Jueves, 25 de abril de 2024

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La crisis de las crisis

por Guillermo Urbizu



La pobreza envidiosa,
la riqueza de todos envidiada;
mas ésta no reposa
para ser conservada,
ni puede aquélla tener gusto en nada

(Atribuido a fray Luis de León)


 

Se habla mucho de crisis. Económica of course. La bolsa, los gobiernos, suspensión de pagos, los bancos, el Ibex, las hipotecas, los préstamos, insolvencia, el paro… Todo un vocabulario triste. Un crack de dimensiones colosales. Las economías familiares, las de los mil euros al mes arriba o abajo, sienten que se les dobla el espinazo, que no hay más donde rascar. Dios, que no nos venga ningún otro contratiempo. Las cosas. No hablamos de teóricas mercantilistas o de la pava del ministro de turno en su facundo ditirambo a la prensa. Hablamos de que no hay dinero en casa. Creo que se entiende con facilidad. Hablamos de que hay personas que están perdiendo la felicidad. Hablamos de que no se puede cambiar la lavadora, pagar el piso o darle a tu hijo 30 euros para una excursión del cole. Hablamos de que para hacer un regalo a tu mujer no puedes consentirte ni un solo capricho, nada. Esas son las cosas de las que hablamos. El ánimo de la gente no está para muchos acordes. Lo dicho: se extiende un vocabulario triste y una amargura. El escepticismo en una buena gestión de los políticos es el pan nuestro de todos los días. Hablan para los convencidos de las respectivas sectas subvencionadas o para los medios. El resto del personal se pone a cubierto de tantas palabras en cuanto puede. Cambiamos de canal sin darles tiempo a abrir la boca. Chitón señores, en mi casa mando yo. Pero la dichosa crisis se cuela de rondón por cualquier rendija o conversación. Joder con la crisis dichosa. Si se piensa un poco (siempre se está a tiempo aunque se haya perdido el hábito) nos damos cuenta que el aspecto económico de la cuestión es la manifestación más visible de una decadencia de más calado y desde hace mucho tiempo anunciada. La decadencia de Occidente -hola señor Spengler- es una decadencia sobre todo de perversión moral. Es una decadencia de avaricia y malversación de poder, de explotación e idiotez. Es una decadencia donde las almas se han ido quedando huérfanas de Dios. Cada vez más huérfanas y medrosas. Y ahí está la raíz, el malestar real. Cuando falta Dios la vida es una mierda. Una mierda muy ilustrada o filantrópica, esotérica o socialdemócrata, estructuralista o pop. Pero al cabo en mierda se queda. Y en esas estamos. ¿Cómo hablar de alegría o felicidad un tío (o muy señora mía) que saca pecho del pecado, sin conciencia alguna de su esclavitud? Se queda todo en una engañifla o pegote, en la enésima burbuja o en el corcho del champán. O en una ilusión peregrina, que puede ir desde el fútbol hasta Obama (¡qué devoción pardiez!), pasando por el sexo del revés. El caso es buscarse un dios de bolsillo, algo con lo que no desesperarse del todo. Esa, esa es la verdadera crisis y servidumbre. Y de por medio la cuchipanda intelectual, el cinismo laicista, los tratantes nacionalistas y la cada vez más desventurada educación. Me refiero a la escolar y a la universitaria, pero también la familiar, y a la que abre la puerta a las damas, dice gracias y pide las cosas por favor. La crisis económica es la punta del iceberg. La importante es la otra, la que afecta al alma (ya me entienden) y a la verdad de nosotros mismos. Sólo así podremos recuperar la alegría. Aunque no nos llegue ni para pipas. Digo yo.
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