Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Domingo 29 T.O. (A) y pincelada martirial

por Victor in vínculis



Las maquinaciones para perder a Cristo continuaban. En este domingo escuchamos cómo los fariseos le enviaron discípulos suyos, que eran estudiantes ya aventajados en la Ley, pero que aún no habían recibido el título oficial de rabí. Estos jóvenes, que podían aparentar más llaneza, eran los espías que le envían a Jesús. Con ellos le mandan también una representación de herodianos. Estos eran los partidarios de la dinastía de Herodes, y estaban en buenas relaciones con la autoridad romana.

Lo importante aquí, como en todos los pasajes de la vida apostólica de Jesús, es el problema de fondo: ¿quién es este?, ¿qué clase de nueva doctrina es esta?, ¿con qué poderes la confirma? Las preguntas de los responsables religiosos de Israel no siempre son capciosas; nacen de una responsabilidad; pero esta se convierte luego en culpa, pues no quieren creer, a pesar de abundantes pruebas doctrinales y milagros, que Jesús es el Enviado de Dios. Jesús, que tiene conciencia de ser el Salvador prometido por Dios, sigue anunciándose a sí mismo como tal, con poderosos argumentos. Lo trágico es que aquellos que debieran entenderle se excluyen voluntariamente del reino, mientras que entran en él los ignorantes según el mundo, los pobres, los pecadores que se arrepienten, los gentiles.

Ante la pregunta capciosa hecha a Cristo, todos van a escuchar una respuesta inesperada. Es lo que un autor francés[1] califica como parábola en acción, por la estrategia pedagógica que utiliza el Señor: “Enseñadme la moneda del impuesto”. Y aquellos, por el hecho mismo de llevar consigo esa moneda, muestran su hipocresía. Los judíos reconocían que ante el Imperio romano se daba una situación de hecho, un gobierno de hecho, y de hecho había que cumplir con él las obligaciones exigidas por el bien común. Después, tanto San Pablo como San Pedro[2] en sus cartas insistirán en las obligaciones debidas al poder constituido.

Y de aquí se obtiene la lección: las obligaciones para con el César, para con nuestros gobiernos, son temporales; las obligaciones para con Dios son trascendentales. Lo importante es que el hombre, que lleva grabada la imagen de Dios, se entregue por completo a Él.

En el Catecismo podemos leer cómo se nos anima a cumplir con los deberes ciudadanos: el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país... La actividad política, la organización de la vida social... -afirma el nº 2442- forma parte de la vocación de los fieles laicos. Y ellos deberán atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje evangélico y a la enseñanza de la Iglesia.

Con mucha más claridad, cuando San Juan Pablo II visitó España en el año 1993, en el discurso que pronunció en Huelva[3] afirmaba:

“Según esto, no debemos seguir manteniendo una situación en la que la fe y la moral cristianas se arrinconan en el ámbito de la más estricta privacidad, quedando así mutiladas de toda influencia en la vida pública y social. Por eso, desde aquí animo a todos los fieles laicos de España a superar la tentación inhibicionista y a asumir con decisión y valentía su propia responsabilidad de hacer presente y operante la luz del Evangelio en el mundo profesional, social, económico, cultural y político, aportando a la convivencia social unos valores que, precisamente por ser genuinamente cristianos, son verdadera y radicalmente humanos”.

Tiene que terminar en nosotros mismos esa división entre nuestra vida cristiana, nuestra vida interior, nuestra vida espiritual, y nuestra vida social. Nuestra vida espiritual tiene que iluminar el trabajo donde estemos, nuestros hogares, nuestra patria. El Señor nos llama a esto con esa última frase, más clara de lo que muchas veces queremos interpretar: “Dad al César lo que es del César -esto es, cumplid con fidelidad vuestras obligaciones- y a Dios lo que es de Dios”.
 
Pero casualmente a Dios le interesan mucho más de lo que pensamos nuestras cosas temporales, nuestro mundo, nuestra sociedad; sin quedarnos en él, porque estamos preparados para otro sitio -¡somos ciudadanos del cielo!-, pero buscando siempre ayudar a los otros con generosidad de ánimo, entregando nuestro corazón en la sociedad, en el mundo en que nos ha tocado vivir. Así verdaderamente devolveremos a Dios lo que es de Dios.

Hoy celebramos el DOMUND, Domingo Mundial de Propagación de la Fe, Jornada Misionera Mundial por excelencia, que constituye cada año para la Iglesia una preciosa ocasión para reflexionar sobre su naturaleza misionera.
 

Recordando siempre el mandato de Cristo: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28,19), la Iglesia es consciente de ser llamada a anunciar a los hombres de todo tiempo y lugar el amor del único Padre que, en Jesucristo, quiere reunir a sus hijos dispersos (Jn 11, 52).

Este año -escribe el Papa Francisco[4]- se nos vuelve a convocar en torno a la persona de Jesús, “el primero y el más grande evangelizador” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 7), que nos llama continuamente a anunciar el Evangelio del amor de Dios Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Esta Jornada nos invita a reflexionar de nuevo sobre la misión en el corazón de la fe cristiana. De hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no sería la Iglesia de Cristo, sino que sería solo una asociación entre muchas otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y desapareciendo […].

