Martes, 16 de abril de 2024

Religión en Libertad

¿Nos revelamos cuando nos rebelamos?


El hombre, el bebé, se revela, se conoce a sí mismo cuando ve una cara enfrente: el rostro de la madre que le mira con cariño. En ese sentirse mirado, querido, amado, se reconoce a sí mismo como alguien importante, alguien que existe para otra persona.

por José F. Vaquero

Opinión

En estos últimos días, una palabra ha cobrado gran importancia y actualidad en el panorama económico – político de nuestro país: rebelión. Ha dado mucho que hablar el comentario de Esperanza Aguirre sobre la «rebelión» ante la subida del IVA. Desde aplausos hasta proximidad a la revuelta contra el Estado, pasando por la justicia o la sensatez.
 
Más allá de la opinión que pueda merecer esta declaración, me pregunto: ¿Nos revelamos cuando nos rebelamos? Alguna víctima de la LOGSE se estará perdiendo entre la b y la v. ¿Revelarse? ¿Rebelión? ¿o quizás revelión? ¿Revelación? ¿o quizás rebelación? Los estudiosos de la psicología buscan con interés saber cuándo el hombre se conoce como hombre, cuando el hombre se revela, con v, a sí mismo como hombre. Y buscando una imagen, que siempre vale más que mil palabras, explican cómo el hombre, el bebé, se revela, se reconoce a sí mismo cuando ve una cara enfrente: el rostro de la madre que le mira con cariño. Su mirada se cruza con otra mirada, y se produce el fenómeno de la fusión ocular, más potente que la fusión nuclear. En ese sentirse mirado, querido, amado, se reconoce a sí mismo como alguien importante, alguien que existe para otra persona. Y por eso reacciona expresando su alegría como sabe, sonriendo; los primeros meses será una sonrisa esbozada, apenas dibujada. Pero con el pasar del tiempo se agrandará.
 
Algún escéptico verá esta explicación exagerada. Pero que mire a un niño pequeño, le sonría, y descubrirá que el niño le sonríe. Si prueba con un cachorrito, difícilmente éste le devolverá la sonrisa. La experiencia es más profunda, y nos enseña, nos revela, nuestro primer y principal motivo de satisfacción: el vernos mirados, amados por alguien. Existo para alguien, y ese alguien es un ser como yo, cercano, que me cuida, me quiere.
 
Con frecuencia pensamos que el acto más importante de nuestra vida es amar a alguien. Es un ámbito pansexualizado, cobra actualidad la libido de Freud: todo es sexo (biológico, habría que añadir). Pero también quienes miramos un poco más allá nos podemos quedar en «el deber de amar». Otro error, más sutil, pero también equivocado. «De los que son como niños es el Reino de los Cielos», y necesitamos periódicamente fijarnos en los pequeños para aprender de ellos. Un niño vive siendo amado, dejándose amar, y ése sí es el principal acto de nuestra vida: dejarnos amar, reconocer que alguien alrededor, muchas personas, nos aman. Ése sí es el gran descubrimiento de la vida, la gran revelación. Y sería de tontos rebelarse a esa revelación, o ni siquiera darnos cuenta de ella.
 
Un ejemplo de este amor: la familia, el lugar donde cada uno es querido por sí mismo. El niño no es amado porque se ha portado bien (o se portará bien); ¿Qué sería un niño pequeño sin travesuras? El pequeño es amado simplemente por ser, por ser hijo. Y basta. Y hasta después de una travesura, cuando el pillo mira a su padre con ojos de cariño, de sencillez, de perdón, el padre no puede dejar de amarlo con todo su corazón.
 
Y volviendo a la pregunta inicial, ¿nos revelamos cuando nos rebelamos? Dicho de otro modo, ¿es justo rebelarse? La respuesta no es fácil, y mucho menos si tratamos de ajustarla a la situación concreta de cada circunstancia. El mar de las arenas movedizas, en el que nos debe guiar la prudencia.
 
Pero me viene a la mente una imagen evangélica, muy apropiada en estos días de cuaresma: Jesucristo. «Como cordero que no abría la boca, llevado ante el esquilador». Sí, es cierto, pero no olvidemos su actitud en el juicio ante el Sumo Sacerdote Anás. Se defiende con sencillez, remitiéndose al juicio de quienes han oído sus enseñanzas. Uno de los siervos del pontífice, irritado y queriendo ganarse al afecto de su jefe, le arrea un buen bofetón. ¿Así respondes al sumo sacerdote? Y la mansedumbre en persona, quien había enseñado a poner la otra mejilla, responde: «Si he obrado mal, muéstrame en qué; si en cambio he obrado bien, ¿por qué me pegas?» A mi juicio, un claro ejemplo de una «rebelión», la rebelión de la justicia, basada en la verdad y la sencillez. Ese tipo de rebeliones sí revelan al hombre, al Hombre.
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