Miércoles, 24 de abril de 2024

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¿Enseñamos a nuestros hijos la belleza de la oración?

¿Enseñamos a nuestros hijos la belleza de la oración?

por Néstor Mora Núñez

La familia es importante y esto se demuestra por la cantidad de información de sí misma y de su encaje en la sociedad en que vivimos. Es cierto que para algunos, la importancia de la familia se demuestra por al necesidad de ser reformulada o trastocada. Estas personas evidencian que tienen claro que la familia es pilar que sostiene a la sociedad y si quieren una sociedad diferente, deben empezar por lograr una familia diferente. ¿Somos los católicos conscientes de esto?

 

Su Santidad nos recuerda esta misma evidencia en la última audiencia general de este año. El discurso de la audiencia se centró en la familia de Nazaret. Todo el discurso merece una lectura pausada y profunda, pero me permito extraer un párrafo que me parece especialmente importante: 

Queridos amigos, por estos diferentes aspectos que, a la luz del Evangelio, he esbozado brevemente, la Sagrada Familia es icono de la Iglesia doméstica, llamada a orar juntos. La familia es Iglesia doméstica y debe ser la primera escuela de oración. En la familia, los niños, desde su más tierna edad, pueden aprender a percibir el sentido de Dios, gracias a la enseñanza y al ejemplo de sus padres, viviendo en un ambiente de presencia de Dios. Una educación auténticamente cristiana no puede prescindir de la experiencia de la oración. Si no se aprende a orar en familia, será más difícil luego llenar este vacío. Por lo tanto, quisiera invitar a todos a redescubrir la belleza de rezar juntos, como familia, a la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret y, así, llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia. 

Benedicto XVI nos recuerda que los padres tenemos la responsabilidad de mostrar a Dios como sentido de todo y no solo como un bonito adorno navideño. Estas palabras nos hacen plantearnos si realmente comprendemos el sentido de Dios para poder transmitirlo a nuestros hijos. 

En física, el sentido se define a través de una línea y un vector orientado dentro de ella. La línea somos nosotros mismos y lo que nos rodea. Es el aspecto inmediato de lo que vivimos y somos. Es el soporte sobre el que desarrollamos nuestra existencia. Ciertamente, existen infinitas líneas en el espacio tridimensional, pero sólo una que establece nuestra relación directa con Dios. La menor distancia que une dos puntos es la longitud del segmento lineal que los une. Una sola línea parte de nosotros y llega hasta El. Podemos buscar millones de alternativas, pero serán engaños y espejismos que nos alejan del Señor. 

Pero no basta la línea. Nos hace falta una orientación en que recorrer la línea. La orientación implica voluntad. Podemos quedarnos parados, alejarnos o movernos hacia Cristo, a través de lo inmediato y cotidiano. Nuestra vida tiene sentido si parte de nosotros, llega a Dios y nuestras acciones están encaminadas a acercarnos a El. 

Dentro de las acciones hay una especialmente interesante: la oración.  La familia es el mejor lugar y situación para enseñar a orar a nuestros hijos. Tendríamos que ser conscientes que la enseñanza de la oración no es algo estático que se da en un momento y vale para toda la vida. Cada edad tiene su forma de oración. Cada edad tiene un vacío peculiar que hay que llenar con la oración. Los padres debemos acompañar a nuestros hijos en cada paso, sin forzar la marcha y sin detenernos. ¿Complicado? Imposible sin la Gracia de Dios. Posible si dejamos que sea El quien se manifiesta a través nuestra. ¿Para qué si no recibimos el sacramento del matrimonio? 

Hay quien menosprecia el sacramento del matrimonio y lo hace por ignorancia de la tremenda responsabilidad que llevamos en nuestras manos. Volviendo al discurso de la audiencia papal, nos dice Benedicto XVI. 

Por lo tanto, quisiera invitar a todos a redescubrir la belleza de rezar juntos, como familia, a la escuela de la Sagrada Familia de Nazaret y, así, llegar a ser realmente un solo corazón y una sola alma, una verdadera familia.

 

Redescubramos esta belleza y llevémosla a nuestros hijos. Imploremos que el Señor nos ilumine con sus dones y nos permita ser sacramento suyo que se transmite en nuestros hijos.

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