Que hagamos misión inspirándonos en María, Madre de la evangelización. Ella, movida por el Espíritu, recibió la Palabra de vida en lo más profundo de su fe humilde. Que la Virgen nos ayude a decir nuestro “sí” en la urgencia de hacer resonar la Buena Nueva de Jesús en nuestro tiempo; que nos obtenga un nuevo celo de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte; que interceda por nosotros para que podamos adquirir la santa audacia de buscar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.
 
PINCELADA MARTIRIAL
San Juan Pablo II y los mártires españoles

San Juan Pablo II beatificó a 468 mártires (de los cuales el grupo más numeroso fue el de los valencianos el 11 de marzo de 2001, 233 mártires de la persecución religiosa en Valencia) y canonizó a los únicos 11 santos que han sido reconocidos hasta ahora, tras los milagros que los elevaron a los altares.



El número de víctimas martirizadas durante la persecución religiosa que, desde 1931, asoló España y que sobre todo, coincidió en el espacio temporal con los días aciagos de la Guerra Civil Española de 1936 a 1939, ascendía a 6.832. Según el estudio de investigación histórica de Antonio Montero Moreno, arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, publicado en 1960, de los 6.832 mártires, 4.184 pertenecían al clero secular: doce eran obispos, había un administrador apostólico y una treintena de seminaristas; 2.365 eran religiosos y 238 eran religiosas. Luego muchas de esas cifras se han corregido.

Con motivo de la celebración del Jubileo del Año 2000, el Papa Juan Pablo II solicitó la preparación de un catálogo de los mártires cristianos del siglo XX. También España colaboró con la reelaboración de los catálogos que las diferentes diócesis entregaron para la celebración ecuménica que tendría lugar en el Coliseo romano en el mes de marzo de ese año 2000. Pero ya entonces, Mons. Vicente Cárcel Ortí, sacerdote y afamado historiador, comenzó a hablar de una cifra superior a los 10.000 mártires españoles asesinados en dicho período. Los datos se desglosan así: doce obispos, un administrador apostólico, cerca de siete mil sacerdotes, religiosos y religiosas, y en torno a tres mil seglares, la mayoría de ellos pertenecientes a la Acción Católica. El trabajo en las diócesis sigue reconstruyéndose minuciosamente para ajutar lo más posible dichas cifras.

El 29 de marzo de 1987 fue una jornada realmente histórica en la trayectoria de las Causas de Canonización españolas: el Papa Juan Pablo II pronunció los nombres de las siervas de Dios: María del Pilar de San Francisco de Borja, Teresa del Niño Jesús y de San Juan de la Cruz, María de los Ángeles de San José, declarando que en adelante debían ser llamadas beatas y autorizando su culto en los lugares y del modo establecido por la ley eclesiástica. Las tres religiosas del Carmelo de San José de Guadalajara se convertían en las primeras beatificadas del inmenso grupo de mártires españoles de la persecución religiosa de 19311939.

El otro hito lo marcarían los mártires de Turón, ocho hermanos de La Salle y un pasionista, asesinados en esa localidad asturiana el 9 de octubre de 1934. A este grupo se sumaría un ilerdense, que también era hermano de La Salle, Jaime Hilario Barbal, fusilado en Tarragona el 18 de enero de 1937. Los diez habían sido beatificados el 29 de abril de 1990 y fueron canonizados el 21 de noviembre de 1999. Fueron los primeros santos de tan amargo y cruel episodio de la historia de España. Finalmente, a ellos se unía Pedro Poveda Castroverde, fusilado en la mañana del 28 de julio de 1936. El P. Poveda fue beatificado el 10 de octubre de 1993 y canonizado en España el 4 de mayo de 2003, en la última visita que Juan Pablo II hizo a nuestra nación.

Cumplidos ya 81 años del estallido de aquella guerra, nuestros mártires siguen hablándonos. Y fue San Juan Pablo II, cuya fiesta celebramos hoy 22 de octubre- quien les dio voz para que la Iglesia conociese su testimonio. La voz que en tantas homilías -en las diferentes beatificaciones que él mismo realizó durante su pontificado- no dejó de insistir en que el martirio cristiano es semilla de reconciliación, nunca de odios ni rencores.

Y tras la beatificación ayer de 109 claretianos en la Sagrada Familia: ya son ¡1815 los mártires de la persecución religiosa española en los altares! ¡Rogad por nosotros! ¡Rogad por España!
 

[1] PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia comentada, pág. 350 (Madrid 1962).
[2] Romanos 13, 7; I Pedro 2, 1314
[3] San JUAN PABLO II, Discurso en Huelva, 14 de junio de 1993 (números 5-8).
[4] Papa FRANCISCO, Mensaje para la Jornada Mundial de Misiones 2017 (números 1-2).
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