Miércoles, 24 de abril de 2024

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Del día de los fieles difuntos que celebramos hoy: una breve reseña histórica

por En cuerpo y alma

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            Después de conocer ayer la historia de la fiesta de todos los santos, toca hoy conocer la de la fiesta de los fieles difuntos, su perfecto complemento, pues si aquélla conmemora a todos aquéllos que, finalizado su paso por el mundo, se ya hallan en presencia del Creador, ésta conmemora, en cambio, a todos aquéllos que aún se hallan expiando sus penas en el purgatorio, a la espera de su definitiva entrada en el Cielo.
 
            Se trata, pues, como vemos, de una celebración íntimamente relacionada con la cuestión del purgatorio que trataremos algún día en esta columna, si bien no está de más anticipar ya que cabe a un autor tan temprano como San Cipriano (200-258) el honor de utilizar el término fuego purgatorio por primera vez, cuando afirma la necesidad de aplicarlo en un caso muy concreto: aquellos pecadores que se hallen, en el momento de la muerte, en trance de cumplir la penitencia impuesta, y por lo tanto, no hayan recibido aún la absolución. Si bien la idea de un lugar “especializado” distinto del infierno llamado “purgatorio” en el que aplicar el fuego purgatorio a los pecadores “salvables”, pertenece quizás al benedictino San Pedro Damián (10071072), que al citar en su Sermón 59 las cinco regiones que acogen al fallecido, llama a la tercera “regio expiationis” (reino de la expiación), y la define como “loca purgatoria” (lugares purgatorios).
 
            En cualquier caso, se atribuye la idea de la conmemoración de todos los Fieles Difuntos al santo francés San Odilón (9611041), cuarto abad del célebre monasterio benedictino de Cluny, a quien se atribuye también la creación de otras prácticas cristianas como la “tregua de Dios”.
 
            Odilón habría instituído la fiesta de los Difuntos en 998, eligiendo para celebrarla tal día como hoy, 2 de noviembre, es decir, el día justo posterior a la festividad de todos los santos, que como sabe el buen lector de esta columna, halla importante arraigo desde el s. VIII merced a la acción de papas como Bonifacio IV o Gregorio III.
 
            El dominico Jacobo De La Vorágine, autor del famoso tratado hagiográfico medieval “La Leyenda Dorada”, que por cierto llama también a la fiesta de los fieles difuntos con el bonito nombre de “conmemoración de las almas”, lo relata de esta manera tan colorida:
 
            “Enterado San Odilón –dice Pedro Damiano- de que en los alrededores de un volcán de Sicilia oíanse a menudo grandes voces y alaridos de los demonios quejándose de que los vivos con sus limosnas y oraciones les arrebataban las almas de los muertos, dispuso que en todos los monasterios dependientes de su jurisdicción se celebrase anualmente la conmemoración de los fieles difuntos inmediatamente después de la fiesta de todos los santos”.
 
            La gran influencia que por ese entonces ejerce la orden del Cluny a la que San Odilón pertenece y su amplia extensión por las tierras de Europa contribuye eficazmente a la divulgación del uso en todo el orbe cristiano.
 
            Obsérvese la mención que De La Vorágine realiza de Pedro Damiano, autor fundamental en la cuestión del purgatorio, como biógrafo de San Odilón, autor fundamental en la cuestión del día de los fieles difuntos, lo que una vez más, nos pone en la pista de la relación entre una y otra cuestión.
 
            En España y Portugal, así como en todas sus posesiones a lo largo y ancho del planeta, Benedicto XIV, papa que lo es entre 1740 y 1754, concederá a los sacerdotes el privilegio de celebrar tal día como el de hoy tres misas, privilegio que en 1915, extiende Benedicto XV a todos los sacerdotes del orbe católico.
 
            Para terminar, la celebración del día de los difuntos no es sino una expresión más del dogma que rezamos en el Credo llamado de la “Comunión de los santos”, por el cual, los méritos y sufragios de los unos miembros de la comunidad pueden ser benéficos para los demás, lo que faculta a la Iglesia a ofrecer por ellos la misa, las indulgencias, las limosnas y los sacrificios de sus hijos, así como, por supuesto, los méritos sobreabundantes de la Pasión de Cristo.
 
            Y sin más sino desearles que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, con un recuerdo a todos cuantos tal día como hoy nos faltan, les despido una vez más hasta la próxima, en la espera de encontrarles de nuevo por esta columna.
 
 
 
            ©L.A.
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