Viernes, 19 de abril de 2024

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Laicos en la vanguardia de la Iglesia

Laicos en la vanguardia de la Iglesia

por Un alma para el mundo

 

         Sin duda el Concilio Vaticano II supuso un fuerte espaldarazo a la vocación a la santidad y al apostolado de los laicos. Ya desde años anteriores se escuchaban voces que reclamaban y propiciaban el papel de los laicos en las tareas de la Iglesia, sin dejar su condición laical, es decir, sin clericalismos. Una de estas instituciones es el Opus Dei, que desde el año 1928, por boca de su fundador, empezó a predicar machaconamente la llamada universal a la santidad desde el momento del bautismo, y al mismo tiempo hablaba de una “anticlericalismo bueno”. Gracias a Dios hoy esta verdad es ya patrimonio de la Iglesia universal, y abundan los laicos que se toman en serio su tarea como católicos en medio del mundo.

         Un ejemplo es la noticia que publicamos

Con el título, ´Fieles a la llamada, unidos en Cristo´, La Vanguardia de Barcelona publicó el domingo a página entera en forma de artículo el documento firmado por cinco laicos que se definían así al inicio del texto: “Lo que nos une y nos preocupa. Nosotros, Francesc, Jordi, Josep, Josep María y Josep María, cristianos laicos que vivimos la pertenencia a la Iglesia desde varias sensibilidades y experiencias de fe, queremos hacer llegar a nuestros hermanos del Pueblo de Dios y a las personas de buena voluntad nuestra reflexión común y constructiva con motivo del Sínodo de la Nueva Evangelización y como una modesta aportación a una más fraterna unidad eclesial”.

 

Estos cinco firmantes son Josep Maria Carbonell, presidente de la Fundación Joan Maragall de la diócesis de Barcelona; Josep Maria Cullell, presidente de la Fraternidad de Lourdes y asesor dela Prefectura de Asuntos Económicos de la Santa Sede; Jordi López Camps, que fue director de Asuntos Religiosos de la Generalitat de Cataluña con Montilla; Josep Miró i Ardèvol, presidente de e-Cristians y miembro del Pontificio Consejo para los Laicos; y Francesc Torralba y Roselló, conocido filósofo y teólogo con una gran obra publicada a pesar de su juventud y miembro del Consejo Pontificio para la Cultura. Son por tanto cinco personas que, tal y como dicen, viniendo de ambientes y experiencias distintas, coinciden ampliamente en lo que exponen en su texto yhacen una llamada a la unidad de los católicos dentro de la propia Iglesia.

 

El texto, realizado como una reflexión con motivo del Sínodo de los Obispos, persigue deshacer barreras internas entre los propios católicos y proclamar que lo que nos une es superior a toda diferencia y que tal y como escriben en el texto “la dispersión y la fragmentación nos hace daño como comunidad de fe y nos desgasta las energías necesarias para transformar creativamente el mundo a la luz del Evangelio”. En definitiva, se trata de una contribución a un vivir y actuar más unidos en el seno de la Iglesia.

 

 

La extensión dedicada por La Vanguardia al artículo de estos cinco laicos comprometidos, que lleva por título ‘Fieles a la llamada, unidos en Cristo’, es un buen indicador del interés que despierta el mismo, donde entre otras cosas afirman que inspirados en el pensamiento social de la Iglesia podemos aportar soluciones para afrontar el presente y los futuros años”.

Por su interés ofrecemos parte del texto completo del manifiesto:

1. Lo que nos une y nos preocupa

Nosotros, Francesc, Jordi, Josep, Josep María, y Josep María, cristianos laicos que vivimos la pertenencia a la Iglesia desde diversas sensibilidades y experiencias de la fe, queremos hacer llegar a nuestros hermanos del Pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad nuestra reflexión común y constructiva, con motivo del próximo Sínodo sobre la Nueva Evangelización y como una modesta aportación a una más fraterna unidad eclesial.

