Jueves, 18 de abril de 2024

Religión en Libertad

La soledad de los ancianos


La vejez no es una enfermedad, pero representa un estado de especial vulnerabilidad.

por Pedro Trevijano

Opinión

Es muy conveniente para los ancianos tener la mayor autonomía posible, pero también una red de relaciones familiares y afectivas satisfactorias, siendo el apoyo familiar y la facilidad de comunicación esenciales para su calidad de vida.

La vejez no es una enfermedad, pero representa un estado de especial vulnerabilidad a cuestiones como la soledad, que es sentirse sin compañía cuando uno la desea y que es uno de los problemas más graves que conciernen a los mayores, especialmente si carecen de afectos familiares.

La persona mayor debe luchar contra la soledad. Si no tiene la suficiente fuerza de voluntad o ayuda para superar los obstáculos, corre el peligro de caer en la depresión. Desgraciadamente, sin embargo, hay muchísimas personas mayores a quienes no les queda otro remedio que vivir solas. Con frecuencia, además, sus condiciones de vida no son las más adecuadas, como vivir en casas sin calefacción o sin ascensor.

Los periódicos informan con relativa frecuencia, del hallazgo del cadáver de una persona anciana, encontrada en su domicilio varios días después de su fallecimiento.

Las personas solas necesitan mucho cariño, comprensión y, sobre todo, alguien que les escuche. También les preocupa convertirse en personas dependientes por falta de salud. No tenerla suele dar muchos problemas, psíquicos y físicos. Por ejemplo, si no tienen a nadie que les acompañe a dar un paseo, entonces ya no salen a la calle. La causa fundamental de este abandono es el ritmo de vida que llevamos, que hace que las personas mayores vivan bastante aisladas.

Cuidar de los ancianos y especialmente a nuestros padres es una exigencia moral, sin olvidar que mañana seremos nosotros los que necesitaremos ser cuidados. Hay que exigir al Estado que cubra las necesidades materiales de la persona mayor, pero también existe el deber en la familia y en las personas próximas que se hagan cargo del soporte afectivo.

En el ABC del 22 de Mayo de este año, podíamos leer lo siguiente: “Hará un par de semanas, doña Elena Valenciano, mandamás del PSOE, se descolgó con unas declaraciones que todo el mundo pudo ver y oír en TV en las que dijo que “la derecha quiere que las mujeres nos vayamos a cuidar a niños y viejos, y eso ni hablar”. O sea, que es posible que sea política del partido eso de que los de derechas cuidan infantes y viejos y los progres no. ¿Para qué querrán tener hijos…? Se comprende su defensa del aborto y de la eutanasia, perdón, de la “muerte digna””. Para mí es evidente que atender a los niños y ancianos no es cuestión de mujeres ni de hombres, sino de ser personas decentes.

Pero afortunadamente, existe una red de iniciativas para ayudar a las personas ancianas. Es importante conocer estas iniciativas que existen para paliar la soledad de los mayores y utilizarlas, como becas para acompañar a los ancianos una o dos horas al día, unidades de estancia sólo diurna para que el anciano pueda volver a su casa, programas de animación sociocultural y talleres cuyo objetivo principal es combatir los problemas de soledad, depresión y aislamiento con actividades que les dan otra forma de ver la vida.

También la fe es una ayuda preciosa en la soledad. La pastoral de las personas ancianas debe tener como objetivo prioritario ayudar y alentar al anciano en su vida de fe, en su relación con Dios. Cuando puede parecer que mucha gente no necesita de los demás, está claro que los que sufren, los enfermos y los ancianos sí. La fe ayuda en la soledad y me hace sentir miembro de una comunidad, la comunidad eclesial, en la que todos tenemos una tarea que hacer y que además hace que nunca esté solo, porque Dios y la Iglesia están conmigo.
Además, familia y Estado tienen deberes con respecto a los ancianos. El Estado tiene obligaciones de colaborar en el cuidado material de los ancianos, con una política de servicios sociales que favorezca tanto a las familias como a los propios ancianos, mientras a su vez las familias tienen deberes de cuidados afectivos. La justicia que se exige al Estado no supone la exención de nuestros deberes con respecto a nuestros mayores.

La Carta de los Derechos de la Familia de Juan Pablo II (1983) dice en su art. 9: “c) Los ancianos tienen el derecho a encontrar dentro de su familia o, cuando esto no sea posible, en instituciones adecuadas, un ambiente que les permita vivir sus últimos años de vida serenamente, ejerciendo las actividades compatibles con su edad y que les permita participar en la vida social”.
De todos modos, lo más importante es el amor que cada uno de nosotros estamos dispuestos a dar a los mayores que tenemos cerca. Hoy podemos darle un poco de nuestro cariño, mañana tal vez no. Seamos conscientes de ello y no desaprovechemos la ocasión de hacer esta buena acción.

Pedro Trevijano
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