Religión en Libertad

Se creó en Alicante, en 2020, a raíz de las dificultades ocasionadas por el confinamiento

Centro de Acogida San Agustín: el hogar donde los sin techo vuelven a sonreír y a sentirse personas

Ofrecen cenas –de lunes a viernes, ropa–, calzado, material de abrigo y productos de higiene personal.C.A.S.A

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El Centro de Acogida San Agustín (C.A.S.A) nació en pleno confinamiento por el Covid-19, en 2020, como respuesta urgente ante una realidad social agravada por la pandemia. 

La comunidad de monjas Canónigas Regulares Lateranenses, que hasta entonces ocupaban el convento de la Preciosísima Sangre de Cristo, situado junto a la concatedral de San Nicolás, en pleno centro de Alicante (España), se trasladó al Monasterio de la Santa Faz. Desde su traslado, siempre manifestaron su deseo de que su antiguo convento albergara una obra de caridad.

Mar García, periodista y coordinadora del equipo de calle de Cáritas durante años, conocía muy bien la situación de las personas sin hogar de Alicante. Durante años, Mar recorrió las calles de Alicante junto a un grupo de voluntarios, repartiendo alimentos y compañía durante largas jornadas nocturnas hasta altas horas de la madrugada de los viernes. 

Munilla, obispo de Orihuela-Alicante, con los voluntarios que colaboran con C.A.S.A.

Sin embargo, la situación de calle de estas personas no permitía ir más allá del gesto material: hacía falta un espacio digno donde ofrecer algo más. 

Mar y las monjas ya se conocían y compartían una relación de amistad, y fue precisamente como fruto de ese encuentro —entre la generosidad de las religiosas y la visión y perseverancia de Mar— como nació C.A.S.A.: un lugar cálido y acogedor, donde poder conversar, escuchar y acompañar con dignidad a quienes viven en la calle. Un hogar donde, más allá de la comida, se brinda humanidad.

La gran familia de C.A.S.A

C.A.S.A. está formado por un equipo comprometido de más de 80 voluntarios que participan semanalmente en la acogida. Entre ellos hay gente de todas las edades, algunos extranjeros.

Diversos profesionales colaboran en esta tarea: abogados, médicos, psicólogos... una trabajadora social y personas que imparten diversos talleres.

Además, numerosas empresas donan productos o recursos para hacer posible la mejor atención de las personas sin hogar. Todos aportan lo que saben y pueden, con un objetivo común: construir un espacio de dignidad y encuentro.

"Ofrecemos cenas calientes de lunes a viernes entre las 16:30 y las 20:30. Además, proporcionamos ropa, calzado, material de abrigo y productos de higiene personal", indican a ReligiónEnLibertad desde C.A.S.A.

"Contamos con servicios de asesoramiento legal, atención médica y psicológica, así como talleres centrados en la búsqueda de empleo, adicciones, delitos de odio, extranjería y actividades manuales y recreativas. Todo ello se complementa con un seguimiento social personalizado y un acompañamiento humano constante", añaden.

No es solo un comedor

Pero, C.A.S.A. no es solo un comedor: es un hogar en el sentido más profundo y humano de la palabra. "Lo que nos hace diferentes es nuestro enfoque integral y afectivo: una acogida real, escucha activa y relaciones personales que sanan".

Es sabido que vivir en la calle endurece y aísla; muchas personas sin hogar acaban desarrollando una fuerte individualidad como mecanismo de supervivencia

"En C.A.S.A. queremos romper ese aislamiento, fomentar la comunidad, el vínculo entre ellos, el sentido de pertenencia, y que vuelvan a recuperar la autoestima, la ilusión por volver a reinsertarse en la sociedad", apuntan.

"Aquí no solo encuentran un plato caliente —que en muchos casos es su única comida del día—, sino también un lugar donde sentirse parte de algo, donde se les mira a los ojos, se les llama por su nombre y se les trata con la dignidad que toda persona merece", comentan.

La diversidad de perfiles es enorme. Atienden a personas que lo perdieron todo tras la crisis económica, especialmente hombres que trabajaban en la construcción y que, tras el colapso del sector, vivieron rupturas familiares que los llevaron a la calle.

Los voluntarios ofrecen a los sin techo sus conocimientos de cocina.c.a.s.a.

También atienden a migrantes de países como Cuba, Venezuela, el Magreb, países del Este, jóvenes sin red de apoyo familiar y personas que, por diversas razones, han quedado totalmente al margen del sistema. Cada historia es única, pero el denominador común es la necesidad de ser acogidos.