 

Partimos de la idea de que lo que nos une como cristianos es mucho mayor que lo que nos separa y estamos convencidos de que la hora presente nos pide a todos un profundo sentido de pertenencia a la Iglesia y un compromiso firme con el país y, especialmente, con las personas y los colectivos que sufren de manera más grave a los estragos de la crisis.

 

La crisis estructural que estamos sufriendo afecta gravemente a las personas y las instituciones. Es una crisis global que afecta a todas las esferas de la vida y que exige unidad de criterio en la respuesta. No hay soluciones mágicas, ni recetas milagrosas, pero estamos convencidos de que, inspirados en el pensamiento social de la Iglesia, podemos aportar soluciones para afrontar el presente y los futuros años. Como cristianos, nos sentimos llamados a participar activamente en la edificación de un mundo más justo y fraterno y a fortalecer los lazos de fraternidad entre todos los miembros del Pueblo de Dios y a buscar lo que nos une a todos nuestros conciudadanos.

 









2. Y, pese a todo, esperanzados

 

La esperanza es el motor de la acción cristiana en el mundo. Se fundamenta en la confianza de que no estamos solos y de que Dios actúa, misteriosamente, a través de las personas que buscan el bien, la justicia, la verdad y la belleza. Entendemos que no estamos dejados de la mano de Dios y que Él actúa en la historia abriendo caminos de pacificación y de reconciliación. Contra la moral de derrota y el escepticismo indolente tan extendido en el momento actual, reivindicamos la esperanza madura, la que no desfallece ante las dificultades y que busca, con inteligencia, formas para paliar nuestros sufrimientos y mejorar el mundo que hemos recibido.

 

Nos duele el eclipse de Dios en nuestra realidad cultural, social, económica y política y aspiramos a que Europa sea fiel a los valores humanísticos que la han hecho ser como es. Dios no es noticia. Ha sido arrinconado de la vida pública, pero también de la esfera privada de gran parte de conciudadanos nuestros. Entendemos que Dios es la fuerza que nos empuja a transformar lo que es injusto en justo, lo que es mezquino en noble, es esta Potencia creadora que todo lo renueva...

 

Queremos reiterar lo que nos une por encima de toda otra diferencia. La dispersión y la fragmentación nos hacen daño como comunidad de fe y nos quita energías para transformar creativamente el mundo a la luz del Evangelio. Nos une la fe en un Dios que es Amor infinito, que vela por cada ser humano, que se ha hecho presente en la historia de los hombres y se ha revelado definitivamente en Jesucristo.

 

Entendemos que el seguimiento de Jesucristo es una opción de vida, libremente elegida, que asumimos plenamente, porque entendemos que Él es el camino, la verdad y la vida. También manifestamos un sentido amoroso de pertenencia a la Iglesia por Él instituida, a pesar de nuestras pobrezas humanas, debilidades y contradicciones, así como las debilidades y limitaciones de nuestras instituciones eclesiales...

La Iglesia, por la acción del Espíritu de Dios, atraviesa la historia, aportando una historia mayor, la de la Buena Nueva que somos portadores por la gracia de la Revelación: Dios inalcanzable, inefable, indefinible, en su realidad, se ha hecho presente en la vida humana para decirnos que nos ama con el amor más grande de todos, como Padre nuestro, que nos quiere con Él para vivir la vida plena de la felicidad eterna. Creemos que debemos continuar lo que Jesús reclama como voluntad de Padre: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres, me ha enviado a anunciar a los cautivos la liberación y los ciegos la recuperación de la vista, a poner en libertad a los oprimidos, a promulgar el año de gracia del Señor "(Lc 4, 18-19)...

