Martes, 08 de octubre de 2024

Religión en Libertad

«¿Me puede decir cómo es el cielo?», los capellanes del Gómez Ulla y su experiencia con los enfermos

«¿Me puede decir cómo es el cielo?», los capellanes del Gómez Ulla y su experiencia con los enfermos
Julián Esteban y Eugenio Zornoza, en la capilla del Hospital Gómez Ulla de Madrid

ReL

Como tantos otros compañeros, los capellanes castrenses del hospital militar Gómez Ulla de Madrid, que recibió los primeros contagiados de coronavirus, llevan semanas de agotadora actividad administrando sacramentos y escuchando a todo aquel que les pide ayuda.

Desde que se declaró la pandemia los sacerdotes Julián Esteban y Eugenio Zornoza están de guardia las 24 horas del día. No son sanitarios pero ejercen su labor en un centro sanitario, donde no son ajenos al contagio.

Vamos con toda clase de precauciones por todas las plantas, por Urgencias y también por la UCI. Nuestra labor fundamental es confesar y administrar la unción de los enfermos», explica a El Independiente Julián Esteban, sacerdote de origen extremeño que estuvo de misionero en Japón y pasó dos años embarcado en el Juan Sebastián Elcano. Hijo de un médico rural, estudió Derecho y se ordenó en 1986.

"Hasta 15 o 16 unciones diarias"

Tal y como recuerda el Arzobispado Castrense, este religioso comparte con Eugenio Zornoza Ramírez (53 años) no sólo la vocación y la condición de capellán castrense: ambos nacieron en Cáceres y ambos ingresaron en las Fuerzas Armadas el mismo año: en 2001. Hoy tienen la consideración de teniente coronel y ejercen el ministerio en el Gómez Ulla.

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Cada mañana, a las 7.45 horas, inician la jornada en la capilla del hospital con el rezo de laudes. Después recorren las instalaciones e imparten los citados sacramentos a los enfermos cuando estos o sus familiares los llaman. “Estas semanas atrás hemos llegado a alcanzar 15 o 16 unciones al día. Hoy estamos entre dos y cuatro”, señala Julián Esteban.

Protegidos con mono, gafa estanca, gorro, mascarillas y guantes, siguen de forma estricta el protocolo y evitan en todo momento el contacto directo con el enfermo para evitar el contagio. Para llevar a cabo este acto litúrgico, utilizan un bastoncillo impregnado con el óleo con el que realizan la señal de la cruz al paciente en la frente y en las manos.

“Como humanos que somos, temor siempre hay pero sabemos que nuestra vocación está ahora con más razón. La vocación supera el temor que podamos tener a contagiarnos”, señala Zornoza cuando se le pregunta por el miedo a resultar infectado por un virus que se está manifestando con gran virulencia.

“Yo lo que le pido al Señor no es que me libre del miedo sino que esto no se convierta en una rutina para no bajar la guardia. Miedo conscientemente no tengo”, comenta el otro capellán.

Hace dos años, Julián Esteban cursó un máster sobre Bioética en la Universidad Católica de Murcia (UCAM) que completó con un trabajo sobre la ‘perspectiva cristiana de la muerte como realidad atractiva y su incidencia en los enfermos de cuidados paliativos’. "Puedo compartir con ellos la experiencia agradable de una muerte en Cristo; eso es corroborar mucho mejor que el tribunal la tesis que he hecho. Y me llena de consuelo", mantiene.

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La administración de la unción al enfermo se limita “la mayoría de las veces” a una charla breve debido a la inminencia de la muerte. Otros, sin embargo, la han recibido y han logrado superar la enfermedad. “Cuando nos llaman no es porque necesariamente esté agonizando o porque esté a punto de fallecer una persona. La unción de los enfermos es un sacramento para cuando uno está enfermo. Y, cuando lo piden ellos, tenemos un diálogo dentro de las limitaciones”, cuenta Eugenio Zornoza, ordenado en 1992 y antiguo sacerdote de Coria (Cáceres).

“¿Me puede decir cómo es el cielo?”

“Hay experiencias enternecedoras», tercia Julián Esteban. Y cuenta algunas de las vivencias de esta semanas: “Un enfermo me dijo: ‘Padre, yo sé que voy a ir al cielo porque usted me ha confesado, ¿pero me puede decir cómo es?’. En otra ocasión, otra persona me dijo que no sabía si me habían llamado sus familiares, las enfermeras o el Señor porque él estaba implorando para que fuera. Son palabras que te dejan sobrecogido”.

Sin fieles y a puerta cerrada, Julián y Eugenio celebran cada tarde a las 18 horas misa en la capilla del hospital. También los domingos y festivos a las 11 de la mañana. Y siempre que pueden bajan a la puerta de Urgencias a las 20 horas para el homenaje que se brinda al personal sanitario como agradecimiento por su labor en esta pandemia.

“Pensamos que nuestra labor era importante antes y lo es ahora, al llevarle los sacramentos a los enfermos y estar acompañando al personal de la casa para que sepa que estamos aquí apoyándole y que, en la medida en que lo necesiten, estamos nosotros ahí”, apostilla Eugenio Zornoza.

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