Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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Del purgatorio, una breve reseña histórica

por Luis Antequera

 
            Pues aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, como vulgarmente suele decirse, y en este caso, más concretamente, la lectio magistralis que el Papa Benedicto XVI ha impartido sobre las visiones de Santa Catalina de Génova (n.1447-m.1510) relativas al purgatorio, no está de más que hagamos un breve repaso a lo que ha sido “la historia” terrenal del lugar en cuestión... Porque el purgatorio existirá o no, esa es cuestión teológica de la que muchos sabrán más que yo, pero lo que es en la tierra, en el mundo, tiene una historia muy concreta, algunos de cuyos datos son los que pretendo aportarles aquí.
 
            Aunque no es posible encontrar una referencia clara a la existencia del purgatorio en las páginas del Nuevo Testamento, y menos aún en las del Antiguo, se suele utilizar como argumento escriturístico del mismo, a falta de mejor indicación en las palabras de Jesús, la Carta de San Pablo a los Corintios, en la cual leemos:
 
            “Y la calidad de la obra de cada cual la probará el fuego. Aquél cuya obra construída sobre el cimiento resista, recibirá la recompensa. Mas aquél cuya obra quede abrasada sufrirá el daño. El, no obstante quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego” (1Co. 3, 1315).
 
            En cualquier caso, el proceso de jerarquización de los pecados y de los pecadores hace obligada la búsqueda de una solución al problema que plantea el cristiano que, sin ser digno del premio celestial, tampoco es tan réprobo como para merecer el castigo de toda una eternidad en el infierno. De hecho, sin hablar aún de un purgatorio como lugar físico, sí existen tempranas referencias a un “fuego purificador” o “fuego purgatorio” no eterno, sino limitado temporalmente al fin al que sirve, esto es, la purificación.
 
            A San Cipriano (m. 258) cabe el honor de utilizar el término “fuego purgatorio” por primera vez, cuando afirma la necesidad de aplicarlo en un caso muy concreto: aquellos pecadores que se hallen, en el momento de la muerte, en trance de cumplir la penitencia impuesta en una confesión, y por lo tanto, no hayan recibido aún la absolución: a tales efectos, es de señalarse que la absolución simultánea a la confesión de los pecados no comenzará a darse sino en el s. X.
 
            San Gregorio Nacianceno (n.330-m.395) da un nuevo paso importante cuando, al hablar del infierno, se refiere como San Cipriano, a un fuego purgatorio, pero lo aplica a los pecadores leves, y es distinto del fuego punitivo que castiga a los grandes pecadores. En similar dirección se expresan San Efrén (n.306-m.373), San Basilio (n.329-m.379), San Agustín de Hipona, San Anselmo de Canterbury (m.1109), o Gilbert de la Porrée (m.1154) entre otros.
 
            Ahora bien, ¿en qué momento se pasa de la idea de un mero fuego purgatorio aplicado a los pecadores “salvables”, pero en cualquier caso, en el mismo infierno, a la de un lugar distinto del infierno llamado purgatorio y “especializado” en aplicar tal fuego? El texto más antiguo al respecto podría ser el Sermón 59 de San Pedro Damián (n.1007-m.1072), que al citar las cinco regiones que acogen al fallecido, llama a la tercera “regio expiationis” (=reino de la expiación), y lo define como “loca purgatoria” (=lugares purgatorios), si bien se discute sobre la autoría de parte de la obra, la cual podría haber sido retocada con posterioridad.
 
            Una vetusta utilización del término aparece en un sermón atribuído por unos, a Hildebert de Lavardin, obispo de Lemans (m.1133); por otros, a Pedro el Comedor (m.1179); y por otros, a Odón d’Ourscamp (m.1171).
 
            Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho, (la historia se escribe así), la tradición viene otorgando la paternidad del concepto a San Bernardo de Claraval (n.1091-m.1153) en su Sermón 42. Comoquiera que sea, dos hechos importantes son poco discutibles. Primero, la idea se halla consolidada a finales del s. XII. Segundo, dos son los centros desde los que se lanza: el cabildo de Notre Dâme en París, y Citeaux, la capital del Císter. A comienzos del s. XIII, el Papa Inocencio III (11981216) predica el purgatorio en un sermón del día de todos los santos.
 
            Establecida la diferencia básica entre infierno y purgatorio en que aquél es eterno y punitivo y éste provisional y purificador, los interrogantes que plantea el purgatorio asemejan mucho a las que plantea el infierno. Pero para no alargarles a Vds. en demasía, ese tema lo dejaremos para otro día, día en el que, como siempre les digo, hallaré sumo placer en volver a encontrarles por aquí.
 
 
 
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