3. Una acción transformadora. Contra el derrotismo

 

Respetando la autonomía del mundo y las libres decisiones de las personas, Dios actúa como una suave brisa, como recuerda la Biblia, para no vulnerar ni estropear nuestra libertad. La autonomía del mundo y su libertad explica la opción de la descreencia, y en otro orden, la existencia del mal y del sufrimiento. La fe no es una evidencia lógica, ni se puede verificar experimentalmente, es un acto de la voluntad, una opción libre y razonable que abre un nuevo horizonte en la existencia humana. Queremos transmitirla y comunicarla a nuestros conciudadanos, porque creemos que es un bien valioso, que transforma el corazón de las personas y las orienta en el camino de la felicidad.

Ante al misterio indescriptible de Dios, el ser humano debe adoptar una actitud de humildad. Queremos llamar a profundizar la experiencia de Dios en el seno de la comunidad eclesial y a potenciar la vivencia de Dios..

Amar al hermano como a uno mismo no es una opción, es un mandato que tiene una dimensión personal en la vida cotidiana de cada uno y otra de colectiva, porque somos Pueblo de Dios en razón de la Alianza renovada que Él ha hecho con nosotros. Leemos: "Como hermanos amaos intensamente unos a otros de todo corazón" (1P 1, 22). La fe necesita de obras porque "si no tiene obras, es muerta" (St 2, 17).

En el ámbito individual, amar, incluso a los que nos quieren mal, es una exigencia que emana del Evangelio y que hace posible la paz y la reconciliación entre las personas y los pueblos...

La dimensión colectiva de amor, la caridad, tiene una de sus más altas expresiones en la política, según han manifestado reiteradamente los últimos papas. Esto se concreta en la acción a favor de los más desfavorecidos, los pobres y los que sufren, que tiene desde siempre dos dimensiones: una de carácter paliativo, ayudar de manera práctica y eficaz todos los que lo necesitan y, otra de carácter crítico, transformar las estructuras que generan esta situación. La justicia brota de la fe....

Hay una segunda dimensión: la de combatir pacífica y tenazmente las estructuras de pecado que generan todo tipo de injusticias en el mundo. En este ámbito no estamos faltos de recursos. Todo lo contrario. La Doctrina Social de la Iglesia, que no es un programa político, ni lo pretende ser, es el proyecto más formidable y completo alternativo al sistema actual...

 

Transformar nuestra sociedad para superar la profunda crisis moral, económica, educativa, social, demográfica y ambiental que sufre, exige de nosotros el mismo esfuerzo que paliar la situación de los desfavorecidos...Queremos llamar a todos los cristianos, todas las personas de buena voluntad, a actuar de manera más decidida guiados por la Doctrina Social de la Iglesia en la necesaria acción transformadora de nuestra sociedad.

 

4. El Sínodo, un nuevo aliento para evangelizar

 

El Sínodo... es una ocasión especial para reflexionar sobre cómo transmitimos lo que creemos a la sociedad, qué fortalezas y debilidades tiene nuestro testimonio y nos exige, a la vez, buscar lo más esencial, así como un lenguaje adecuado para que nuestros contemporáneos trasluzcan la riqueza inherente al mensaje liberador del Evangelio.

La época actual nos exige audacia para proclamar lo que creemos en contextos muy alejados de la fe, pero, a la vez, inteligencia y sentido crítico para encontrar las mejores formas y mediaciones para hacer presente el Evangelio y propiciar la relación íntima y personal con Dios, verdadero factor de transformación.

Debemos hacerlo con convencimiento y decisión, sabiendo pedir perdón cuando desfallecemos, personal e institucionalmente, en el testimonio del amor de Dios... 

La Nueva Evangelización sólo será posible si los cristianos renovamos nuestra fe, tomamos conciencia del maravilloso don que hemos recibido, del gozo de ser queridos por Dios, de la gran posibilidad que se nos ha dado al ser engendrados...

La invitación a creer solo es creíble si va unida a un testimonio sincero, y a una actitud de respeto y de estimación hacia todos los ciudadanos, independientemente de lo que crean y profesen.

 

Josep Maria Carbonell Abelló

Josep Maria Cullell y Navidad

Jordi López Camps

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