drama, y como reto social y político para aquellos que pueden hacer algo en la política, que tienen, o deberían tener, una vocación de servicio a la sociedad.