Viernes, 29 de marzo de 2024

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Exhumaciones y reliquias (1)

por Victor in vínculis

Han sido muchas las iniciativas realizadas para dar a conocer la vida y la devoción a los mártires españoles desde las beatificaciones de 2007. Así, con motivo del 75 aniversario de los que fueron llevados a la muerte por odium fidei en los días de la persecución religiosa, durante los primeros meses de la Guerra Civil (1936-2011). El año pasado, por ejemplo, en Munera (Albacete) se creó la Hermandad Beato Bartolomé, y el 29 de enero de 2012 el Obispo de la diócesis, monseñor Ciriaco Benavente, presentaba la iniciativa a la comunidad parroquial de San Sebastián de Munera.
 
El objetivo primordial de dicha Hermandad es continuar la misión evangelizadora: dar testimonio de Nuestro Señor Jesucristo, cada uno con su ejemplo de vida. Y además, custodiar y recopilar todos aquellos objetos materiales que en su día pertenecieron al Beato Bartolomé Rodríguez Soria para mantener su recuerdo y su ejemplo de martirio y de perdón.

El beato Bartolomé nació en Riópar (Albacete) el 7 de septiembre de 1894. Ingresó en el Seminario de Toledo en el curso 19071908, terminó sus estudios con la licenciatura en Teología y se ordenó sacerdote el 16 de marzo de 1918. En el Seminario fue muchos años sacristán y un excelente maestro de ceremonias. Tras varios nombramientos, en 1926 fue destinado a la parroquia de San Sebastián de Munera hasta su muerte. En el mismo templo parroquial sufrió un cruel y prolongado martirio durante los días 27, 28 y 29 de julio de  1936. Fue beatificado el 28 de octubre de 2007.
 
 
Hace unas semanas, la Hermandad, organizó una peregrinación a Toledo. En primer lugar, acudieron a la Catedral Primada. Antes de comenzar la visita, se les recordó que “se conserva una carta que el Beato escribió a sus amigos a poco de regresar al pueblo en su primer año, en la que expresaba lo que había visto en Toledo y al explicarles cómo era la Catedral decía: ¡Cuándo en la tierra y de manos de los hombres es esto!, en el cielo ¿qué será?”.
 
Desde la Catedral los peregrinos munerenses se dirigieron al Seminario Conciliar de San Ildefonso. Celebraron la Santa Misa donde el Beato Bartolomé hizo su cantemisa: sucedió que, días antes de la ordenación, falleció su padre y el joven sacerdote decidió celebrar su primera misa en la Capilla del Seminario. Era el 19 de marzo de 1918. El momento más emotivo llegó cuando le mostraron al celebrante el cáliz con el que tantas veces celebró la Santa Misa el Beato Bartolomé. ¡Era el cáliz de su primera misa!
 
Cuando tuvo lugar la exhumación en la parroquia de Munera apareció esta reliquia entre los restos oseos. Era una costumbre que se tenía en algunos lugares: cuando el sacerdote fallecía se le enterraba con el cáliz de su primera misa. El cáliz, en la foto en el momento de la exhumación, fue restaurado después de recuperarlo junto a los restos del mártir.

 
Finalmente, tras la misa todos acudieron a rezar un responso ante la tumba del cardenal Victoriano Guisasola y Menéndez, que está enterrado en la actual Capilla del Seminario, puesto que fue quien ordenó al Beato Bartolomé Rodríguez Soria.
 
La noticia nos da pie para interesarnos sobre el tema de las exhumaciones y de las reliquias, tan unidos en la veneración a los mártires. Vamos a responder a algunas de las dudas que se formulan con frecuencia al tratar el tema de las reliquias, de los cuerpos incorruptos y de la veneración debida a unos y otros. Pero, principalmente, deseamos presentar qué es lo que la Iglesia dictamina sobre todo el tema.
 
Hoy día son muchos los medios de comunicación (televisión, radio, prensa escrita) que se dedican a seguir difundiendo mentiras sin ética ni miramientos. Pero frente a ellos hemos podido encontrar un arma poderosa (que, como tal arma, también muchas veces es destructiva) que nos ayuda a cotejar información y a poner en duda mucho de lo que se nos transmite como verdadero: se trata del mundo de los periódicos digitales por internet.
 
