Sábado, 20 de abril de 2024

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El experimento del violinista y Vicente del Bosque

por Mi pasión por el deporte

El periódico Washington Post realizó hace algunos años uno de los experimentos más interesantes sobre la conducta humana. El importantísimo rotativo estadounidense pidió a uno de los violinistas más importantes del mundo, el ex niño prodigio Joshua Bell, que se vistiera con unos texanos, una camisa de manga corta y un gorro y que tocara en el mismísimo metro de la ciudad de Washington a primera hora de la mañana. Tres días antes, Bell había ofrecido un concierto en el Boston Simphony Hall, que registró un lleno absoluto.

El artista aceptó el ofrecimiento. Tomó su violín Stradivarius, valorado en tres millones y medio de dólares, y comenzó a tocar su magia en la mismísima estación de L’Enfant Plaza, justo delante de gente cuyo único objetivo era no llegar tarde al trabajo.

Pasaron tres minutos y 63 personas hasta que alguien pudo percatarse que una música especial sonaba en la estación. Treinta segundos después, Bell recibió su primer dólar. En total, en los 43 minutos que estuvo tocando, cayeron algunas monedas más, uno que otro billete y sólo un hombre lo reconoció….

Sin lugar a dudas, una función muy diferente a  la ofrecida en Boston la misma semana, donde los amantes de la música clásica estaban dispuestos a pagar una media de 100 dólares por una entrada.

En el último Retiro que predicó a las religiosas del convento de Tulebras, el sacerdote Pablo Domínguez explicó esta anécdota y concluyó, como moraleja de la historia del experimento del Washington Post: “lo más bello puede estar pasando a nuestro lado y nosotros no darnos cuenta”.

Desde luego, lo más bello: poder vivir un nuevo día, nuestra esposa, nuestros hijos, la mismísima Eucaristía… y nosotros acostumbrados a ello, sin darnos cuenta, preocupados por otras cosas de mucho menor importancia. Por ello decía Pablo Domínguez: “tenemos que luchar por no acostumbrarnos, por estar siempre dispuestos a que el Espíritu Santo nos sorprenda”.

Hace justo dos semanas, España logró algo que ninguna selección de fútbol europea había conseguido: ganar consecutivamente dos Eurocopas, habiendo conquistado, además, la Copa del Mundo entre los dos títulos continentales.

El categórico triunfo sobre Italia, 4-0, significó el tercer campeonato seguido para una selección irrepetible. ¿Quién nos lo hubiera dicho hace sólo seis años cuando era imposible para España superar la ronda de cuartos, cuando la última presencia en una final se remontaba a la Eurocopa disputada en Francia en 1984?

Sin embargo, nos hemos acostumbrado a ello. Lo hemos convertido en rutina y hemos perdido la capacidad de sorprendernos, de vibrar con algo histórico y de disfrutarlo momento a momento.  

Es cierto que la victoria final, especialmente por la forma en que se logró, desató una alegría que empezó a mostrarse con la prórroga ante Portugal y los especiales penaltis en los que brillaron, entre otros, Sergio Ramos e Iker Casillas. Pero, desgraciadamente, Vicente del Bosque y sus planteamientos fueron cuestionados desde el comienzo de la Eurocopa, desde un empate inicial contra Italia que, a la postre, no resultó ser nada malo. Las críticas llovieron después de ese primer partido por la falta del 9, porque se decía que no había habido la preparación adecuada… Y no deja de ser curioso, los aplausos y el reconocimiento llegaron tras la final, a pesar de que el entrenador salmantino repitió, contra los italianos, la misma alienación del debut español en la Eurocopa.

La trayectoria de Del Bosque es incuestionable. No sólo ha mejorado la herencia de Luis Aragonés y ha llevado a España a conquistar Mundial y Eurocopa, sino ha ganado todos ¡sí todos! los partidos disputados en la fase de clasificación para ambos campeonatos. Cuando el momento es más complicado, cuando una derrota te manda a casa, a partir de los octavos de final en el Mundial y de los cuartos en la Eurocopa, el once de Del Bosque no ha recibido un solo gol, algo que certifica que esta selección española, además de su exquisita técnica, sabe competir como nadie.

Pero nos hemos acostumbrado, y demasiado pronto, a ser los mejores, a salir a todos los terrenos de juego como favoritos.

El camino sigue. Las eliminatorias para el próximo comenzarán muy pronto. Serán complicadas, al igual que un Campeonato del Mundo de Brasil donde España volverá a intentar hacer historia, ya que nunca una selección europea se ha alzado con el título en tierras americanas.

Que no nos ocurra como a las personas que pasaron por el metro de Washington mientras tocaba su violín Joshua Bell…

Si lo mejor está ocurriendo a nuestro lado –y no me refiero sólo al fútbol que trenzan los hombre de Del Bosque-, no perdamos la capacidad de dejarnos sorprender y, sobre todo, ¡disfrutémoslo que es algo inigualable e irrepetible!
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