Lunes, 29 de abril de 2024

Religión en Libertad

Fray Jerôme: «Con la gracia de Dios y la ayuda de San Francisco, los peregrinos retornarán»

Guerras de Israel, Guerra del Líbano, intifada… Los franciscanos, los «Guardianes de Piedras Santas»

Guerras de Israel, Guerra del Líbano, intifada… Los franciscanos, los «Guardianes de Piedras Santas»
Mosaico de los cinco panes y dos peces de Tabga, junto al mar de Tiberíades, en Tierra Santa

ReL

El pasado julio fallecía Fray Jerôme Vour-Dery, un franciscano de la Custodia de Tierra Santa, originario de Ghana. Tenía sólo 57 años. Quienes le conocían bien lo califican como “alegre, sencillo, buen cristiano y buen franciscano”. Sirvió a la Custodia en el Santo Sepulcro y en algunos conventos de Galilea: Tabgha, Cafarnaúm y Caná de Galilea. Fray Artemio Vítores, un fraile franciscano español que lleva en Tierra Santa más de 50 años y que fue su Maestro y Profesor, escribió la siguiente historia llena de humanidad y sabiduría que se titula “Guardián de Piedras Santas”, y que publicó en un libro hace ya algún tiempo. Una historia que invita a descubrir el trabajo silencioso y lleno de fe de quienes custodian desde hace siglos la Tierra de Cristo, origen de la nuestra fe a pesar de los conflictos y en ausencia de peregrinos.

Fray Artemio Vítores, autor de "Guardian de Piedras Santas"

 Guardián de Piedras Santas

La “Intifada” -que significa “alzamiento” o “revuelta”- fue la reacción de la población palestina en protesta por la “visita” del Primer Ministro israelí Ariel Sharon y 3.000 policías a la Explanada del Templo el 28 de septiembre del 2000, ya que consideró que esta acción era ofensiva especialmente para el Islam. La “Segunda Intifada” -pues la primera se inició en 1987- duró más de cinco años y creó problemas de toda índole. A todos: Israelíes, palestinos, judíos, cristianos y musulmanes, y, ¿cómo no?, también a los franciscanos. Fueron años muy duros, especialmente los tres primeros, en los que la esperanza fue puesta a dura prueba, aún para los hijos de San Francisco que solemos ser optimistas y positivos “a pesar de los pesares”.

 En febrero del 2003 visité los conventos franciscanos del Lago de Tiberíades. En el Convento del Primado de San Pedro, en Tabga, vivía en ese momento un sólo fraile, pues su compañero había ido de vacaciones a su país. Fra Jerôme había sido estudiante mío en mi época de Maestro del Seminario y también su Profesor. Le pregunté, ante la soledad que se veía: “¿Cuántos peregrinos han venido hoy?”.

Dos”, me respondió: “Y ¿Ayer?”, le pregunté de nuevo.

Uno”, me contestó, casi sin voz y con las lágrimas a punto de saltársele.

Supongo que era algún peregrino errante que cayó por allí. Ante la tristeza que se leía en su mirada, no tuve coraje de continuar mi interrogatorio. Él, sin embargo, me dijo: “Maestro, ¿qué hago yo aquí? ¡Guardián de piedras, aunque sean piedras santas!”.

 Tengo que reconocer que, al principio, no supe qué responder. Después, con calma, le fui diciendo que no se preocupara, que ésa ha sido la historia de los franciscanos en Tierra Santa, que si hemos recuperado y conservado los Santos Lugares ha sido gracias a nuestra tenacidad, que no es otra cosa que fe y amor a Jesucristo y a los Santuarios que guardan sus memorias.

Además, le dije: “Te cuento un episodio que sucedió cerca de aquí. Precisamente en Cafarnaúm. Era la guerra árabe-israelí del 1948 y el ejército de Israel ocupó el convento y toda nuestra propiedad de la llamada ‘Ciudad de Jesús’. Allí quedó un único franciscano. Era el P. Pietro Loy, un sardo, que yo conocí. El pobre fraile se quedó completamente aislado y separado del mundo, sin contacto posible con los demás hermanos de hábito”.

Mi hermano de Tabga me escuchaba muy atento. Le dije que yo había conocido al Padre Pietro cuando estaba ya en la enfermería de San Salvador, el cual nos contaba sus peripecias a mí y a los demás estudiantes. Nosotros le preguntábamos: “¿Qué comías?”.

Lo que me daban los soldados: Una latilla de sardinas, un poco de pan, un tomate”, respondía.

“¿Y dormir?”.

Como San Alejo, debajo de la escalera”, comentaba sonriente, pues “me habían quitado mi habitación”.

Pero, ya en tono más grave, continuó: “Advertí a los soldados: A mí sólo me sacáis de aquí en una caja de muertos”.

Después de dos largos meses los soldados se marcharon, y Cafarnaúm siguió siendo un lugar santo cristiano, la “Ciudad de Jesús” que siempre llenará de emoción el corazón de los peregrinos… Al finalizar mi relato, me despedí de mi hermano del Primado con palabras de aliento: “¡No te preocupes, los peregrinos volverán!”.

Fray Jorome, protagonista de la historia del P. Artemio

Pasaron dos años y efectivamente, la afluencia de peregrinos fue aumentado progresivamente. Un día este hermano -que estaba ahora de servicio en otro Santuario de Galilea- me llamó para comentarme sobre un tema del convento. Después de escucharle, le pregunté: “¿Cómo van los peregrinos?”.

“¡No me dejan ni dormir!”, respondió.

Como ves -le dije-, tiene razón el dicho: ¡Unas veces tanto, y otras tan poco!”.

Así es la vida en Tierra Santa. Nunca se puede estar tranquilo del todo. De hecho, el 16 de julio de 2006 hablé con él de nuevo para interesarme por su situación y la del Santuario, justo en aquellos días que había comenzado el conflicto del Líbano. Y a la pregunta de siempre: “¿Qué tal los peregrinos?”. Esta vez, con voz alegre, me respondió: Como bien sabes, no hay nadie. Pero no pierdo la esperanza y contemplo el futuro con optimismo. Con la gracia de Dios y la ayuda de San Francisco, todo volverá a florecer; estoy seguro que los peregrinos retornarán”.

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