Miércoles, 24 de abril de 2024

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Hablan las monjas "rebeldes" de EEUU

Hablan las monjas "rebeldes" de EEUU

por La divina proporción

Veamos las declaraciones de Sor Pat Farrel presidenta del LCWR y número dos de la Congregación de las Monjas Franciscanas de Dubuque, Iowa,  entrevistada en la NPR (National Public Radio EEUU). 

La hermana Pat centró la entrevista en la siguiente frase «El mundo camina, la doctrina no puede permanecer estática», a lo que añade «Considero que existen cuestiones todavía ignoradas por la Iglesia, pero sobre las que es necesario un auténtico diálogo, pero no parece que haya en este momento un clima favorable» 

Sin duda el momento del diálogo empieza cuando dos personas se reúnen con la intención de llegar a entenderse o al menos, conocer lo que les une y les separa. Si el diálogo es sincero, se puede obtener una mayor unidad o la constatación de que la unidad no es posible. Seamos honestos, ¿Se puede cambiar la formulación de la Doctrina mediante el diálogo?  ¿Puede haber clima favorable para ello? 

Dice la hermana Pat, «a veces no hay una diferencia tan neta entre lo blanco y lo negro, sino que las situaciones son mucho más complejas y cambian rápidamente bajo nuestra mirada». 

Ciertamente las situaciones humanas son muy completas, tan complejas como las que Cristo encontró en la Palestina del Siglo I. Me viene la memoria el episodio evangélico de la mujer adúltera: “Mujer, ¿ninguno te ha condenado? –Ninguno, Señor.- Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más” (Juan 8, 11) El Señor supo mostrar que ningún ser humano es quien para condenar a otro ser humano, pero no por ello entabló un diálogo sobre las injusticias ocultas de la situación de la mujer, la relatividad de sus culpas y sus errores. Tras perdonarla, le conminó a que no volviera a pecar. Es decir, le señaló la doctrina que le puede llevar a dejar de sufrir. ¿Sufriría la mujer cuando Cristo le señaló un camino que quizás le pareciese imposible? 

Sigue diciendo la hermana Pat: «Nuestra esperanza es la de contribuir a la creación de un clima de sinceridad y de respeto en el que la jerarquía y el resto del pueblo de Dios puedan indicar cuestiones, discutirlas en un clima de sinceridad y respeto recíproco, con el objetivo de buscar juntos la verdad y las soluciones. Pero el mandato que algunos obispos estadounidenses han recibido de la Congregación vaticana va en la dirección opuesta y deja presumir más bien la clausura del diálogo» 

EL Nudo Gordiano de los problemas con las religiosas norteamericanas es que han asumido que la Iglesia se basa en un modelo con dos niveles: jerarquía y demás fieles. Asumen que la jerarquía defiende sus “prebendas” y que a los demás fieles les imponen cargas no asumibles e injustas. Habría que ver quien es el que pone estas cargas imposibles de llevar y Quien las hace livianas y llevaderas. "Porque mi yugo es suave y mi carga ligera"(Mt. 11,30). 

Es evidente que el diálogo no puede ir la dirección de transformar la doctrina para adaptarla al mundo. Se habrán dado cuenta del sustrato de teodicea que conllevan estas declaraciones. Nos dice que la verdad hay que buscarla, no que la Verdad es Cristo. Se asume que las soluciones pasan por un cambio en la doctrina, no por un cambio en el corazón de las personas. Es decir, mejor no tocar la herida para curarla, ya que esto implica más dolor. 

