Jueves, 18 de abril de 2024

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Nuestras mujeres se enfadan con razón

por Guillermo Urbizu


Las esposas se enfadan con razón. Fíjense en mi mismo (y perdón por citarme, es para que resulte más ilustrativo). Ella ocupada con los niños y preparando la cena a la vez que la comida de mañana. ¿Y yo? ¿Qué hago yo mientras tanto? Versos. Hace falta… Y no es que escribir versos sea una ocupación desatinada -aunque hay distintas opiniones sobre esto-, o que de pronto uno tenga mala conciencia. No. La cuestión está en que los maridos por lo general carecemos del necesario sentido de la oportunidad. Llegamos a casa y ni se nos pasa por la cabeza esa compra de alimentos, o ayudar a explicarle al pequeño asunto tan vital como la fotosíntesis (o la resurrección de los muertos).

Que no, que no. Que lo peor es que vamos a lo que vamos. Es decir, al inconmensurable universo de lo nuestro. ¿Cambiar un pañal? Quita, quita, que mañana tengo una reunión muy importante. Bueno, al menos podrás sacar la ropa de la lavadora antes del fútbol. Mujer, ¡qué cosas tienes! ¿No ves que es necesario el precalentamiento? Y así. Pero como las queremos tanto pensamos: “Cuando termine la primera parte lo hago”, o “cuando termine de cuadrar estas cuentas allí estoy, como un jabato”. Y dejamos para luego lo que no vamos a hacer nunca.

Ya sé, ya sé que no siempre es igual, y que hay algunos maridos que son modelos. Pero no me digan que es un poco así. Llegas a la puerta y tentado estás de huir como un cobarde. “Vuelvo en media hora y con un poco de suerte quizá estén todos dormidos”. Ya, sí, puede que haga yo con estas letras un algo de caricatura. ¿O no? Quizá no exagero tanto como parece. Puede que hasta se aproxime a lo cierto. El caso es que somos escapistas, o tendemos a ello. O que disfrazamos el egoísmo de muy buenos propósitos y loas. Un besito… y a lo nuestro.

No sé, pero a mí me parece que no debemos dejarlas tan solas. No se trata sólo de los hijos y de la casa. Se trata de nosotros. Sí, de nosotros. Del matrimonio. Porque el que tengamos la ternura puesta en ellas, en nuestras mujeres, redunda en un amor mucho más cualificado. Y ese enamoramiento in crescendo será el quicio de nuestra fortaleza y de nuestra alegría. E incluso de la perfección de nuestro trabajo. ¿No han observado ustedes que si andamos reñidos o los gritos se han subido por las paredes, todo nos da un poco igual? Pues habrá que aplicarse.
 
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