Viernes, 19 de abril de 2024

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Desánimo en la Iglesia

Desánimo en la Iglesia

por La divina proporción

La Esperanza del cristiano debería de inmunizarlo ante los problemas y sinsabores que nos depara la vida. Pero curiosamente la Esperanza no es el rasgo más abundante dentro de las comunidades en que vivimos. 

Ayer tuve una reunión con varios amigos que pertenecemos a una asociación de ayuda a las misiones y nos planteamos por enésima vez qué es lo podemos hacer, desde una España en crisis, para ayudar a personas que viven muy por debajo del umbral de pobreza y de dignidad humana. Desde hace más o menos un par de años, hemos observado que los donantes no están muy dispuestos a aportar fondos. Los donantes institucionales por razones evidentes. Los fondos para ayuda al desarrollo son escasos o inexistentes, en entidades privadas y públicas. Por parte de las personas colaboradoras, también existe un cierto rechazo a aportar fondos que entienden son más útiles para paliar nuestra propia crisis. No puedo criticar a estas personas, ya que tienen razones para ello. 

En la tormenta de ideas que solemos hacer, siempre terminamos quejándonos de la corrupción en los países de destino, la incapacidad de las personas de estos países para responsabilizarse colectivamente de su destino y sobre todo, desconfiamos que nuestros esfuerzos valgan para algo. Nosotros mismos cerramos los caminos que llevan a la Esperanza y desistimos de muchas cosas porque las vemos imposibles antes de intentarlas. 

Pero este no el único entorno donde la desesperanza se ha instalado. Oyendo hablar a personas de la Iglesia, rara vez encontraremos una propuesta innovadora o diferente, que no sea sometida a un consejo de guerra con veredicto final prefijado. Parece que la “fatalidad” nos guíe como perro lazarillo. Resulta evidente que creemos en la fatalidad y desdeñamos la Divina Providencia, dejándola como una locura imposible. Curiosamente muchas personas viven su cristianismo confiando en la Providencia del día a día y la providencia no les defrauda. Cristo nos dice en varios episodios evangélicos que Dios cuida de nosotros. siempre que le dejamos cuidarnos. Lo triste es que no le dejamos actuar con frecuencia, ya que aceptamos la derrota antes de iniciar la batalla. Siempre esperamos que llegue “alguien” que sea el que haga todo lo que ninguno de nosotros realiza. 

¿Cuántas cosas imposibles se han hecho realidad para asombro de los incrédulos? ¿Dónde está nuestra Fe? Sin Fe ni Esperanza, ¿Qué Caridad podemos llevar a cabo? ¡Claro! Siempre se puede hacer caridad humanitaria desprovista de sobrenatulidad. 

La desesperanza es un rasgo pagano que no hemos conseguido erradicar de nuestra sociedad. Casi diría que es un tipo de idolatría que nos atenaza y petrifica. Siempre estamos mirando atrás, como la mujer de Lot. Siempre increpamos a Cristo por desear enfrentarse lo imposible con Espezanza:

«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.» (Mc 8, 29-35)
 

¿Pensamos como los hombres? Casi siempre lo hacemos y nos cuesta mucho dejar la cómoda inercia de hacerlo. Quien empieza algo derrotado, se evita muchos esfuerzos y encima recolecta las palabras de consuelo que quienes le rodeamos. Sin mi no podéis hacer nada (Jn 15, 5) Y si nada podemos, es que Cristo está ausente.

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