Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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La homilía del Cardenal Amato en Oviedo

por Victor in vínculis



1.- La archidiócesis de Oviedo se encuentra en el famoso camino de Santiago de Compostela. Asturias ha sido a lo largo de los siglos un territorio de paz y de fe. Pero en los años 30 fue sacudida por la tormenta ideológica marxista, que provocó innumerables víctimas: primero, en 1934, con la llamada revolución de octubre que duró quince días; y después, en 1936-37, con los cuatrocientos días de zona roja[1].
Los cuatro mártires, que la Iglesia beatifica hoy, son víctimas de la persecución de 1936. Se trata del párroco de Nembra -parroquia de Aller en Asturias-, don Jenaro Fueyo Castañón, y de tres parroquianos suyos: Segundo Alonso González, Isidro Fernández Cordero y Antonio González Alonso. Este grupo se añade a los otros 193 mártires de la archidiócesis de Oviedo, entre sacerdotes, religiosos y seminaristas asesinados en el tiempo del terror revolucionario de los años treinta.

¿Qué pasó en aquel periodo de persecución?
Fue prohibida la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y fue retirado el Crucifijo. Se prohibió a las órdenes religiosas ejercitar la enseñanza y se confiscaron sus edificios. Fueron nacionalizados los inmuebles de la Iglesia y emanaron leyes contra la institución familiar. Hubo una tiranía feroz a favor del ateísmo social.

Ya en 1934, en apenas quince días, habían matado en Asturias a treinta y cuatro sacerdotes, religiosos y seminaristas. Entre ellos fueron ejecutados los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Turón, dedicados a la educación gratuita de los hijos de los mineros pobres, canonizados por Juan Pablo II. La finalidad de la persecución era la anulación de la Iglesia Católica, exterminando a sacerdotes, religiosos y fieles y profanando, quemando y destruyendo todo.

El balance final fue espantoso: el martirio de 13 obispos, de 6.838 sacerdotes, religiosos y seminaristas, y decenas de miles de laicos, asesinados solo por su condición de católicos practicantes.

2.- Han pasado ochenta años de esta masacre y las heridas se están cicatrizando poco a poco. Cada día que pasa la tragedia se aleja más y más, haciéndose cada vez menos visible. Nos preguntamos entonces: ¿por qué no cancelamos esta página negra de la historia española? ¿Por qué la Iglesia evoca aún aquel periodo de matanza de seres inocentes?

La respuesta yace en el hecho de que, contra el riesgo real de la desaparición de aquel suceso sangriento, la Iglesia reclama no por un sentimiento de venganza y de odio hacia los perseguidores de entonces, sino por un justo deseo de recuerdo. Si se olvida el pasado estamos condenados a repetirlo.

El recuerdo es necesario en el caso de nuestros mártires, porque, matados por odio a la fe, respondieron a sus asesinos con el perdón, convirtiéndose así en héroes de auténtica humanidad y vencedores inermes de una diabólica y ciega violencia. A distancia del tiempo su recuerdo pone en evidencia la sublimidad de la mansedumbre cristiana y la fragilidad del mal. Solo la piedad vuelve humana a la sociedad. Con razón, Dostoievski decía: “La compasión constituye la más fundamental, quizá la única ley existencial de toda la humanidad”[2]. Si la compasión se sustituye por la crueldad, el hombre se vuelve un lobo feroz para su prójimo.

 


3.- ¿Quiénes eran nuestros mártires? El párroco don Jenaro era un sacerdote íntegro, piadoso, fiel a Jesucristo hasta la muerte, muy amado por sus fieles, celoso en visitar a los enfermos y en socorrer a los pobres. Animaba a los fieles a ayudar a las familias necesitadas. Promovía las vocaciones misioneras por el mundo entero. Todos le querían. Era un párroco ejemplar y un modelo de oración.

El señor Segundo Alonso González era padre de una familia numerosa, que sostenía con el duro trabajo cotidiano y con la oración. Era presidente de la Adoración Nocturna y del Sindicato Católico de los Mineros. Era un hombre de fe con una dimensión social ejemplar.



