Jueves, 25 de abril de 2024

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Hablar de los pobres sin conocerlos

Hablar de los pobres sin conocerlos

por Duc in altum!

 Hoy día, cualquiera que desee elaborar un buen discurso tendrá que hablar sobre la pobreza. De no hacerlo, perderá rating a nivel político y religioso. Nadie discute la urgencia de tocar el tema y emprender acciones concretas para poder revindicar la dignidad de la persona humana; sin embargo, el problema es que últimamente se utiliza como slogan, cuando la realidad es que sus autores intelectuales o materiales no tienen ni la más remota idea de lo que es un pobre real, de carne y hueso, porque sencillamente se han quedado en la hermenéutica marxista. La Iglesia no está a salvo, pues varios laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas caen justamente en el mismo comportamiento. Piensan que con seguir corrientes indigenistas y colgarse una cruz de hilo -en lugar de plata- ya son peritos en la materia. Los únicos que tienen derecho de expresarse sobre la pobreza, son aquellos que -como la beata Teresa de Calcuta- han ido más allá de los buenos deseos, pues ¿de qué sirve hablar sobre el drama de los niños migrantes si no hacemos nada para revertirlo? Hacen falta hechos en lugar de sermones.

Ahora bien, otro síntoma de los que nunca han profundizado en la realidad de la pobreza, es reducirla a un problema material; es decir, únicamente vinculado al déficit de servicios básicos. Por esta razón, muchos religiosos abandonaron las grandes ciudades de occidente, pues al ver tantos rascacielos y circuitos financieros pensaron equivocadamente que la miseria solo está presente en las periferias geográficas, habiéndose olvidado de las existenciales. Ciertamente, la falta de acceso a la educación, el empleo y la salud plantea la urgencia de una serie de obras y proyectos vinculados a la asistencia humanitaria; sin embargo, a la par de enfrentar la miseria tangible, conviene atender la dimensión humana y de valores. El secularismo, como olvido de Dios, es un tipo de pobreza al que la Iglesia tiene que responder necesariamente. En este sentido, no vale reducir el concepto de “pobres” únicamente a los que carecen de recursos, sino a toda persona necesitada, envuelta en cualquiera de las manifestaciones del dolor.

Jesús atendía a ricos y a pobres, a sabios e ignorantes, porque su forma de responder a la pobreza era de tipo integral. Lejos de él, estuvieron las corrientes ideológicas que tienden a complicar las cosas en vez de resolverlas. Actualmente, queremos meter en todas las celebraciones litúrgicas la palabra “solidaridad”, cuando no hemos conseguido entenderla, aplicarla desde la perspectiva del evangelio. La conciencia social vendrá cuando demos ejemplo y ampliemos nuestra mirada; especialmente, al tener presente que la pobreza también incluye atender a los que económicamente lo tienen todo pero que se encuentran tristes o abandonados. A menudo, los sacerdotes que acompañan pastoralmente a políticos y empresarios, son mal vistos, criticados, mientras se olvida que tales destinatarios constituyen también un apostolado de frontera, porque la pobreza es mucho más compleja de lo que parece y, por ende, requiere diferentes formas y medios de tratamiento.

La pobreza debe estudiarse a partir del contacto con la realidad que traen consigo los diferentes contextos sociales. Solo así podremos dar una respuesta contundente. La clave no es atacar la doctrina de la Iglesia, sino entender que hay dos tipos de miseria: tangible (material) e intangible (espiritual). Siendo así las cosas, habrá quienes tengan que irse a las periferias geográficas y otros a las existenciales; especialmente, en medio de las grandes metrópolis del mundo. Lo importante es conocer e identificar la hoja de ruta a seguir fuera de la ignorancia y los prejuicios. 

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