Sábado, 20 de abril de 2024

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Matrimonio, sacramento y familia. San Agustín.

Matrimonio, sacramento y familia. San Agustín.

por La divina proporción

Hoy domingo celebramos la Sagrada Familia, en la que todos los cristianos y no cristianos deberíamos de vernos reflejados. Una familia que vive entre problemas y apuros. Una familia que no alcanza a ver su futuro a medio plazo. Hoy en día es complicado de los jóvenes encuentren a una persona con la que construir una familia cristiana, tradicional y natural. Hasta nos parece imposible soñar con un futuro donde las familias vuelvan a ser consideradas la columna se sostiene la sociedad en la que vivimos. 

Pesemos en Cristo mismo, que fue localizado en el templo tras tres días de estar perdido. La familia es tan importante que Dios mismo acepta respetarla y vivir en su seno. 

¿Por qué, pues, [Cristo niño] se sometió a aquellos [María y José] que estaban muy por debajo de la forma de Dios sino porque se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, a la que pertenecían sus padres? Pero como ella dio a luz sin el concurso del marido, no habrían sido los dos padres de su condición de siervo de no haber existido entre ellos la unión conyugal aun sin la unión carnal. Por lo que, cuando se recuerdan los ascendientes de Cristo por orden de sucesión, la serie de las generaciones debía ser conducida, más bien, hasta José, como así fue, para que en este matrimonio no sufriese menoscabo el sexo masculino, sin duda alguna superior, y sin que la verdad fuese quebrantada, ya que tanto José como María eran de la estirpe de David, de la que se predijo que nacería el Cristo. 

Por tanto, todo el bien del matrimonio se encuentra colmado en los padres de Cristo: la prole, la fidelidad, el sacramento. La prole, conocemos al mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no existió ningún adulterio; el sacramento, porque no lo rompió ningún divorcio. (San Agustín. El matrimonio y la concupiscencia, L.1. El  matrimonio  cristiano, XI, 1213) 

Vemos incrédulos como la sociedad promociona todo tipo de alternativas a la familia natural, como si no fuese importante que esté constituida y fundamentada en la ley natural. No creo que nadie denigre las familias rotas que necesitan del amor de la comunidad. Tampoco creo que nadie deje a un lado a esposos y esposas que se ven obligados a vivir despreciados por sus cónyuges. El pecado anida en nosotros y nos destroza internamente de la misma forma que anida en muchas familias y las destroza. ¿Qué hacemos creando apariencias de normalidad en todo tipo de formas de convivencia, cuando la familia natural es el ideal que Dios nos ha señalado? El maligno sabe que toda familia destrozada es un éxito en su objetivo de hacernos sufrir, por eso trabaja con tanta eficiencia en la destrucción de la familia. 

El maligno también trabaja en la destrucción de camino que Dios ha establecido para acercarnos su Gracia: el sacramento del matrimonio. Muchos jóvenes dejan de lado el matrimonio sacramental porque les parece que conlleva muchos gastos y problemas. Además, se les ha hecho pensar que es tan probable que el matrimonio salga mal, que es mejor no casarse sacramentalmente. También no inducen a pensar que casarse conlleva perder la libertad, aunque esto sea una terrible mentira. Cada vez se casan sacramentalmente menos parejas. Más y más parejas deciden empezar una convivencia de hecho, a modo de “prueba”. Los hijos se dejan para una situación tan idílica, que nunca llega a producirse. Es evidente que el maligno está destrozando nuestra sociedad en su base fundamental: la familia. 

Me pregunto ¿hasta dónde podemos promocionar el matrimonio sacramental cuando la Iglesia está dividida en el entendimiento del mismo? ¿Hasta dónde podemos promocionar que aceptemos los hijos libre y confiadamente? Por muchas jornadas que realicemos, siempre se echa en falta lo mismo, hacer evidente que el sacramento del matrimonio nos da mucho más de lo que aparentemente nos quita. Se echa en falta que demos testimonio diario de que los hijos son bendiciones, nunca lastres o problemas.

Hay que orar por la familia, por la sociedad, la Iglesia y por nosotros mismos. Seguramente vivamos nuestra ancianidad sintiéndonos un problema, cuando somos precisamente quienes mejor podremos evidenciar que la familia es tan importante que Dios mismo decidió someterse a ella.

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