Dice la hermana Pat Farrel: «El problema es que la enseñanza y la interpretación de la doctrina no puede permanecer estática, mientras el mundo camina: hay que reformular constantemente, a partir de algunos principios de fondo. Como religiosas, estamos en contacto cotidianamente con las mujeres que viven en los márgenes de la sociedad y sus vidas son más complicadas de lo que se pueda imaginar. Nuestra misión es la de ponernos al lado de los más pobres, pero sus cuestiones, como todas las realidades humanas, son mucho menos “blanco y negro” de lo que pueden ser algunas teorías. La jerarquía no tiene la tarea de pasar sus jornadas entre los que no tienen techo, pero las religiosas sí» 

Es evidente que la Iglesia institucional no pasa sus jornadas junto a los que sufren, lo hace la Iglesia caridad de la que todos somos parte. Pero, la misión que nos encomendó Cristo ¿es únicamente ponernos del lado de los pobres? Si la sal pierde su sabor ¿Quién salará? Si la levadura se contenta con conservar la masa de trigo para que no sufra transformándose ¿Quién comerá pan? ¿Cambiará el mundo sin que la Gracia nos transforme individualmente? ¿Los milagros de Cristo fueron únicamente para paliar el dolor? ¿Por qué no pudo sanar a nadie en su propia tierra? (Mc 6,6) ¿Qué necesitaba Cristo para que los milagros tuvieran un sentido completo? La Fe y arrepentimiento de quien solicitaba misericordia a Dios. 

Estas religiosas y muchas otras personas se encuentran con un gran problema en el día a día de su labor: ¿Cómo comunicar la doctrina eclesial a personas que no la entienden y que la sienten como algo que les ataca? A los humanos no nos gusta que nos indiquen nuestros errores y la necesidad de cambio. Nos cuesta entender que el sufrimiento es intrínseco a la vida y que tenemos de aprender llevarlo encima siguiendo al Señor. Sólo Él hace la carga de nuestra cruz llevadera y suave. Nos falta la Fe necesaria para dejarnos en las manos de Dios.  Lo que realmente necesitamos todos los seres humanos es una sanación profunda de nuestra naturaleza. 

Decía el Santo Padre en tras el Ángelus de hoy domingo 22 de julio: 

¿En qué consiste esta sanación profunda que Dios obra mediante Jesús? Consiste en una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona en sí misma y en todas sus relaciones: con Dios, con los otros, con el mundo. En efecto, el maligno siempre busca arruinar la obra de Dios, sembrando división el corazón humano, entre cuerpo y alma, entre el hombre y Dios, en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales, y también entre el hombre y la creación. El maligno, siembra guerra; Dios crea paz. Es más, como afirma San Pablo, Cristo “es nuestra paz, él ha unido a los dos pueblos en uno solo, derribando el muro de enemistad que los separaba y aboliendo en su propia carne la ley con sus mandamientos y prescripciones” (Ef 2,14). Para realizar esta obra de reconciliación radical, Jesús, el Pastor Bueno, tuvo que hacerse Cordero, “El Cordero de Dios… que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) 

El Santo Padre nos da una clave maravillosa. Para realizar la obra de Dios hay que hacerse corderos y soportar incluso que quienes nos necesitan nos desprecien y nos abandonen. Eso es lo que tuvo que vivir Cristo desde el primer momento de su ministerio. De otra forma estaremos haciendo el juego al enemigo y creando división. División que parte de la falacia de querer anteponer la caridad a la doctrina o viceversa. Doctrina y caridad deben ir unidas de forma que la caridad se sustente en la doctrina y la doctrina se plenifique en la caridad. ¿Complicado de ser aceptado por quienes les falta Fe? Cierto, los Evangelios dan testimonio contante de ello. 

Termino con las palabras que finalizaron la breve catequesis del Ángelus: 

Sólo así pudo realizar la estupenda promesa del Salmo: “Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor por muy largo tiempo.

Queridos amigos, estas palabras nos hacen latir el corazón, porque expresan nuestro deseo más profundo, dicen aquello por lo cual fuimos hechos: ¡la vida, la vida eterna! Son las palabras de quien, como María Magdalena, ha experimentado a Dios en la propia vida y conoce su paz. Palabras más que nunca verdaderas en la boca de la Virgen María, que ya vive por siempre en los prados del Cielo, a donde la condujo el Cordero Pastor. María, Madre de Cristo, nuestra paz, ruega por nosotros

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