Sábado, 20 de abril de 2024

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La mejor frase de Fr. Yves Congar, O.P.

La mejor frase de Fr. Yves Congar, O.P.

por Duc in altum!

 Fr. Yves Congar O.P., como el gran teólogo que fue, nos dejó una frase elocuente: “he amado a la verdad como se ama a una persona”. Mientras nos acercamos al misterio de la Navidad, es bueno reflexionar sobre lo que hay detrás de sus palabras. Si las leemos con atención, podemos darnos cuenta que Congar no encasilló la verdad en un concepto o fórmula. Al contrario, la personificó. En efecto, “el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). La verdad es una persona concreta: Jesús; es decir, el Emmanuel que nació en la gruta de Belén, rodeado de María, José, los pastores y los magos de oriente. ¿Un mito? Para nada. De hecho, se trata de la intervención de Dios en la realidad del mundo con todo lo que implica hacerse hombre, precisamente para enseñarnos personalmente el sentido y alcance de la vida. Ahora bien, si Jesús es la verdad, ¿dónde queda la ciencia? Los descubrimientos científicos no nos hablan del autor, sino de las características de su obra. En otras palabras, a la fe le toca explicarnos quién es el ingeniero, mientras que a la razón le corresponde hablarnos acerca de la estructura que ha dado lugar a la construcción. De ahí que Santo Tomás de Aquino reflexionara sobre la huella de Dios en el cosmos. La naturaleza nos sirve para rastrear al que es la causa primera de todo lo que existe y que, en la persona de Cristo, se ha hecho visible y palpable.

Nadie puede privatizar la verdad, manipulándola al antojo de su capacidad meramente subjetiva, ya que se trata de una realidad que está por encima de cualquier esquema o clasificación. Por otro lado, ¿quién o qué nos asegura que Jesús es el verdadero Dios? Sin duda alguna, la respuesta está en el hecho histórico de la resurrección. Además de los últimos resultados que han arrojado los estudios científicos sobre el sudario de Turín[1], hay una prueba razonable a favor del resucitado: el que los discípulos –salvo Juan - hayan pasado por el martirio, ya que nadie –en su sano juicio- moriría por defender un fraude tan poco redituable, pues –en ese momento- el cristianismo era una simple minoría. Si ellos no hubieran visto y oído a Cristo resucitado, nunca habrían predicado en medio de tantos peligros que, de hecho, acabaron con sus vidas, empezando por la de Esteban, aquel apóstol que fue apedreado por defender la verdad del Evangelio. Lo que provocó que Pedro se pusiera en camino hasta llegar a Roma –la capital del imperio- no fue un mito antiguo, algo que escuchó a lo lejos, una leyenda, sino el hecho de haber sido testigo ocular de la presencia física de Cristo, tras su muerte en la cruz. Aunque era un apóstol temeroso y testarudo, fue capaz de perseverar hasta el final, precisamente porque sabía que Jesús no era un mentiroso, sino alguien que volvió a la vida, desafiando a las leyes biológicas y, desde ahí, dando fuerza a su palabra. Los discípulos y las grandes mujeres que –junto con ellos- formaron parte de la primera comunidad, vieron a un Jesús vivo, palpitante. Por lo tanto, no cabe duda que resucitó, sorprendiendo a propios y a extraños. ¡Lo tuvieron enfrente y lo reconocieron al partir el pan! Esto explica qué fue lo que llevó a los discípulos a dar su vida: la certeza de la existencia de Dios en la persona de Cristo.

La Navidad, representada por el árbol y el nacimiento, no es un mero recordatorio de lo que sucedió hace dos mil años, sino la certeza de que la verdad se ha hecho accesible, abierta a los que se quieren dejar encontrar y sorprender por ella.

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[1] El sudario nos ayuda a encontrar nuevas pistas sobre la resurrección; sin embargo, conviene aclarar que no es una cuestión de fe (dogmática). Simplemente, se trata de una reliquia que –según los últimos análisis- es muy probable que haya cubierto el cuerpo de Cristo tras la crucifixión, lo que la convierte en un vestigio que pudiera explicar –desde el punto de vista científico- datos importantes sobre lo que sucedió al tercer día en el sepulcro.  

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