Viernes, 29 de marzo de 2024

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El fruto del sicomoro fue Zaqueo. Filomeno de Mabboug

El fruto del sicomoro fue Zaqueo. Filomeno de Mabboug

por La divina proporción


El sicomoro es un tipo de higuera que da un fruto muy indigesto para los seres humanos. Ahora, si sabiamente de hace un corte en el fruto antes de madurar, el fruto es comestible y apreciado en algunos lugares. De la misma forma que el fruto del sicomoro puede ser recogido en su momento, si antes ha sido sabiamente preparado, Zaqueo es recogido por Cristo porque había experimentado una conversión previa en su corazón. Ansiaba ver a Cristo y por eso estaba colgado del árbol como un fruto preparado para ser recogido.

En efecto, si el espíritu de Zaqueo, en aquel momento, no se hubiera llenado todavía de la simplicidad propia de la fe, no hubiera hecho esta promesa a Jesús y no habría gastado y distribuido lo que había recogido en tantos años de trabajo. La simplicidad ha derramado por todos lados lo que la astucia había recogido, la pureza de alma ha dispersado lo que el engaño había adquirido, y la fe ha renunciado a lo que la injusticia había obtenido y poseído, y ha proclamado que todo eso no le pertenecía.
Porque Dios es el único bien de la fe, y ésta rechaza poseer otros bienes junto con Él. Para ella todos los bienes tienen poco importancia a no ser el único bien durable que es Dios. Hemos recibido la fe para encontrar a Dios y no poseer nada más que él, y para darnos cuenta de que todo lo que no es Él no sirve para nada.
(Filomeno de Mabboug. Homilía 4, 79-80)

¿Para qué hemos recibido la fe? “para encontrar a Dios y no poseer nada más que él, y para darnos cuenta de que todo lo que no es Él no sirve para nada”. La fe actúa como el sabio corte que hace comestible el fruto del árbol. Sin la fe, Cristo podrá pasar delante de nosotros sin que le demos importancia alguna. De hecho, Cristo pasa delante de nosotros y somos incapaces de reconocerlo. Por desgracia muchos católicos actuales no son capaces de reconocer a Cristo en la Eucaristía. Pasa delante de ellos mientras están centrados los aspectos sociales de la misa. No somos capaces de subirnos al sicomoro, es decir, acceder a los sacramentos para ver a Cristo y que Él nos llame para comer en nuestra casa. “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono.” (Ap 3, 20)

Quien recibe el corte que transforma, abre la puerta a Cristo para que cene con Él se encuentra con una gran sorpresa: encuentra la Perla, el Tesoro, el dracma perdido y se convierte en sal o levadura. Quien lleva consigo la intensidad de la fe en Cristo, no le importa perder las apariencias que le hacían parecer lo que realmente no es. La realidad personal deja de ser una apariencia creada para defendernos de los demás y atesorar bienes terrenales. Ya da igual lo que puedas tener o perder, al igual que Zaqueo, lo importante es la simplicidad que nos lleva a abrir el corazón a Cristo, para que habite en nosotros.

Pero para dar estos pasos necesitamos la fe, la esperanza y la caridad que nos permite abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo. ¿Cómo? Arrodillémonos ante Él y supliquemos que nos ayude a quitar el óxido de la soberbia que nos destroza e impide que abramos el corazón. Dios habla a quien de descalza y se arrodilla con sencillez y humildad ante Él. Dios nos toma de la mano cuando somos capaces de reconocer que nos hundimos y no podemos más por nosotros mismos. Si Él hace el corte adecuado en nosotros, seremos alimento para quien necesita de Cristo.
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