Viernes, 29 de marzo de 2024

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Del primer registro civil de la historia: el del Templo de Jerusalén

por En cuerpo y alma

 
 
            Como es sobradamente conocido, el Concilio de Trento impone a las parroquias de los diversos puntos de la cristiandad la orden de llevar a cabo registros civiles de nacimientos (bautismos), matrimonios y óbitos. Ahora bien, ¿y si yo les dijera que muchos siglos antes de Trento, tanto como veinte o veinticinco siglos, los judíos ya apuntaban las genealogías de sus habitantes en registros cuya custodia se llevaba a cabo probablemente en el Templo o en las oficinas aledañas?
 
            Muchos son los indicios que permiten realizar tan arriesgada afirmación sin temor a equivocarnos. En el Antiguo Testamento, los árboles genealógicos afloran por doquier, y sólo a modo de ejemplo tenemos los recogidos en el Libro de Esdrás (2, 1-70; 7, 1-5; 8, 114; 10, 18-44) o Nehemías (7, 6-72; 11, 412).
 
            El propio Evangelio nos ofrece dos genealogías completas de su personaje central, y si bien es verdad que ambas son diferentes, una diferencia para la que la exégesis ha ofrecido diversas explicaciones a alguna de las cuales nos referiremos algún día en esta columna, ello no es óbice para que ambas genealogías pretendieran, por lo menos, ser ciertas, y lo que es, a los efectos, aún más importante: creíbles a ojos de los lectores a los que la obra iba dirigida. Las dos genealogías como muchos de Vds. sabrán sin duda, las ofrecen Lucas (Lc. 3, 23-38) y Mateo (Mt. 1, 117).
 
            Saliendo del Evangelio, un texto no muy posterior cuya condición de componente de la literatura apócrifa cristiana no tiene porqué afectar a lo tocante al tema que nos ocupa, nos dice que cuando Joaquín, padre de María, consideró seriamente la eventualidad de morir sin descendencia, “se contristó en gran manera y se marchó al archivo de Israel con intención de consultar el censo genealógico y ver si por ventura había sido él el único que no había tenido posteridad en su pueblo. Y examinando los códices, encontró que todos los justos habían suscitado descendientes” (Prot. 1, 3).
 
            Otro autor coetáneo importantísimo para conocer los elementos que componen el ambiente en el que nace el cristianismo, Flavio Josefo, en su “Autobiografía” nos brinda su propia genealogía, para, una vez aportada, informar de lo siguiente:
 
            “Esta es la genealogía de nuestra familia, tal cual la encontré inscrita en los registros públicos, y así la expongo, con la intención de callar a quienes pretenden calumniarnos” (op. cit. 1, 6).
 
            Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica” incluso relata un hecho importante que aconteció a dichos archivos y que supuso su menoscabo algunos años antes de que ora en las revueltas del año 70 en que Tito destruye el Templo, ora en las del año 135 en que Adriano reduce la ciudad de Jerusalén a polvo, los registros desaparecieran definitivamente, cual es el siguiente:
 
            “Además, hallándose inscritas hasta entonces en los archivos las familias hebreas, incluso las que se remontaban a prosélitos, como Aquior el amonita, Rut la moabita y los que salieron de Egipto mezclados con los hebreos, Herodes [se refiere a Herodes el Grande, rey cuando Jesús nace, pinche aquí si desea conocer algo más sobre todos los Herodes con los que Jesús ha de convivir], porque en nada le tocaba la raza de los israelitas y herido por la conciencia de su bajo nacimiento, hizo quemar los registros de sus linajes, creyendo que aparecería como noble por el hecho de que tampoco otros podrían hacer remontar su linaje , apoyados en documentos públicos, a los patriarcas o prosélitos o a los llamados “geyoras”, los extranjeros mezclados” (op. cit. 1, 7, 13).
 
            Y sin más, ni menos, por hoy, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, como les digo cada día. Por mi parte aquí estaremos mañana.
 
 
            ©L.A.
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