Sábado, 20 de abril de 2024

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El silencio de la Doctrina Social sobre los temas monetarios.

por Apolinar

Con la que está cayendo y el modo en el que nuestros gobernantes han usado y usan su poder para crear dinero, el silencio de la Doctrina Social de la Iglesia ante los temas monetarios no debería durar mucho más.

Hoy el dinero ya no es ni el oro ni la plata. Tras un proceso paulatino de sustitución, el poder político nos ha hecho pasar de los metales preciosos como medios últimos de pago a un dinero creado de la nada por el Estado a través de los bancos centrales. Y lo que es más sorprendente de este proceso, el Estado ha concedido a los bancos el privilegio de poder crear desde el sector privado un dinero "tan bueno" como el estatal legalizándoles lo que sería el delito de prestar lo que no se tiene. Estos arreglos monetarios, que en buena parte han sido causa de la crisis global que padecemos, son motivos suficientes para que la Doctrina Social de la Iglesia alce su voz.

 
El dinero, ese bien económico que hoy tiene la forma de billetes y más frecuentemente de saldos contables, es imprescindible en las sociedades avanzadas. Todos los intercambios, y necesitamos muchos para vivir y prosperar, los hacemos en dinero y buena parte a través de sistemas virtuales de pago. Cargamos y abonamos nuestras cuentas corrientes para intercambiar el fruto de nuestro trabajo, tremendamente especializado, por los bienes y servicios que otros producen y necesitamos para vivir.
 
El dinero no es en sí riqueza, pero es el medio legal más poderoso para hacerse con la riqueza de los demás. El “amor al dinero” es la expresión más pura de la codicia del hombre que desea tener todo lo que ve y no es suyo. Crear más dinero, por tanto, no es crear más riqueza, sino otorgarles a unos mayor capacidad para hacerse con los recursos escasos de la sociedad.
 
Quien tiene dinero tiene el poder, nada despreciable, de hacerse con la riqueza de los demás, y ahora que el Estado se ha arrogado un poder absoluto y discrecional para crear tanto dinero de la nada como desee, sin más límite que la conciencia de unos burócratas tan vulnerables a las pasiones del mundo como Ud. o como yo, el dinero fiduciario corre el peligro de convertirse en el bebedizo perfecto para excitar un aquelarre de plutócratas en torno al Gran Cabrón.
 
 
Ante todo esto, el Magisterio dice poco, pero lo que dice es absolutamente esencial como pilar sobre el que construir un sistema monetario que no sea un foco de infección y corrupción social. El número 2.431 del Catecismo nos recuerda que la actividad económica, en particular la economía de mercado, “no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político. Por el contrario supone una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema monetario estable”.
 
En efecto, hoy es necesario más que nunca insistir en la necesidad no solo práctica, sino también moral, de un sistema monetario estable. El problema es que el Magisterio no dice nada más (que yo sepa), y esta es una gran deficiencia que será necesario cubrir.
 
Sabemos que es necesario un sistema monetario estable, pero ¿qué podemos entender por tal? ¿Qué valoración moral merecen los gobiernos que pueden crear tanto dinero como quieran? ¿Qué valoración moral merece la inflación, la dilución constante del valor del dinero que nos obliga a todos a ser especuladores si no queremos ver como se diluyen nuestros ahorros?, ¿cual es el juicio moral de la podredumbre política que lleva a la hiperinflación? ¿Qué valoración moral merece que la iniciativa privada pueda crear cuentas corrientes sin respaldo en dinero "real", pero que puedan ser consideradas tan buenas como el dinero? ¿Es correcto que los bancos gocen de privilegios estatales para llevar a cabo negocios tan extraordinariamente lucrativos como endeudarse barato a corto plazo, para prestar caro a más largo a plazo, o dar en préstamo un dinero que se les ha confiado en custodia? Sobre estas cuestiones el Magisterio no dice nada. Quizás no haya nada que decir, pero a simple vista parecen hechos graves donde la denuncia profética se echa en falta.
 
O quizás el problema esté en los economistas que asesoran al Magisterio en temas monetarios. ¿Quiénes son esos economistas? No lo sé, pero a juzgar por los frutos no esperaría nada bueno. Hoy, las teorías monetarias en boga son todavía las pagadas y aplaudidas por las poderosas plutocracias financieras, que exigen que no se preste atención a la estabilidad de la cantidad de dinero. Un buen ejemplo lo tenemos en el antes incuestionado y sublime “Maestro”, Alan Greenspan, ex-presidente de la Reserva Federal de los EE.UU., que dijo a principios de este siglo, sin presentar la dimisión acto seguido por tal declaración de incompetencia para el cargo, que no se puede saber lo que es el dinero. Todo lo contrario, esto ha pasado a ser doctrina entre los responsables de la creación de dinero, y quien opine que es necesario controlar la cantidad de dinero en un sistema de dinero fiduciario, como el actual, es apartado por retrogrado y opuesto a los grandes avances que nos trae la política monetaria actual.   
 
En cualquier caso, debería ser deber de la Iglesia, de la jerarquía y de los fieles, cubrir esta laguna en temas monetarios, buscar buenos economistas que ayuden a explicar los hechos tal y como son. Que los obispos y sacerdotes se formen bien en las implicaciones morales de los temas monetarios, al igual que hicieron en el Siglo de Oro español los escolásticos de la Escuela de Salamanca, cuando en sus manuales para confesores, no en libros de economía (que tampoco existían como tales), expusieron las “leyes naturales”, las leyes económicas que deben regir un sistema monetario y que ayudan a calificarlo como moral.
 
Ahí está, por ejemplo, el padre Juan de Mariana, S.J. (15361624), y su lucha contra la arrogancia inflacionista de Felipe III, que tanto colaboró a la ruina moral y económica de España. Denunció la práctica inmoral de envilecer la moneda, de diluir su valor, aunque a una escala muy inferior a lo que consiguen hoy los bancos centrales entre los vítores y aclamaciones de la profesión económica dominante. La inflación, explicaba el padre Mariana, la provocan los tiranos para robar a sus súbditos igual que hacen con impuestos opresivos. Pero hoy, la lista de desarreglos monetarios es mucho mayor de la que podría siquiera imaginar el padre Mariana. Así que hoy, más que nunca, es necesario que la Doctrina Social de la Iglesia tenga una opinión sólida sobre los temas monetarios y que los sacerdotes se formen en las implicaciones morales cuando las leyes naturales sobre el dinero, el tipo de interés y el crédito se pervierten.
 
 
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