Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Magisterio y confesión de devoción


Ahora bien, ¿para qué sirve la confesión frecuente? Según Benedicto XVI: "En nuestro tiempo una de las prioridades pastorales es formar rectamente la conciencia de los creyentes

por Pedro Trevijano

Opinión

Hace unos días, en mi artículo “Confesión frecuente de devoción, ¿sí o no?”, afirmaba que una práctica por tanto tiempo continuada, aprobada por la Iglesia en múltiples ocasiones, no puede ser considerada en ningún caso como una defectuosa evolución ascética.

Además he podido leer un Documento de la Congregación del Clero de este mismo año titulado “El sacerdote, confesor y director espiritual, ministro de la misericordia divina”, precisamente sobre los temas de la confesión frecuente y de la dirección espiritual, que viene muy bien para recordarnos lo que dice el Magisterio sobre estas cuestiones. Aquí vamos a referirnos a la confesión frecuente.

Empieza el documento con unas palabras de Benedicto XVI. “Es preciso volver al confesionario, como lugar en el cual celebrar el sacramento de la reconciliación, pero también como lugar en el que “habitar” más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios”. Y sobre la crisis de la confesión, debida a que los penitentes no vienen a confesarse y los curas no nos sentamos en él, sigue diciendo la Introducción: “Donde hay un confesor disponible, antes o después llega un penitente; y donde persevera, incluso de manera obstinada, la disponibilidad del confesor, ¡llegarán muchos penitentes!”. Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Motu Propio Misericordia Dei nos dice: “En particular, se recomienda la presencia visible de los confesores y la especial disponibilidad para atender a las necesidades de los fieles, durante la celebración de la Santa Misa”. Como escribe el cardenal de Colonia, Joaquín Meisner: “Uno de los fallos más trágicos que la Iglesia ha tenido en la segunda mitad del siglo XX es el haber pasado por alto el don del Espíritu Santo en el sacramento de la penitencia. En nosotros, los sacerdotes, esto ha causado una tremenda pérdida de perfil espiritual. Cuando los fieles cristianos me preguntan: ‘¿Cómo podemos ayudar a nuestros sacerdotes?’, siempre respondo: ‘Id a confesaros con ellos’”.

Ahora bien, ¿para qué sirve la confesión frecuente? Según Benedicto XVI: “En nuestro tiempo una de las prioridades pastorales es formar rectamente la conciencia de los creyentes”. Para Juan Pablo II su preocupación era: “reforzar solícitamente el sacramento de la reconciliación, incluso como exigencia de auténtica caridad y de verdadera justicia pastoral”. En Pastores gregis añade: “El obispo ha de recordar a todos los que por oficio tienen cura de almas el deber de brindar a los fieles la oportunidad de acudir a la confesión individual”. Juan XXIII nos dice: “La confesión frecuente, aun sin pecado grave, es un medio recomendado constantemente por la Iglesia con el fin de progresar en la vida cristiana”. En cuanto al Catecismo de la Iglesia Católica: “La confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia”(nº 1484).

Pero también el sacerdote recibe las consecuencias positivas de su acción, sobre todo si es un penitente asiduo. Para Juan Pablo II: “Quien ha experimentado el perdón desea que también otros puedan llegar a ese encuentro con Cristo Buen Pastor”… “Quiero dedicar unas palabras al sacramento de la penitencia, cuyos ministros son los sacerdotes, pero también sus beneficiarios, haciéndose testigos de la misericordia de Dios por los pecadores”. En Reconciliatio et Paenitentia dice: “Deseo rendir homenaje también a la innumerable multitud de confesores santos y casi siempre anónimos, a los que se debe la salvación de tantas almas ayudadas por ellos en su conversión, en la lucha contra el pecado y las tentaciones, en el progreso espiritual, y, en definitiva, en la santificación. No dudo en decir que incluso los grandes santos canonizados han salido generalmente de aquellos confesionarios; y con los santos, el patrimonio espiritual de la Iglesia y el mismo florecimiento de una civilización impregnada de espíritu cristiano” (nº 29). En cambio “en un sacerdote que no se confiesa o se confiesa mal, su ser como sacerdote y su ministerio, se resentirán muy pronto, y se dará cuenta también la comunidad de la que es pastor” (nº 31). Por ello para ser un buen confesor y por supuesto un buen sacerdote Benedicto XVI requiere que “además de la sabiduría humana y la preparación teológica, es preciso añadir una profunda vena de espiritualidad, alimentada con el contacto orante con Cristo, Maestro y Redentor”.

Pedro Trevijano
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