La respuesta que reciben es de profunda gratitud. Las personas que acuden a C.A.S.A. valoran especialmente el trato humano, la calidez, la escucha.

"Sabemos que no siempre es fácil salir de la calle, pero cuando reciben apoyo y se les brinda el acompañamiento adecuado, muchas personas empiezan a dar pasos: encuentran empleo, acceden a ayudas o simplemente mejoran su bienestar emocional", aseguran.

Incluso quienes no consiguen un cambio inmediato encuentran alivio y dignidad al sentirse parte de una comunidad.

La base de C.A.S.A. es la caridad. "Intentamos llevar la Misericordia del Corazón de Cristo a quienes más lo necesitan. Nos inspira profundamente el espíritu de San Agustín, que entendía el amor como la base de toda vida comunitaria: 'Ama y haz lo que quieras'", afirman.

"Buscamos ser ese lugar de descanso, de paz, de encuentro. Buscamos ayudar en la medida en que las personas sin hogar quieren ser ayudadas, con total libertad, respetando a cada uno como es. Creando un hogar donde nadie se sienta solo".

León XIV, un aliado

"Ha sido una gran alegría, una noticia esperanzadora. Un Papa agustino nos recuerda que la Iglesia tiene raíces profundas en la espiritualidad, el pensamiento y la vida comunitaria. San Agustín enseñaba que 'nadie se salva solo', y eso es también el corazón de nuestra misión", comentan desde C.A.S.A. 

"Como ha dicho nuestro obispo, Munilla, un Papa agustino nos invita a volver al interior, al corazón, al servicio de los más frágiles. Además, su experiencia misionera refuerza esa llamada a salir al encuentro de los que sufren, de los descartados, como los que cada noche se sientan a cenar con nosotros".

Existen muchas formas de ayudar a C.A.S.A., y una de las más valiosas es a través del tiempo. Cada día, entre 10 y 12 voluntarios colaboran en la acogida: ponen la mesa, calientan los alimentos, preparan el caldo, el café, la bollería y sirven la cena.

Pero lo más importante es que no solo sirven una comida: escuchan, acogen y ofrecen cariño. Porque muchas veces, lo que más falta hace no es un plato, sino una palabra amable, una mirada que reconozca, una conversación que devuelva dignidad.

Cada semana, más de 80 voluntarios hacen posible que este hogar funcione, aportando no solo manos, sino corazón. Además, algunos ponen al servicio de los demás sus talentos y habilidades.

Alejandra, por ejemplo, organiza talleres de manualidades donde se crean pulseras, carteritas que se convierten en un tres en raya, o fichas de dominó hechas a mano. Estas actividades generan lazos, autoestima y alegría.

En alguna ocasión, Melisa, con su guitarra y sus canciones, transmite una gran paz. Mientras que Silvia, una voluntaria psicóloga, siempre está dispuesta a escuchar y animar.

"Si tienes una profesión, también puedes colaborar desde tu ámbito: abogados que orientan en temas de extranjería, psicólogos que imparten talleres de autoestima y ofrecen atención individual, médicos que, además de la atención primaria, imparten talleres sobre adicciones. Todos ellos aportan herramientas para una vida más plena", informan.

¿Cómo puedo colaborar?

"El voluntariado es el alma de C.A.S.A., pero tras cinco años de recorrido también necesitamos un compromiso económico estable. Por eso animamos a hacerse socio de C.A.S.A., con una aportación mensual, trimestral o anual, según tus posibilidades. Por pequeña que sea, nos ayuda a garantizar la continuidad del proyecto".

"Además, puedes colaborar fácilmente haciendo una donación por Bizum al código: 11935. Las empresas también pueden implicarse. Muchas ya lo hacen, aportando recursos económicos o materiales como sacos de dormir, platos, vasos y utensilios que se utilizan a diario".

Más de 80 voluntarios hacen posible que este hogar funcione.c.a.s.a.

"En definitiva, hay muchas formas de comprometerse: con tu tiempo, con tu talento, con tu apoyo económico. Toda ayuda, por pequeña que parezca, suma esperanza y mantiene viva esta casa abierta al corazón humano".