Padre de seis hijos, el mártir Isidro Fernández Cordero era también miembro de la Adoración Nocturna y del Sindicato Católico de los Mineros. Hombre bueno y afectuoso, era ejemplar en la vida familiar y social.

[En la foto, procesión de entrada. El primero a la derecha es el hijo de mártir. En este momento de la homilía el cardenal Angelo Amato se dirigió a Enrique Fernández, que tenía 5 años cuando se desencadenó la tragedia contra su padre Isidro, y dijo]:

"Hoy entre nosotros se encuentra aquí uno de los hijos. Su padre, ahora beato, le envía un beso desde el Paraíso".
 

Su martirio fue especialmente cruel. Rechazando abjurar de su fe, fueron obligados a cavarse la fosa. Después fueron decapitados como bestias, desangrados, descuartizados y profanados. Las mujeres presentes en esta masacre se burlaban diciendo: “¡Qué buenos eran que ni protestaban!”[3].



El más joven de los tres laicos Antonio González Alonso tenía veintitrés años y había vestido por unos pocos años el hábito dominico, al cual había tenido que renunciar por una grave forma de tuberculosis, entonces de difícil curación. Era un joven sereno, estudioso, fervoroso en la participación en la misa y en la oración.

También su martirio demuestra la falta infinita de humanidad de sus verdugos. Habiéndose negado a abjurar y a pisar objetos sacros, le arrancaron la lengua, fue apaleado hasta la muerte y finalmente echado en un pozo profundo de una mina. De camino al suplicio, pasando delante de su casa, Antonio había gritado a su madre: “¡Adiós, madre, hasta el cielo!”[4].



Por una parte odio, prevaricación, violencia, homicidio; por otra, amor, perdón, fortaleza y perseverancia en la fe. Los vencedores de este duelo fueron nuestros mártires, protagonistas con Cristo resucitado de la superioridad y de la eternidad del bien.

La sangre derramada por los cristianos -afirma el Papa Francisco- es el rocío que fecunda a la Iglesia. A finales de agosto en el Meeting de Rímini ha habido una exposición sobre los mártires recientes del Evangelio. Una inscripción recuerda que el martirio puede suceder en cualquier parte y a cualquiera por razones de fe. De nuevo no se trata de documentar hechos de odio y de muerte, sino de evocar la fe y el amor que brotan de la sangre derramada con abundancia.

Como ha dicho el Papa Francisco en el mensaje Urbi et Orbi del año pasado: “Los cristianos son los brotes de otra humanidad en la que tratamos de vivir al servicio los unos de los otros, de no ser arrogantes sino disponibles y respetuosos. ¡Esto no es debilidad sino fuerza verdadera! Quien lleva dentro de sí la fuerza de Dios, su amor y su justicia, no tiene necesidad de utilizar la violencia, sino que habla y actúa con la fuerza de la verdad, de la belleza y del amor”[5].

Es la Eucaristía lo que ha hecho fuertes e invencibles a nuestros cuatro mártires, sostenidos en su existencia terrena por la sangre preciosa del Cristo resucitado, que los ha preparado al gozo de la vida eterna en el paraíso.

Con razón el Papa Francisco, en su Carta Apostólica, habla de nuestros Beatos como “animadores de la adoración eucarística y heroicos testigos del Evangelio hasta el derramamiento de sangre”.

A los nuevos mártires pedimos con humildad y convicción la perseverancia en la fe y en la caridad de Cristo.

Beatos don Jenaro Fueyo Castañón, Segundo Alonso González, Isidro Fernández Cordero y Antonio González Alonso, rogad por nosotros
 
[1] Datos recogidos de la Positi super martyrio de 2007.
[2] Fiodor Dostoievski, L´Idiota, Bur Rizzoli, Milano 2014, pág. 255.
[3] Positio, Summarium, págs. 42-8
[4] Positio, Informatio, pág. 77.
[5] Papa Francisco, Mensaje Urbi et Orbi de la Pascua de 2015.
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