Viernes, 19 de abril de 2024

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Leisner, un verdadero diácono

por Victor in vínculis



Leisner, sin duda, hizo suya cada una de las peticiones que se recogen en esta oración:

 

Te pido todas las cruces y sufrimientos

que Tú, Padre, me tengas preparadas.

 

Libérame de todo egoísmo,

para que pueda satisfacer tus más leves deseos;

hazme semejante, igual a mi Esposo;

solo entonces alcanzaré la felicidad y la plenitud.

 

Nunca habrá nada, Padre, que no puedas enviarme;

haz todo lo necesario para doblegar mi yo:

únicamente Cristo viva y actúe en mí,

y yo en Él solo te cause alegrías.

 

Padre, nunca me mandarás una cruz o un dolor

sin darme abundantes fuerzas para soportarlo.

En mí el Esposo comparte mi carga entera

y la Madre vigila: así somos siempre tres.

 

Pero si tu voluntad es preservarme del dolor,

solo quiero complacer tus deseos de Padre;

entonces te pido: aparta de mí la adversidad;

para mí Tú eres la única estrella de vida.

 

Hasta ahora tuve yo el timón en las manos;

en el barco de la vida tan a menudo te olvidé;

me volvía desvalido hacia ti de vez en cuando,

para que la barquilla navegara según mis planes.

 

¡Concédeme, Padre, por fin, la conversión total!

En el Esposo quisiera anunciar al mundo entero:

el Padre tiene en sus manos el timón,

aunque yo no sepa el destino de mi ruta.

 

Ahora me dejaré conducir ciegamente por ti,

quiero escoger solo tu santa voluntad;

y como tu amor me guarda siempre,

atravieso contigo por las tinieblas y la noche. Amén[1].

 




Lentamente va madurando en Carlos María el momento definitivo, el salto confiado, la ascensión al último y más alto grado de amor hacia la cruz. Te pido todas las cruces y sufrimientos. Él no podrá vivir, pero sí morir, morir por la juventud. ¡Concédeme, por fin, la conversión total! Valientemente toma su corazón palpitante entre sus manos y ofrece su vida a Cristo: Ahora me dejaré conducir ciegamente por ti. Quiero escoger solo tu santa voluntad. Con este ofrecimiento voluntario, va a ayudar a aquellos por quienes siente una preocupación paternal; y de esta manera va a completar y concluir su vida. Este acto de entrega total, de víctima y holocausto, lo han hecho, antes que él, José Engling[2] y otros congregantes héroes de Schoenstatt. Marcha decidida y valientemente por el mismo camino que ellos emprendieron.

 

La respuesta de lo alto no se hizo esperar. Una nueva corriente de fuerzas le invade. Le inunda el recogimiento en su corazón oferente. Medita, reza, hace lectura espiritual; puede llevar en una cajita metálica, en la cual se guardaban medicamentos, la Eucaristía y mantenerla oculta bajo la almohada; asiste a muchos en el momento de su muerte y les distribuye la Comunión.

 

Es, en definitiva, un verdadero diácono, como lo fue Esteban en la Iglesia primitiva.





[1] Pertenecen estas estrofas a la obra más importante de la producción literaria escrita en Dachau por el padre José Kentenich. Se conoce como La imagen del Pastor. Consta de 5870 estrofas. Aquí aparecen desde la 2178 a la 2209. Comenzó a escribirla el 9 de octubre de 1943 y redacta sus últimos versos en enero del año siguiente. En esta obra se recoge la experiencia de treinta años de la Familia de Schoenstatt y, a la luz de los acontecimientos del 20 de enero de 1942 (ese día el padre Kentenich rechazó, por decisión libre, la posibilidad de librarse de ser enviado a un campo de concentración) desea proyectar la experiencia en una sabiduría de conducción, como la del Buen Pastor.

[2] José Engling entró en 1912 en el Seminario Menor de los Padres Palotinos de Schoenstatt-Vallendar. De gran importancia para su vida fue la pertenencia, desde sus orígenes, a la Congregación Mariana instituida en Schoenstatt en 1914 por el padre Kentenich. El año 1916, en plena Guerra Mundial, es llamado a filas. Estuvo con su regimiento en el frente ruso, regresando posteriormente a reforzar las líneas contra franceses e ingleses. Murió en el sitio de Cambrai el 4 de octubre de 1918. Fomentó un fuerte movimiento espiritual entre los jóvenes schoenstattianos enviados a la guerra. Su profundo amor a María y su constante esfuerzo por alcanzar la santidad se sintetizan en el lema que impregnó toda su vida: "Quiero ser entera propiedad de María. Quiero ser santo".

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