Jueves, 28 de marzo de 2024

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Domingo de Ramos "olvidado"

por Los Tres Mosqueteros

El Domingo de Ramos no fue, como muchos piensan, un día triunfal para Nuestro Señor. Al contrario, si se lee con atención el Evangelio, puede adivinarse que fue uno de los días en que el Señor se sintió más solo y triste.

Bueno es saberlo para acompañar a Cristo en esta Semana santa y aprender a no ser cristianos superficiales. Con este motivo hemos recuperado este fragmento del libro "El Evangelio olvidado", escrito por el Padre Miguel de Bernabé.
 
“… En la mañana luminosa del Domingo de Ramos, rodea­do de gente que le aclamaba agitando palmas y ramas de olivo, el Señor, al torcer el recodo del camino del Monte de los Olivos, vio desplegarse ante sí a Jerusalén, brillante de mármol y dorados a la luz del mediodía.
     Fue entonces cuando aquel Hombre «inflexible y seve­ro», que había pronunciado palabras tan duras contra in­crédulos y fariseos, detuvo su humilde cabalgadura y mi­ró fijamente a la amada ciudad. Debió producirse un gran silencio entre los más cerca­nos que, estremecidos, vieron atónitos como por las mejillas de Cristo resbalaban lágrimas ardientes que luego se transformaron en sollozos, a la vista de sus emocionados y confusos discípulos y en medio de un peno­so silencio.

     Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella (Lc 19, 41).
     Después, lentas y entrecortadas, pronunció las amargas palabras: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita» (Lc 19,42-44).

     Los apóstoles, y los demás que le rodeaban, debieron sentir sus ojos llenos de lágrimas, y acongojárseles el co­razón ante aquel Cristo tan abatido y desolado.
 

      Y, sin embargo, creo que el peor momento de la maña­na no fue éste, sino el que sobrevino algún tiempo después, cuan­do «recobrado» el Señor (a lo menos para los que le rodeaban) se reanudaron las aclamaciones y el júbilo de todos, y Cristo hubo de proseguir su camino «triunfal». Fue entonces cuando debió sentir su corazón desgarrado al ver como hasta los apóstoles, sus más íntimos amigos, se ol­vidaban del amargo instante (es trágico ver como el hombre, aun instintivamente, se sacude el dolor y la desgracia, lle­gando a ser -en el caso de los buenos- inconscientemente crueles) para unirse a la alegría y el júbilo de todos (mejor dicho, de «casi» todos) y aclamar al triunfador, al héroe de la mañana. ¡Qué ironía!

Los que iban delante y los que seguían detrás gritaban: «¡Hosanna al Hijo de David!¡Bendito el rey de Israel, el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Paz en el cielo; hosanna y gloria en las supremas alturas!» (Lc 19,38).

     Pero más sarcasmo debió parecerle «al que todo lo ve y para el que todo es presente» que, veinte siglos después, muchos lectores de estas amargas páginas se con­muevan y reprochen su superficialidad a los apóstoles, pero ellos, cerrado el libro, no se sientan interpelados por este Cristo herido, y sigan cometiendo las mismas faltas que los discípulos del Domingo de Ramos.”
 
"El Evangelio olvidado", P. Miguel de Bernabé, pág 67-69
 
Los Tres Mosqueteros
 
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