Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Haití

por Guillermo Urbizu

 
 


 

 

 
Hedor, hecatombe, tragedia, horror, temblor, dolor, desastre, pánico, desgracia, impotencia. Palabras que se rebelan, que no dicen, que suplican. Palabras que se ahogan en amargura, o que todavía rezan con lo que queda del alma. Cadáveres embalsamados de polvo y sangre. Amputados, descoyuntados. Personas ungidas por la muerte. Se desgarra el corazón, la mirada atisba entre las grietas de la esperanza. Dolor, dolor, dolor. Compasión, lágrimas secas. Miles de heridos diseminados por todas las televisiones. ¿Qué misterio es éste? ¿Qué suerte de broma macabra? No puede ser. La ciudad entera es un cadáver y una agonía. De cuando en cuando resucita alguien y el mundo entero se abraza a la vida. Somos todos sobrevivientes. Todos seguimos vivos de puro milagro, muchas veces medio enterrados bajo los escombros de la apatía, de la molicie o de la tibieza. Nos desconcierta ver esos rostros en los medios de comunicación, esos miembros que asoman entre los cascotes y las piedras. El corazón se nos encoge y sentimos la angustia. ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? Nos desconcierta el sufrimiento y lo que para nosotros es un sinsentido, como un sádico destino. Muerte. Un futuro que tiembla y se desvanece. Muerte. Un instante y se acabó. Muerte. ¿Qué pasa? ¿Qué sucede? Las imágenes se multiplican, y enfocan las fosas comunes y el cráneo aplastado de un niño y el miedo y el túmulo que era un colegio nuevo con trescientas criaturas dentro. El mundo se conmueve, se moviliza, saca lo mejor de si. Al menos durante unos días o unas horas. ¿Necesita el hombre del sufrimiento para calibrar lo que es la vida y el alma? ¿Necesita sufrir para ver más nítido y recuperar el sentido de Dios y la providencia de la Cruz? En Haití está el Gólgota. Escuchamos el eco del mismo Cristo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Todo esto es un recordatorio de lo que allí sucedió: un seísmo sobrenatural de proporciones inimaginables. Y en algunos lugares de esa ciudad también estará enterrado Él, con su Cuerpo-Hostia, en los sagrarios. Rescatadle. O mejor: que Él resucite a todos. Y que nos abra los ojos de una vez a la más intensa e infinita luz.

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