Sábado, 20 de abril de 2024

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El libro del Cardenal Segura que ha de servir para la historia (2)

por Victor in vínculis

Como recordábamos ayer el sacerdote Genaro Xavier Vallejo hizo una recensión del libro de Requejo que apareció en El Castellano del 5 de marzo de 1932. Terminemos la lectura del mismo:
 
Espesa polvareda la que el cardenal dejaba tras sí al salir de la patria. Rencores aún no satisfechos, odios que jamás podrán justificarse sino en una atmósfera artificiosamente creada a fuerza de calumnias y viles engaños, burlas, insultos los más soeces. Más allá de la frontera le habrá llegado todavía su eco ululante. Aunque pienso yo: ¿Qué cortejo más sublime y más digno de la púrpura que quiere ser el símbolo sagrado de la pasión de Cristo?

Y mientras tanto, la prudencia de siempre. Frentes que se abatían con pesadumbre, meditando: “¡Quién sabe! Tal vez hubiera sido más oportuno callar, esperar, tantear…” Tal vez. Pero, desde luego, no hubiera sido ni lo más ejemplar ni lo más heroico. Por mi parte, tengo la seguridad de que, pasado el tiempo, borrados los perfiles de muchas cosas minúsculas, apagados los últimos ecos de una pasión cuya duración está en razón inversa de su violencia, persistirá alto, noble, vivo y confortador el ejemplo de este pastor que sale para el destierro cantando los salmos de David, y que solo se lamenta de no haber podido dar la vida por su rebaño. Las oportunidades, las habilidades se habrán olvidado. En la Historia de la Iglesia existirá una nueva página dedicada a esta triste persecución de España, y comenzará con estas palabras: “Había entonces en la Sede Primada un eximio varón de Dios”.

El libro de Jesús Requejo (bajo estas líneas) ha de contribuir no poco a fijar el conocimiento de esta figura excepcional y mantener viva su veneración en la conciencia del pueblo católico.



Dedicado, como es obvio, en su mayor parte, al periodo dramático de la persecución, es además un estudio completo, aunque sintético, de las múltiples actividades en que durante su pontificado se prodigó ese hombre, todo abnegación y caridad. No le conocen ciertamente los que tan sañudamente le persiguieron. Para ellos podía dedicar el autor, especialmente, capítulos como El Obispo de las Hurdes o El Cardenal y las misiones, donde tan patéticamente se derrama su corazón de padre.

Y eran necesarios estos y los otros capítulos: El Cardenal mariano, El Cardenal y la devoción al Papa, El Cardenal y la Acción Católica, y el libro todo, para que se advierta con claridad que la aureola que ahora le circunda no es un popularidad pasajera, provocada por las circunstancias o por la casualidad que lo ha elegido para el papel de héroe, sino el resplandor más o menos tardío, pero inevitable, de esa llama interior que es la vida de los santos, nutriéndose durante años y años en los sacrificios más ásperos y en las virtudes más escondidas.

El libro de Jesús Requejo está exento de galas literarias, no por falta de capacidad en el escritor, cumplidamente acreditado de tal en obras anteriores, como Tierra Santa y Roma, sino por expreso designio suyo. La índole esencialmente objetiva del asunto requería, sobre todas las cosas, simplicidad y verdad. Y esto ha sido la primera preocupación del autor, por cierto -podemos añadir para satisfacción suya- plenamente lograda.

Es más; si se computa como canon en el aspecto artístico la adecuación del estilo al asunto, esta misma simplicidad, en una obra que se ofrece al público bajo el austero epígrafe de El Cardenal Segura, llega a constituir quizá su mejor gala literaria. Aunque no. Para mí no es esta la más alta calidad que se acusa en el libro de Requejo, o por lo menos, la más atractiva, sino esa efusión cordialísima, esa vibración honda y sincera que, sin alterar un punto la veracidad de las referencias, traspasa de humanidad todas sus páginas.

Es, en suma, el libro de un testigo veraz y de un amigo.

A esta última palabra no le hacen falta adjetivos. Solo un amigo es capaz de levantar su voz, como lo ha hecho el señor Requejo en medio del estruendo hostil de los unos y del silencio tan poco gallardo de los otros.

Y para que nada le falte a la nobleza del gesto, dedica el importe íntegro de las ediciones -de unas ediciones que están alcanzando tan veloz éxito de venta- al sostenimiento del culto y clero y de las escuelas católicas.

¿Quién es este hombre de una munificencia tan poco frecuente?, se preguntará el lector, no sin asombro. El mismo que con igual largueza dedicó el beneficio de su libro Tierra Santa y Roma al clero indígena de misiones. El promotor incansable de la Acción Católica, de la Asociación de Padres de Familia, de la Federación de Maestros Católicos. ¿Algún potentado tal vez? No; un modesto registrador de la propiedad que vive de su trabajo y que aún encuentra sobradas sus rentas para ser el padre de los pobres y el amparo de cuanto sacuden a su despacho. En una palabra, el hombre que ha hecho también de su vida un apostolado incesante.

No es extraño, ahora, que el santo cardenal le honrara con su predilección y que él, en retorno, se la agradezca de esta manera, tan delicada, tan bella, tan eficaz.

Bien que, ciertamente, no queda el señor Requejo, aun en un aspecto puramente humano, sin su galardón espléndido. Porque su libro El Cardenal Segura pienso que ha de servir para la Historia.

Bajo estas líneas, el Cardenal Pedro Segura de visita pastoral en Escalona (Toledo) el 18 de abril de 1928.

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