Viernes, 26 de abril de 2024

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En respuesta a los que quieren vender el patrimonio católico

En respuesta a los que quieren vender el patrimonio católico

por Duc in altum!

 Voy a tocar un tema polémico, sin embargo, creo que tiene una respuesta lógica y que puede disipar muchas dudas. No son pocos los que se preguntan, ¿por qué la Iglesia tiene propiedades cuando Jesús no mandó directamente a construir catedrales o basílicas? A simple vista, da la impresión de que se trata de una súper estructura poco conectada con el Evangelio, sin embargo, así como Cristo valoraba al templo de Jerusalén (Cf. Juan 2, 13-25) por ser un lugar de silencio y oración, encontramos que realmente tiene sentido que la Iglesia cuente con sus propios espacios y medios para llevar a cabo el ejercicio de la misión que le ha sido encomendada en la persona de los bautizados.

Así como en una familia se da la figura jurídica civil de la herencia, en el sentido de que pasan los bienes de una generación a otra, lo mismo sucede con la Iglesia. Gracias al esfuerzo de muchos católicos que a lo largo y ancho de los siglos han impulsado la consolidación del patrimonio cultural del cristianismo, a través de obras y donaciones, hoy tenemos distintos medios para seguir impulsando la causa del Evangelio con  independencia, es decir, sin tener que vernos influenciados por los poderes públicos que no siempre supieron reconocer la figura de Jesús en los acontecimientos. Una Iglesia dependiente del Estado, corre el riesgo de perderse a sí misma. De ahí que sea necesario contar con recursos propios para garantizar el sano desarrollo de los diferentes proyectos apostólicos. Los que sugieren vender las propiedades y obras artísticas que se tienen como parte del patrimonio eclesial, no son conscientes del esfuerzo que supuso para quienes las consiguieron y trabajaron, como una serie de medios para atraer recursos y, desde ahí, sistematizar mejor la ayuda que se brinda a la sociedad en general. Por ejemplo, gracias a los activos que recibe la Iglesia a través de los turistas que visitan diariamente las diferentes áreas del Vaticano, es posible financiar distintas iniciativas relacionadas con el mantenimiento de las misiones humanitarias en África y otros lugares vulnerables. Si todos los bienes se hipotecaran, como de hecho lo sugirió la película de las “Sandalias del pescador” (1968), caería en manos de particulares y no sería suficiente como para eliminar la pobreza que hay en el mundo. De hecho, traería como consecuencia una cierta privatización del arte sacro.

Queda claro que debe darse una opción preferencial por el Evangelio y, por ende, utilizar los bienes que se tengan con prudencia, transparencia y justicia, sin embargo, venderlos sería perder la autonomía necesaria y caer en manos de aquellos que no siempre tienen buenas intenciones. Lo anterior, no quiere decir que el Estado deba de suprimir la ayuda que brinda a la Iglesia, pero sí que la comunidad de creyentes tiene el derecho de contar con sus propios medios para evitar que algunos sectores políticos abusen de la fe y caigan en los turbios negocios propios de la Edad Media. Por esta razón, el Papa Benedicto XVI ha estado trabajando en la reforma de las normas financieras del Banco Vaticano.

Es razonable que los edificios que la Iglesia no pueda sostener cambien de giro, sin embargo, vender debe ser la última opción, pues hay alternativas que pueden ser claves para revitalizar la fe en aquellos lugares que se han visto marcados por el secularismo. Por ejemplo, una abadía deshabitada, se podría convertir en un espacio propicio para organizar retiros y peregrinaciones. Aún en aquellos países en los que el catolicismo representa un pequeño porcentaje de la población nacional, existe el interés por contar con espacios artísticos y silenciosos para hacer un alto en el camino y conocerse mejor a sí mismos, lo que como Iglesia podríamos aprovechar para darle un enfoque católico.

Vender por tratar de proyectar una imagen de pobreza y austeridad, equivale a malgastar lo que otros cristianos han trabajado. Además, el arte también es una forma de comunicar a Dios. Quienes hemos tenido la oportunidad de visitar la Basílica de San Pedro o la Sagrada Familia de Barcelona podemos dar fe de todo esto. Luego entonces, no se trata de acumular tesoros, sino de saber compartir y poner al servicio del Evangelio lo que hemos ido construyendo con el paso de los siglos. En este sentido, se puede hablar de una economía solidaria. Aprovechar las ganancias que producen los museos de la Iglesia, para impulsar a Caritas Internacionalis.

Yo sueño con ver todas esas propiedades abiertas para que los jóvenes puedan reunirse en ellas y hacer de dichos espacios, nuevos cenáculos de Pentecostés, al modo de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Ciertamente, existe el peligro de quedarse con estructuras muertas y es que las rocas por sí mismas no mantendrán viva a la Iglesia, sin embargo, abrir los espacios artísticos que se tienen en los conventos y en las abadías sin romper con la clausura, podría ser el inicio de una nueva etapa. Por ejemplo, invitar periódicamente a las Facultades de Arquitectura para que descubran el patrimonio cristiano y, desde ahí, pueden llegar a reconocerse como continuadores de la obra de Jesús en el mundo de hoy. Más que vender se trata de reorganizarse y manejar una administración activa, transparente y sustentable. Lo anterior, en la medida de las posibilidades que se tengan, pues como dice uno de los principios generales del Derecho, “nadie está obligado a lo imposible”.

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