Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Los masones atacan de nuevo


La intriga política internacional ha sido una especialidad de la casa, desde su creación en 1717. Se manifestó en todo su esplendor instigando la Revolución francesa, con sus consecuencias nefastas para Europa y el mundo entero.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Sería más propio decir que intrigan de nuevo –si es que alguna vez ha dejado de hacerlo en todo tiempo y lugar-, según la información aparecida la semana pasada en estas páginas y otros medios digitales, recogiendo una noticia publicada por el periódico francófono belga (belga y no francés) Le Soir (La tarde), tenido siempre por laicista, amasonado y socialista. En ella, el ex Gran Maestre del Gran Oriente de Francia, Jean Michel Quillardet, declaraba que «la masonería está decidida a redoblar sus esfuerzos para influir con mayor éxito, desde su perspectiva (anti cristiana), en las políticas diseñadas desde las instituciones europeas», como si las distintas obediencias masónicas no tuvieran ya amplia presencia en el Parlamento Europeo y demás instituciones comunitarias, empezando por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, trufado de masones, dato que deberían tener en cuenta todos aquellos que quieren acudir a él para dirimir litigios precisamente de carácter humanitario, como el aborto, la eutanasia y demás atropellos al derecho a la vida. Tan numerosa presencia debe parecerles todavía insuficiente para «imponer» su ideología laicista, de ahí los esfuerzos que propugna monsieur Quillardet.
 
La intriga política internacional ha sido una especialidad de la casa, desde su creación en 1717. Se manifestó en todo su esplendor instigando la Revolución francesa, con sus consecuencias nefastas para Europa y el mundo entero. Su trilogía, Libertad, Igualdad, Fraternidad, es el santo y seña de la inmensa mayoría de las logias y el signo de identidad de la principales obediencias. También las intrigas y apoyos de la masonería inglesa y americana a los cabecillas insurgentes iberoamericanos, todos ellos masones ¡todos!, propiciaron la independencia de los virreinatos españoles en el nuevo continente, aunque debidamente rotos y fraccionados. Sólo México –aparte de Brasil- logró formar una poderosa nación, pero su médula masónica le impidió consolidar el proyecto inicial, víctima, no tanto de la agresividad de los gringos, sino de las luchas sectarias intestinas, con la masonería como principal impulsora de casi todas ellas.
 
En cuanto al ámbito mundial contemporáneo, la masonería no ha estado nunca ausente de los grandes acontecimientos internacionales. Tuvo agentes infiltrados en la delegación británica que participó en la cumbre de Postdam (del 17 de julio al 2 de agosto de 1945), celebrada por los dignatarios de las tres grandes potencias vencedoras de la II Guerra Mundial (Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética), en la cual se repartieron el mundo en zonas de influencia o de puro dominio, como hizo la URSS. Actualmente, los masones dominan ampliamente los organismos internacionales de la ONU, empezando por la secretaria general y acabando por la UNICEF, que publicita el Barça en sus camisetas, acaso por extrañas afinidades del señor Laporta, la nueva estrella política del independentismo catalán.
 
El objetivo de la masonería ha sido, de siempre, dominar el mundo para imponer su ideología secularista y relativista, donde no pueda existir más principio que la ausencia de principios, fórmula magistral que permite manipular impunemente a las masas amorfas por parte de aquellos –poquísimos- que saben lo que quieren y hacia dónde van, o sea, hacia el poder universal, como anteriormente lo intentó el comunismo. En este proyecto tropezaron, tanto los marxistas como lo mandiles, con el cristianismo, según da a entender el señor Quillardet, sobre todo con la Iglesia católica, la bestia negra a destruir, que estos días está –estamos- sufriendo una ofensiva tremenda a través de los medios informativos afines a la orden del triángulo. Tal es su odio, que no respetan ya ni siquiera al Papa, por mucho que parezcan ignorarlo ciertos clérigos que yo, personalmente, no sé a qué juegan. Esos enemigos no los fabricamos artificialmente los de esta parte; al menos no yo, que nada soy, sino que son los de la otra parte quienes se erigen en ejército beligerante y fuerza de choque de la ofensiva anti cristiana. ¿O es que los que se tienen por «misericordios» no lo ven?
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