Viernes, 19 de abril de 2024

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Epifanía 2016

Epifanía, Cristo manifestado a los gentiles. San Agustín

por La divina proporción

¿Quiénes eran los Magos de Oriente? No se sabe con certeza, aunque sea posible hacer conjeturas muy probables. La primera es que eran estudiosos de las Escrituras y de los Cielos. Eran sabios, pero su actitud les señala como humildes y juiciosos. Supieron juzgar las intenciones de Herodes y desconfiar de él. Los regalos que trajeron evidencian que sabían que encontrarían a alguien realmente relevante. Fueron, como se atestigua en los Evangelios, los primeros gentiles en arrodillarse ante del Niño Dios. 

Los pastores alabaron a Dios por haber visto a Cristo; los magos, además de haberle visto, lo adoraron. En los primeros aparece, ante todo, la gracia; en los segundos se manifiesta una humildad superior. Quizás aquellos pastores, siendo menos culpables, experimentaban más vivamente el gozo de la salvación, mientras que los magos, cargados de muchos pecados, más humildemente suplicaban perdón. He aquí que aquella humildad recomendada por la Escritura divina es poseída por los gentiles en mayor grado que por los judíos. Gentil era aquel centurión que, habiendo recibido al Señor con todo su corazón, dijo, no obstante, que era indigno de que entrase en su casa, y no quiso que viese a su siervo enfermo, sino que ordenase su curación. De esta manera retenía presente en su corazón a aquel cuya presencia bajo su techo rechazaba por sentirse indigno. Finalmente, dijo el Señor: No he hallado tanta fe en Israel. También era gentil aquella mujer cananea que, oyéndose llamar perro por el Señor e indigna de que se le arrojase el pan de los hijos, exigió, por su condición de perro, las migajas, y de esta forma mereció no serlo, porque no negó serlo. También ella, en efecto, escuchó de boca del Señor: ¡Oh mujer!, grande es tu je. La humildad había producido en ella una fe grande, porque se había hecho pequeña. (San Agustín, Sermón 203, 2) 

Epifanía significa “manifestación de los alto”. Dios se manifiesta ante lo Magos de Oriente de forma contradictoria. Está allí como Niño indefenso, nacido en un establo y sin ninguna relevancia social. Pero al mismo tiempo, la Estrella de Belén revela que ahí está presente Dios. Dios se manifiesta de como un símbolo. ¿Símbolo? Le explico. Pensemos un una señal de peligro. Este signo indica que detrás de ella hay algo que puede dañarnos, aunque la humilde señal esté impresa en un humilde papel pegado en la pared. De igual forma, Cristo abre al ser humano la comprensión de la presencia de Dios detrás de la humildad de la naturaleza humana. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, aunque nos cueste creerlo. Además, nos muestra el camino. En la medida que dejemos que la Gracia de Dios nos invada y nos transforme, también seremos símbolos vivos de Dios. A esto se le suele llamar santidad, aunque la palabra “santo” nos resulte desagradable e incómoda. 

Los Magos de Oriente se arrodillaron frente al Señor, evidenciando que el conocimiento y la sabiduría siempre están bajo la Verdad. La Verdad, el Logos, Cristo, es la Luz se encarna en el mundo para habitar entre nosotros (Jn 1, 13). La Luz da sentido a todo lo creado y de todos nosotros. La Epifanía es una primicia del Kerigma que todos los bautizados hemos recibido y que tenemos que proclamar en todo lugar y a toda persona, que quiera escucharnos (Mc 16, 15). Si hemos abierto la puerta a Cristo y ha comido con nosotros, llevamos en nuestro corazón esa Luz intensa que es la Verdad. ¿Nadie enciende una luz para ocultarla debajo de un cajón de medida o del lecho donde dormimos (Mc 4, 21) ¿Cómo está la Luz que debería habitar nuestro corazón? 

A lo mejor todavía no hemos recibido la esta Luz. A lo mejor nos sentimos temerosos de abrir la puerta porque somos sencillos, como los pastores que convocó el Ángel. Pero si los sencillos fueron llamados ¿Qué podemos temer? A lo mejor nos sentimos sabios y relevantes en el mundo, lo que nos hace temer que otros nos tachen de locos o estúpidos. Pero los Magos de Oriente fueron convocados por Dios a través de su propia sabiduría. No dudaron en dejar todo y seguir a la Estrella de Belén. No dudaron en abrir su corazón a la primicia de la Buena Noticia. A lo mejor nos da vergüenza que otras personas nos vean esperando, confiados, a que el Niño Dios nazca en nuestros corazones. ¿Qué podemos temer? ¿Tememos que la Luz nos delate como lo que realmente somos? ¿Nos sentimos más cómodos en la tenebrosa complicidad humana? Sólo hemos de temer que Cristo se aleje de nosotros. ¿A dónde iremos Señor? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6, 68) ¿Está nuestro corazón alegre? 

Hoy en día se habla de que los cristianos debemos aparentar estar alegres todo el día, como signo de la felicidad que llevamos dentro. Pero la felicidad no parte de una nueva y pesada ley que nos obliga a representar una mentira. La felicidad nace de Cristo que vive en nosotros y no tiene que mostrarse haciendo ridículas coreografías ni sonriendo hasta que se nos caigan las mandíbulas a pedazos. Si nos piden que representemos una farsa (como hizo Herodes), bendigamos a Dios y sigamos el camino que nos marca la Estrella. La felicidad es mucho más sobria, humilde y sencilla: se evidencia en la confianza que nos permite decir cada día con humildad: Señor mío y Dios mío, arrodillándonos en el templo de nuestro corazón. 

Reciba mis más sinceros deseos de una verdaderamente feliz Epifanía del Señor. Una Epifanía en la que sienta que Cristo ha nacido en su corazón y espera a que usted manifieste Su presencia minuto a minuto.

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