La noticia era la siguiente: en 2007 la diócesis de Tours (Francia) precisó que los supuestos restos óseos de Santa Juana de Arco conservados en Chinon (Francia) eran una falsificación realizada a partir de una momia egipcia del siglo III AC y que nunca fueron considerados reliquias por la Iglesia.
 
Los restos de huesos y ropa fueron descubiertos en una farmacia de París en 1867 dentro de un recipiente en el que se los identificaba erróneamente como “reliquias de la Doncella de Orleáns”. Años atrás, tanto la diócesis como la parroquia a la que pertenecían se habían “desinteresado” por los restos, que “nunca fueron objeto de devoción alguna”. El recipiente con los restos falsificados contenía una costilla humana aparentemente carbonizada, restos que parecen ser madera quemada, un trozo de lino y el fémur de un gato.

 
La noticia distorsionada distribuida por muchos medios de comunicación pretendía dejar en ridículo a los cristianos de Tours por estar venerando ¡¡¡el fémur de un gato!!! La polémica, inexistente, ya estaba servida.
 
Y no olvidemos la manipulación informativa con la que siempre se ha tratado a una de las reliquias más importantes como la Sábana Santa de Turín.
 
Por eso vamos a explicar en los artículos siguientes qué son verdaderamente las reliquias y cómo es su veneración.
 
Se llama reliquias en la Iglesia católica a los restos (en latín: reliquiae = remanentes) de los santos después de su muerte. En un sentido más amplio, una reliquia constituye el cuerpo entero o cada una de las partes en que se haya dividido, aunque sean muy pequeñas. El término "reliquias" designa a las ropas y objetos que pudieran haber pertenecido al santo en cuestión o haber estado en contacto con él, considerados dignos de veneración. Se consideraban reliquias el aceite de las lámparas que se encendían delante de los cuerpos de santos, así como las sábanas dispuestas sobre las tumbas, incluso el polvo recogido en los “loculi” (lugar de enterramiento en las catacumbas).

Fundamental es la enseñanza del Concilio de Trento cuando afirma que: “deben ser venerados por los fieles los sagrados cuerpos de los Santos y mártires y de los otros que viven con Cristo, pues fueron miembros vivos de Cristo y templos del Espíritu Santo, que por Él han de ser resucitados y glorificados para la vida eterna, y por los cuales hace Dios muchos beneficios a los hombres; de suerte que a los que afirman que a las reliquias de los Santos no se les debe veneración y honor, o que ellas u otros sagrados monumentos son honrados inútilmente por los fieles y que en vano se reitera el recuerdo de ellos con objeto de imprecar (solicitar) su ayuda (quienes tales cosas afirman) se sitúan fuera de la doctrina de la Iglesia”(Denzinger 985).
 
Desde Trento hasta el Concilio Vaticano II se ha seguido interpelando sobre las reliquias al afirmar: “De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles” (Sacrosanctum Concilium, 111).
 
El 3 de septiembre del año Jubilar de 2000 el Siervo de Dios Juan Pablo II beatificaba al papa Juan XXIII. Meses después, el 3 de junio de 2001, durante la Misa de Pentecostés decidió acoger, junto al altar, los venerados restos mortales del beato Juan XXIII, que permanecían incorruptos, frente a lo que se ha dicho ¡resulta que el rostro de Angelo Giuseppe Roncalli nunca fue sometido a tratamientos de embalsamiento ni a terapias de conservación especiales! Los que peregrinen a Roma pueden venerar sus restos en el altar de San Jerónimo de la Basílica de San Pedro. No es el único, los restos de San Pío X que también reposan en la Basílica Vaticana, mantenía un insólito estado de conservación cuando se procedió al traslado del cuerpo tras la canonización de 1954.


 
Ese 3 de junio de 2001, Juan Pablo II afirmaba:
 
“También puede aplicarse a su persona lo que él mismo afirmó de los santos, a saber, que cada uno de ellos “es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo” (Discursos, mensajes y coloquios de Su Santidad Juan XXIII, II, p. 400). Y al pensar en los mártires y en los Pontífices enterrados en San Pedro, añadía palabras que conmueven al volver a escucharlas hoy: “A veces las reliquias de sus cuerpos se reducen a poco, pero siempre palpita aquí su recuerdo y su oración”. Y exclamaba: “¡Oh, los santos, los santos del Señor, que por doquier nos alegran, nos animan y nos bendicen!” (ib., p. 401).
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