Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

La violencia doméstica o de género


Hay que tener cuidado con una legislación excesivamente parcial y demasiado protectora de la mujer, porque puede conducir al varón a la desesperación, a la marginación, al alcoholismo e incluso al suicidio.

por Pedro Trevijano

Opinión

Estamos oyendo hablar constantemente de la violencia de género o violencia doméstica, de las que los periódicos e informativos nos dan cuenta cuando ya han derivado en tragedia. Es un fenómeno en rápido crecimiento en nuestra sociedad y uno de los indicadores de su erosión moral y religiosa. Los malos tratos no son sólo de tipo físico, pues la violencia puede ser verbal, psicológica y sexual. El maltrato supone menospreciar a los que tenemos más próximos, vulnerando sus derechos fundamentales. Suelen producirse entre personas convivientes, a veces el esposo y la esposa, siendo en este caso una de las razones principales de separaciones matrimoniales, porque no hay peor odio que el que surge de un amor roto, pudiendo en ocasiones darnos la pista de que allí realmente hubo una nulidad matrimonial. Pero se da todavía con mucha más frecuencia, como nos indican las estadísticas, por la inestabilidad y también por la total ausencia del valor religioso en esa relación, entre las parejas de hecho o los llamados compañeros sentimentales.
 
Cuando no se respeta al otro físicamente, la convivencia está gravemente deteriorada y es muy difícil recuperar el respeto y la estima mutua. Si toda violencia es moralmente condenable, la que se comete contra una mujer con la que se comparte o se ha compartido la vida, aprovechándose de la prepotencia física y negándole su dignidad personal y hasta su derecho a vivir, es mucho más injusta. Sucede también entre padrastro e hijastra y suele ser menos frecuente cuando se está unido por lazos de sangre, como la madre con su hijo o hija. Pero de todos modos nada, ni siquiera los vínculos de sangre, puede garantizar que un ser humano amará y respetará a otro, pues el amor se otorga libremente y puede también por diversas causas ser retirado.

Una de las causas principales del maltrato es el machismo, que hace que los hombres que tienen de sí una baja autoestima, sientan necesidad de expresar su pretendida superioridad sobre la mujer, de la que piensan es de su propiedad y a la que tratan de supeditar completamente, descargando en ella su violencia, frustraciones y agresividad. Pero no hay que olvidar tampoco el modelo social egoísta, basado en la satisfacción de los propios instintos, en la ley del más fuerte y en la preeminencia del yo frente a todo lo demás. El violento puede ser cualquiera, a veces con una doble personalidad que les hace ser unas veces encantadores y otras torturadores. Con frecuencia, la acción violenta se realiza a consecuencia del influjo del alcohol o de las drogas, o de la combinación de ambas, sustancias que potencian la agresividad, no siendo desde luego un asunto puramente privado, puesto que es una violación de los derechos de la mujer, a la que con frecuencia le exigen una relación sexual en un contexto en el que el amor está totalmente ausente. Además, no es raro que en estas condiciones de ebriedad el varón sea impotente, lo que aumenta su confusión y violencia. Los malos tratos son delito, porque suponen un ataque a la integridad personal, lo que es en sí más grave que un delito contra las cosas.
La mujer maltratada acaba con frecuencia perdiendo su autoestima, pues su compañero le domina de tal modo, que le hace creerse que no vale para nada. Muchas no saben protegerse, ni se dan cuenta del peligro que corren. Incluso a las que dan el paso de pedir auxilio, les cuesta mucho decidirse en denunciar su situación, con frecuencia meses o años, no decidiéndose a ello hasta que el maltrato se hace crónico y cada vez más violento. Los efectos son también fatales para los hijos, que no sólo no reciben respeto y cariño, sino que como lo que aprenden es aquello que ven, la violencia que ven a su lado les hace también violentos. Por ello, muchos maltratadores son hijos de padres que también ellos maltrataban. Por nuestra parte hemos de superar la pasividad, apoyando y recomendando a las víctimas que hagan valer sus derechos y traten de protegerse acudiendo a pedir ayuda a los diversos servicios sociales de atención a la mujer o a la policía. Sin embargo hay que tener cuidado con una legislación excesivamente parcial y demasiado protectora de la mujer, porque puede conducir al varón a la desesperación, a la marginación, al alcoholismo e incluso al suicidio, con frecuencia no sin antes haber tomado cumplida venganza de la que había sido su compañera.  
           
También existe la violencia de la mujer sobre el hombre, que puede llegar hasta la muerte del varón, si bien con una menor frecuencia. Pero hay también muchos varones víctimas de la dominación de la mujer, que llega hasta anular su personalidad.
           
Desgraciadamente, existe igualmente el maltrato infantil, en el que hay que incluir las agresiones físicas, que en ocasiones llegan a la muerte, los malos tratos emocionales, el abuso sexual y las negligencias graves, siendo los responsables en buena parte de los casos el padrastro. Esta conducta antisocial se ve favorecida por el bajo nivel cultural, el alcoholismo, la adicción a las drogas y los trastornos psicológicos.
           
Los malos tratos son una causa de nulidad del matrimonio, porque aunque posteriores a la unión matrimonial, ponen sin embargo a la luz que la persona que los realiza tiene graves deficiencias y es incapaz de convivencia matrimonial, por lo que no puede asumir un compromiso suficientemente responsable con vistas a la convivencia conyugal, y en consecuencia es incapaz de contraer un matrimonio válido.
           
Es indiscutible que, ante estas situaciones, hay que intentar mejorar la protección legal de las personas maltratadas y la efectividad de las penas disuasorias contra los maltratadores, pero cuidado también con una legislación disparatada a favor de la mujer, que lo único que consigue es aumentar la violencia, tanto más cuanto que el remedio efectivo a largo plazo es el de una educación que ponga el valor de las personas en su realidad espiritual, vea la dignidad personal de la mujer en el mismo plano que la del varón y sitúe la sexualidad en el contexto de unas relaciones interpersonales de amor efectivo, fiel y perpetuo, que excluye de raíz la prepotencia y todo género de violencia.
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