Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

La generación ni-ni y el drama del tiempo


Las personas humanas somos seres temporales. Vivimos inmersos en el tiempo, y fuera de esta dimensión nuestra inteligencia y nuestras apreciaciones se ven desbordadas

por José F. Vaquero

Opinión

Nos asustan los datos del desempleo, más todavía del desempleo juvenil; pero más nos ha alarmado escuchar el aumento de la así llamada “generación ni-ni”: casi una cuarta parte de los jóvenes que merodean por nuestras calles y plazas. Los jóvenes que ni estudian ni trabajan, tal vez forzados por las circunstancias, tal vez llevados plácidamente por ellas. Un drama social, sobre todo por lo que palpita detrás: un malvivir el presente renunciando al pasado y sin posibilidad de futuro.

Las personas humanas somos seres temporales. Vivimos inmersos en el tiempo, y fuera de esta dimensión nuestra inteligencia y nuestras apreciaciones se ven desbordadas; he ahí uno de los problemas (de los retos) en nuestra relación con Dios. Necesitamos, queramos o no, un pasado, un presente y un futuro. Y si al tresillo le quitamos una pata (o dos) terminamos en el suelo.

Sin pasado no hay historia, cultura, tradición. Siempre nos hemos sentido pequeños navegantes en el gran mar del universo, de la ciencia, del saber. Y crecemos cuando nos subimos a los hombros de nuestros antepasados, cuando no pretendemos inventar todo de la nada sino continuar la dinámica constructiva de la mente humana. ¿Qué sería de Einstein sin Galileo? ¿Habría llegado tan alto si tuviese que re-descubrir, desde cero, toda la física?

Sin pasado no hay familia en la que nacemos y crecemos, no hay tradiciones familiares, no hay amigos con quienes hemos compartido gratos momentos. Se podría relacionar el pasado con el “ni estudian” de esta generación ni-ni. No me refiero estrictamente a un estudio académico, a empollarse unos libros para obtener una licenciatura, una ingeniería, 2 doctorados y tres masters. Me refiero al estudio como algo más dinámico, al deseo de aprender unos conocimientos, una técnica, una profesión, un idioma, una cultura. Hace algunos años en España todo joven debía tener su carrera; ya nos hemos dado cuenta de que es tan importante una ingeniería como un curso de cocina, de electricidad, de restauración. Aprender a ejercer una profesión, y sobre todo a vivir como hombre que desempeña un trabajo (no “es” su trabajo) y además vive.

Sin pasado no hay vida, pero tampoco vivimos sin futuro. El hombre no camina a cuatro patas, sino erecto. ¿La diferencia? Siempre mira al frente, hacia adelante. Y el paisaje que contempla le grita: ven a mí, descúbreme, conóceme, profundízame. Sin futuro no hay ilusión, entusiasmo, ganas de vivir, proyectos, logros.

El futuro, sin embargo, es la parte más débil de nuestro tiempo. La generación ni-ni no lo ve; las circunstancias le han hecho desaparecer, y es tan difícil encontrar un trabajo, que no merece la pena gastar energías en buscarlo. Pero también el resto de la sociedad prefiere dejar que el futuro se diluya. ¿Ilusión por llevar adelante una empresa útil, importante (al menos para mí)? Viendo las nubes del futuro cerramos la ilusión por él. ¿Entusiasmo para conseguir logros en mi vida humana, familiar, social? Ya tengo bastante con sobrevivir. En cambio, cerrando ese futuro cerramos nuestro presente.

El futuro necesita una esperanza que le dé un cimiento firme; de otro modo, construimos un castillo de cartas, sabiendo que al primer viento fuerte todo se irá por tierra. Esperanza, confianza, que necesitamos concretar en una persona, en alguien que camine con nosotros, nos empuje, nos impulse. ¿Y si somos nosotros ese alguien para los demás?
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