"Nos comprenden y nos escuchan"

Norberto Otamendi tiene 52 años, es cubano y lleva siete meses en situación de calle. "Empecé yendo para cenar y me gustó tanto que me involucré en todos los talleres que ofrecen. No me pierdo ninguno: voy al de búsqueda de empleo, al de manualidades, al de pasapalabra, al de autoestima. Todos me gustan mucho porque están muy implicados los que lo realizan", comenta a ReL.

"Lo que más valoro son los talleres. Me ayudan mucho a relajarme y a distraerme de la tensión de mi situación y de los papeles. Llegué a Alicante hace siete meses. Yo quiero trabajar. Soy cocinero es mi profesión y mi vocación. Pero me da igual si tengo que estar limpiando váteres. Quiero trabajar para conseguir una vivienda y poder salir de esta situación que me está dejando mal la cabeza", añade. 

El cubano asegura que "la calle es muy dura. No lo sabes hasta que te ocurre. No quiero estar más así. Pero el tema de mis papeles se está complicando mucho. En C.A.S.A, el trabajador social, Adrián, me ha ayudado mucho, con la colaboración de Cáritas y Cruz Roja. Pero lo que necesito es resolver mis papeles para poder trabajar y salir de este infierno".

Sobre sus "samaritanos", Norberto comenta: "Muchos de sus voluntarios: con una sonrisa, te preguntan genuinamente como va todo (...). Creo que el espíritu que los mueve es la fe y la creencia en Dios. Para mí, la fe es fundamental para no derrumbarse en esta situación. A mi me está ayudando. Siempre me ha ayudado".

Pedro tiene 63 años y es español. Aproximadamente desde el mes de marzo está en la calle. "Conocí C.A.S.A. a través de unas personas que me dijeron que había un comedor social aquí en Alicante donde daban de cenar. A partir de ahí, no he faltado ningún día", comenta.

"He recibido mucho apoyo social, especialmente para buscar ayuda, ya que ahora no tengo ningún tipo de ingreso. Me están ayudando a conseguir el mínimo vital y los papeles que me hacen falta. También he recibido ayuda de los roperos, me han dado zapatos y ropa cuando lo he necesitado.

"Valoro la confianza que te da todo el grupo del proyecto C.A.S.A., y que son buena gente. El rato que estás con ellos te lo hacen pasar tranquilo y bien. Desean escucharte. Son muy buena gente".

"No te falta comida, tienes un rato tranquilo todos los días, tienes caliente y no te falta de nada, te dan ropa. Para mí, es un apoyo total. Es un servicio entregado para nosotros", comenta.

"La verdad es que me hacen estar más tranquilo porque sé dónde tengo un lugar que me puede ayudar. Puedo contar con ellos. Yo creo que son gente que sabe que hay personas que lo están pasando mal en la calle, y por empatía, eso es lo que los mueve. La empatía. Nos comprenden porque nos escuchan. Nos escuchan porque tienen buen corazón".

Los rostros de la entrega

Nuria Domenech tiene 48 años, es de Alicante (España) y se ha dedicado toda su vida a ser maestra de infantil, hasta hace cuatro años, que le diagnosticaron parkinsonismo y, desde entonces, se dedica a cuidarse, a ser madre, amiga, hija y ama de casa.

"Colaboro desde hace un año y medio, más o menos. La motivación ha sido siempre la inquietud por ayudar e invertir mi tiempo en algo valioso, como es el trato con las personas desde otra perspectiva (...). Busco darme al otro y lo que eso significa, porque cuando te das, recibes el doble y eso es muy gratificante", comenta a ReL.

"Mi primera experiencia como voluntaria en el comedor de las monjas fue interesante (...). Mi reacción fue de profunda ternura y conecté con la gratitud automáticamente, observando en mí todas mis quejas internas y aparentes 'problemas', porque al ver la vulnerabilidad de esas personas solo sentía agradecimiento".

"Estas experiencias han influido en cuanto a tomar conciencia de que somos iguales a ojos de Dios, y en la gratitud que esto me provoca, la ternura que desarrollo, y la vulnerabilidad que muestran. El hecho de darme, en realidad, es un acto aparentemente generoso pero, también, hay algo de ego, porque esperas que te devuelvan: ese darte con un gracias, con sentirte visto, valorado y admirado... esto también gusta".

"A nivel de fe, me doy cuenta de que Jesús estaría ahí como uno más, ofreciéndose, es también alentador pensar en que entre cada uno de ellos y de nosotros Él está. Les diría a todos que se dieran la oportunidad de probar, y experimentar esa sensación de paz que te devuelve el acto de darte", concluye la voluntaria.