Sábado, 20 de abril de 2024

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En el Jubileo de la Misericordia, no olvidemos la Justicia. San Agustín

En el Jubileo de la Misericordia, no olvidemos la Justicia. San Agustín

por La divina proporción

Empieza el Jubileo de la Misericordia, convocado por Su Santidad el Papa Francisco. En este Jubileo nos llama a adentrarnos en el Misterio de la Misericordia de Dios y vivirla en Verdad y Plenitud. El Papa Francisco deja clara la imposibilidad de separar Justicia y Misericordia en la propia convocatoria del Jubileo: 

La justicia por sí misma no basta, y la experiencia enseña que apelando solamente a ella se corre el riesgo de destruirla. Por esto Dios va más allá de la justicia con la misericordia y el perdón. Esto no significa restarle valor a la justicia o hacerla superflua, al contrario. Quien se equivoca deberá expiar la pena. Solo que este no es el fin, sino el inicio de la conversión, porque se experimenta la ternura del perdón. Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está a la base de una verdadera justicia. (Papa Francisco. Bula de convocación del jubileo extraordinario de la misericordia)

 

Es necesario dejar claro que Dios es el único que puede ser capaz de ser Justo y Misericordioso al mismo tiempo. La razón es evidente, es omnipotente. La justicia es un atributo de Dios y no significa necesariamente un castigo. Dios es justo constantemente sin que con ello vaya alanzando rayos y truenos por todas partes. Dios es justo, por ejemplo, cuando nos ofrece los mandamientos. Es justo porque si no nos revela su Voluntar ¿Cómo podríamos cumplirla? Dios es justo cuando nos muestra el camino de la caridad, porque encarnando a Dios (Caritas) nos plenificamos. Dios es justo cuando nos ofrece el perdón de nuestros pecados, ya que sabe que nuestra naturaleza herida y limitada no es capaz de sacarnos del barro del pecado. 

Jacob, al morir, dice a su hijo José: Si be encontrado gracia a tus ojos, pon tu mano debajo de mi muslo y me harás misericordia y verdad. Jacob obliga a su hijo con el mismo juramento con que Abraham había obligado a su criado. Abraham ordenándole de dónde buscaría mujer para su hijo y Jacob encareciendo que enterrasen su cuerpo. En ambos casos se mencionan aquellas dos cosas que han de ser tenidas y apreciadas en mucho, según todos los textos dispersos por las Escrituras y que se encuentran a cada paso; nos referimos a la misericordia y a la justicia, o a la misericordia y al juicio, o a la misericordia y a la verdad, pues en un texto se dice: Todos los caminos del Señor son misericordia y verdad. En definitiva, estas dos cosas tan recomendadas han de ser muy apreciadas. El criado de Abraham había dicho: Si obráis para con mi señor misericordia y justicia. Jacob dice a su hijo: me harás misericordia y verdad. (San Agustín. Cuestiones sobre el Génesis 1, 161) 

Para nosotros es imposible se justos y misericordiosos al mismo tiempo. Creamos leyes intentando imitar los mandamientos de Dios, pero nuestras leyes son, muchas veces, trampas que contravienen la propia naturaleza. Los Mandamientos hacen que la naturaleza herida tenga un remedio, por medio de la Gracia. Las leyes humanas no tienen ni tendrán nunca esa capacidad. Para entender esto suelo pensar en una manta o cobija. Los seres humanos tenemos un trocito muy pequeño para calentarnos u ofrecerlo a los demás. Mientras, Dios tiene la capacidad de darnos un trozo adecuado a cada momento de nuestra vida. La manta o cobija, tiene una longitud y un ancho. La longitud es similar a la justicia y el ancho a la misericordia. Si somos todos lo misericordiosos que podemos, nos quedamos con un hilo que nos cubre a lo ancho, pero que no nos da calor. Si somos todo lo justos que podemos, tendremos un hilo a lo largo, que tampoco nos dará calor. Justicia y misericordia son un Misterio insondable que sólo Dios es capaz de entender y ofrecernos como don: 

Ahora bien, cuando no consiga llegar a lo más profundo de un abismo, debo considerar la fragilidad humana antes de condenar la autoridad divina. Yo exclamo a todo grito y sin ruborizarme: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuan inescrutables son sus juicios y cuan irrastreables sus caminos! ¿Quién ha conocido la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le dio antes a él para que tenga que devolverle? Pues de él, y por él, y en él están todas las cosas; a él la gloria por los siglos de los siglos. (San Agustín. Sermón 294, 7) 

El problema del ser humano empieza cuando aparece la soberbia y con ella, el pecado original. Cuando creemos semejante a Dios nos convertimos en jueces y legisladores que terminan haciendo más mal que bien. Sobre todo actualmente cuando el derecho positivo ha echado a patadas al derecho natural. Cuando nos convertimos en repartidores de misericordias humanas, actuamos de la misma manera. Llegamos a decir que Dios lo acepta y perdona todo y que, en el fondo, le da igual lo que hagamos. Quien lo dice se sube al palco de la misericordia suprema y se le aplaude por abolir la justicia a favor de la misericordia. No nos damos cuenta que al hacerlo está expulsando de la sociedad y de la Iglesia a Dios mismo. Dios que es Justicia y Misericordia unidas. 

¿Cómo andar el Jubileo de la Misericordia? Les sugiero una serie de propuestas, que espero les sirvan: 

A) Ahondar en el don del arrepentimiento, que es el catalizador de la misericordia de Dios. Quien rechaza o desdeña el don del arrepentimiento, nos dice que Dios no es necesario.

B)  Ahondar el la Justicia de Dios, no es castigo sino como primicia de la misericordia. Si Dios no nos enseña y muestra su Voluntad, no podremos saber qué desea de nosotros. Si no sabemos qué desea de nosotros ¿Cómo saber cuando nos equivocamos? ¿Cómo podremos pedir la Gracia de Dios?

C)  Repasar las obras de misericordia, que son una formula maravillosa para andar el Jubileo con los pies dentro de la Tradición y la Doctrina. Ver estas obras en el Catecismo de la Iglesia Católica Nº 2447. No olvidarnos que son obras de misericordia: enseñar al que no sabe y corregir al que se equivoca.

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