Martes, 23 de abril de 2024

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Imitar a la Virgen María. San Buenaventura

Imitar a la Virgen María. San Buenaventura

por La divina proporción

 Hace unas semanas, conversando con un familiar sobre la fe, le comentaba algo que debería ser evidente para todo cristiano: Dios nos pide que seamos santos. Es un mandato de Cristo que creo que nunca he escuchado en un púlpito en la misa del domingo.


Mi familiar me miraba extrañado y sólo fue capaz de decir que “creía en todo lo que Cristo ha dicho”, pero sin llegar a darse cuenta que no se trata de creer sino de poner nuestra voluntad en ello. Cuando le hablé de la Gracia, entonces si se sonrió y me indicó de forma diplomática que no creía en esos cuentos. Por desgracia, incluso dentro de la Iglesia nos enseñan a confiar en nosotros más que en Dios. Un Dios lejano e indiferente, siempre crea menos problemas personales y comunitarios.

Para ser santo nos hace salta valentía y determinación. La Virgen María es un maravilloso modelo a estudiar y seguir.

La gloriosa Virgen ha pagado nuestro rescate como mujer valiente y animada por un amor de compasión hacia Cristo. En el evangelio de Juan se dice: “La mujer, cuando está a punto de dar a luz está triste porque ve venir su hora....” (Jn 16,21) La buenaventura Virgen no ha experimentado los dolores de parto porque no había concebido a consecuencia del pecado como Eva, contra la que fue pronunciada la maldición. El dolor de la Virgen vino después, ha dado a luz en la cruz. Las otras mujeres conocen el dolor físico del alumbramiento, ella experimentó el del corazón. Las otras sufren por una alteración física, ella por la compasión y el amor.

La bienaventurada Virgen ha pagado nuestro rescate como mujer valiente y amando con amor de misericordia por el mundo y, sobre todo, por el pueblo cristiano. “¿Puede una madre olvidarse de su pequeño y no tener entrañas para el fruto de su seno? (cf Is 49,14) Esto nos puede dar a entender que el pueblo cristiano todo entero ha salido de las entrañas de la gloriosa Virgen. ¡Qué Madre tan llena de amor que tenemos! ¡Hagámonos semejantes a ella e imitémosla en su amor! Ella tuvo compasión de nosotros hasta el punto de no considerar para nada la pérdida material y el sufrimiento físico. “Hemos sido rescatados pagando un precio.” (cf 1Cor 6,20) (San Buenaventura. Los siete dones del Espíritu Santo, conferencia VI, 15-21)

En este fragmento de San Buenaventura nos señala varios temas interesantes directamente relacionados con la santidad. El primero es que el dolor de la Virgen no ocurre cuando trae a Cristo al mundo, sino cuando le ve morir en la Cruz. De igual forma, la santidad no se experimenta cuando uno decide dar el sí a Dios, sino cuando nos enfrentamos a la dura realidad de nuestra vida. El santo padece y sufre, pero no da el paso atrás, a Gracia le sostiene. ¿Por qué?

El segundo tema es la confianza que parte de la esperanza y se hace obra en la misericordia. El santo ama al mundo con misericordia, que no es complicidad ni empatía. La Madre Teresa de Calcuta nos decía que teníamos que amar hasta que nos doliera. Cuando el amor duele en forma de negación de sí mismo, es cuando encontramos el verdadero sentido del sufrimiento. Quien se duele y se desgasta para los demás, aunque estos no sean conscientes de ello. No les impone nada, pero les da todo. La Gracia les llena, no necesitan más.

El tercer tema es el desprendimiento que nos lleva a dejar atrás lo que parecería impensable. En este siglo XXI es incomprensible vivir de una forma contraria al marketing. Es decir, vivir para Dios sin necesitar que las demás personas se den cuenta de ello. Si sufrimos, nos encantaría que todos lo supieran. Vivir en una reality show en donde nuestras acciones se valoraran y se vendieran como cualquier mercancía. La santidad requiere de saber ser pequeño para dejar todo el protagonismo al Señor. Perder su vida por Cristo es ganarla. La Gracia les muestra que la santidad es el objetivo que Dios desea para todos y cada uno de nosotros.

Todo esto nos lo enseña la Virgen María y lo hace con tanta sencillez que deja todo el protagonismo a su hijo. Tiene que ser Cristo el que hable a Juan y le encomiende a su Madre.
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