Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

La apostolicidad de la Iglesia


La Iglesia de Jesucristo está cimentada en el fundamento de los apóstoles, por lo que únicamente puede ser Iglesia de Jesucristo si es Iglesia apostólica y si, a través de los tiempos, conserva la identidad con sus orígenes apostólicos.

por Pedro Trevijano

Opinión

Creo que en estos momentos hay una enorme desorientación, con gran confusión de ideas, por parte de muchos fieles cristianos. Aceptan a Jesucristo, pero no a la Iglesia, y actúan como si el Catolicismo, que dicen profesar, fuese una religión a la carta, de la que toman lo que les conviene o apetece y rechazan el resto. Estos días, como consecuencia de la lectura en la Misa del texto de Mt 10,1-4, en el que se nos habla del nombramiento de los apóstoles, he estado reflexionando sobre la apostolicidad de la Iglesia, y es que la plena comunión con la Iglesia exige la aceptación de su doctrina, que ha de ser plena y total cuando se trata de dogmas de fe, que se refieren a las “verdades contenidas en la Revelación divina, o verdades que tienen con éstas un vínculo necesario” (Catecismo de la Iglesia Católica, 88). Son dogmas los contenidos en el Credo, y algunos otros, expresados como tales, por el Papa y los Concilios, como la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Pues bien, en el Símbolo nicenoconstantinopolitano, el Credo largo para que nos entendamos, decimos: “(Creemos) en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica”. Es decir, la apostolicidad de la Iglesia es una de las verdades o dogmas de fe en los que hay que creer, si nos queremos llamar con propiedad católicos. Ahora bien, ¿en qué consiste?

Según el Catecismo para jóvenes YouCat: “La Iglesia se llama apostólica porque, fundada sobre los Apóstoles, mantiene su tradición y es guiada por sus sucesores. Jesús llamó a los Apóstoles como a sus más estrechos colaboradores. Fueron sus testigos oculares. Después de su Resurrección se les apareció en varias ocasiones. Les concedió el Espíritu Santo y los envió como sus mensajeros autorizados por todo el mundo. En la Iglesia primitiva eran los garantes de la unidad. Su misión y poder los transmitieron, mediante la imposición de las manos, a los Obispos, sus sucesores. Así se hace hasta hoy. Este proceso se denomina Sucesión Apostólica” (nº 137).

Podemos decir por ello que Jesucristo encargó el gobierno de la Iglesia al Colegio Apostólico y luego, al ir falleciendo éstos, a sus sucesores los obispos, que forman el Colegio Episcopal, de modo que actualmente el gobierno universal de la Iglesia se efectúa de dos modos parcialmente distintos, ya que el Colegio puede actuar por medio del Papa solo, o por medio del Papa juntamente con los Obispos, no siendo válido, sin embargo, en este gobierno universal, el que los obispos actúen solos sin el Papa y mucho menos contra el Papa, como quedó claro en la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio Vaticano II.

Por su parte el Catecismo Católico para adultos alemán nos recuerda, al hablar de la apostolicidad de la Iglesia, que varios textos evangélicos coinciden en afirmar que Jesucristo transmitió y confió a los apóstoles la misión que había recibido de su Padre, es decir, los encargó predicar en su lugar el evangelio a todos los pueblos, con el poder del Espíritu Santo, hasta la consumación del mundo (Mt 28,18-20; Lc 10,16 y 24,47-48; Jn 20,21), textos que proclaman que la Iglesia de Jesucristo está cimentada en el fundamento de los apóstoles, por lo que únicamente puede ser Iglesia de Jesucristo si es Iglesia apostólica y si, a través de los tiempos, conserva la identidad con sus orígenes apostólicos. Las Cartas Pastorales, especialmente las dos de Timoteo y la de Tito nos hablan que Pablo encomendó a Timoteo y Tito guardar el depósito que les fue confiado y conservar la enseñanza pura y sana, imponiendo las manos a otros hombres y consagrándolos al servicio apostólico, es decir Pablo se preocupa del paso a la Iglesia post-apostólica.. El Concilio Vaticano II nos recuerda que “los Obispos han sucedido, por institución divina, a los Apóstoles como pastores de la Iglesia, de modo que quien los escuche, escucha a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien le envió (cf. Lc 10,16)” (LG, 20).

Y es que, si Cristo no nos hubiese dejado claras pistas sobre cuál es la Iglesia que Él fundó, sería un lío tremendo. Gracias a que la Iglesia es Apostólica, sabemos cuál es la Iglesia en la que se realiza la promesa de Cristo “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20) y conocemos así lo que Cristo quiere de nosotros, no sólo en las creencias que hemos de tener, sino también en nuestro modo de actuar, con la consecuencia de la claridad de ideas que ello nos aporta.

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