Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Los mártires de Nembra, en Asturias, cuatro nuevos beatos fruto de la persecución religiosa de 1936

ReL

Este sábado 8 de octubre fueron beatificados en la catedral de Oviedo los Siervos de Dios P. Genaro Fueyo, Antonio González, Isidro Fernández y Segundo Alonso, también conocidos como los ‘mártires de Nembra’. Un sacerdote, dos padres de familia y un laico que dieron su vida durante la persecución religiosa de la Guerra Civil española que dieron “testimonio de fidelidad a Cristo” hasta el último momento. La celebración fue presidida por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal Angelo Amato, será “un día histórico para la diócesis”, según afirma el quien precisa que su fiesta litúrgica será el 21 de octubre.
 
El P. Alejandro Soler, secretario de la comisión de la causa de beatificación de estos mártires españoles, explicó en declaraciones a ACI Prensa que estos mártires enseñan “una lección de coherencia y valentía, de confesar a Cristo hasta el último momento y hasta las últimas consecuencias”.
 
“También dan una lección de perdón porque en las cartas que los mártires dejaron para sus familias, les pedían que perdonaran y que tuvieran la paciencia de sufrir lo que viniera por Cristo, en fidelidad a la propia fe”, afirmó el secretario de la comisión de la Causa de Beatificación.


Genaro Fueyo, sacerdote diocesano y adorador nocturno
Tenía 72 años en octubre de 1936, cuando fue arrestado en la persecución religiosa que tuvo lugar durante la Guerra Civil española (19361939). Era sacerdote diocesano y muy activo en la Adoración Nocturna Española, de la que formaba parte. Tras ser arrestado, lo llevaron con Segundo Alonso e Isidro Fernández, ambos padres de familia, quienes habían sido arrestados y se encontraban retenidos en una iglesia en la localidad asturiana de Nembra.
 
Los tres fieles pidieron morir en la iglesia, donde asistían diariamente a la Eucaristía, y fueron obligados a cavar su propia tumba. El P. Genaro pidió ser el último en morir para poder animar a sus feligreses hasta el último momento.
 
El P. Soler afirmó a ACI Prensa –visiblemente emocionado- que la beatificación del P. Genaro para los sacerdotes diocesanos de Asturias es “un gran motivo de orgullo y alegría porque es el ejemplo de ‘uno de los nuestros’ que es elevado al os altares por haber confesado a Cristo hasta la sangre”.


Segundo Alonso, carpintero y minero
Segundo tenía dos hermanos dominicos misioneros y una hermana dominica de clausura. Tuvo doce hijos, fue carpintero y también trabajó en las minas. Antes de morir, durante los días que estuvo encerrado, animó a quienes se encontraban con él a hacer un “sincero acto de contrición” ya que sabía que su muerte podía estar cercana.


Isidro Fernández: “Dios sabe porque estamos aquí”
Este era también minero y padre de 7 hijos, tres de los cuales serían religiosos. Según precisan desde la diócesis de Oviedo, Isidro declaró antes de morir: “Siempre nos han acusado de ser unos rezadores y unos carcas; por lo que se ve el único delito de que nos acusan es ser católicos y esto es un honor para nosotros. Delitos no tenemos ninguno, por lo tanto, nada nos pueden hacer. Dios sabe por qué nos tiene aquí y en sus manos estamos; si Él lo permite, por algo será”.
 
“Que dos laicos padres de familia hayan antepuesto su fidelidad a Cristo a todo lo demás, e incluso hasta su propia vida es un motivo de acción de gracias a Dios que sigue regalándonos gente que son verdaderos testigos, que es lo que significa la palabra mártir. Testigos que nos señalan el camino de la fidelidad total que es posible”, declaró el P. Soler a ACI Prensa.


A Antonio González, le cortaron la lengua antes de matarlo
Antonio González había querido ser dominico, como su hermano, un problema de salud se lo impidió. Estudiaba magisterio y se encargaba de la catequesis de los más jóvenes en la Adoración Nocturna. Según precisan en la diócesis de Oviedo, le ofrecieron salvarse si rompía un cuadro del Sagrado Corazón, el ara del altar de su parroquia o si blasfemaba. Sin embargo, Antonio dijo “¡viva Cristo Rey!”, por eso le cortaron la lengua y le mataron. Nunca se encontró su cuerpo.
 
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