Jueves, 28 de marzo de 2024

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Del día en que, hace setenta años, un ser humano reconocía ante el mundo entero no ser Dios

por En cuerpo y alma

 
            Muchos de Vds. aún recuerdan su menuda figura, un entrañable y simpático personaje al que no se le caía nunca la sonrisa de la boca, dedicado a algunas causas benéficas relacionadas, sobre todo, con la biología marina, e infaliblemente acompañado de otra figura no menos bonhomínica y sonriente como era la de su esposa. El pequeño padrecito de todos los japoneses. Me refiero nada menos que a Hirohito, Emperador del Imperio del Sol naciente, vale decir del Japón.
 
            Hiro Hito nace el 29 de abril de 1901. Es el primogénito del emperador Yoshihito y de la princesa Sadako, y lo que es aún más importante, nieto del Emperador Mutsu Hito, el verdadero refundador del Japón, el hombre que sacó al país del feudalismo asiático para introducirlo en la revolución industrial y en el mundo occidental.
 
            Hiro Hito casa con la princesa Kuni Nagako, más conocida como Emperatriz Kojun, “perfume puro”, que le dará siete hijos entre los cuales el heredero Akihito, nacido en 1933.
 
            El 25 de diciembre de 1926, hará noventa años este año, a la muerte de su padre Yoshihito, Hiro Hito le sucedía en el trono, y sólo quince años más tarde, el 7 de diciembre de 1941, con el general Hideki Tōjō como Primer Ministro del país, Japón atacaba la flota norteamericana en Pearl Harbor, con lo que no sólo realizaba una declaración fáctica de guerra a los Estados Unidos, sino que se implicaba de lleno en la Segunda Guerra Mundial.
 
            El desenlace de la contienda planetaria, precipitado con las dos bombas atómicas lanzadas sobre el país, la primera de ellas en Hiroshima y la segunda en Nagasaki, no podrá ser, como todo el mundo sabe, más adverso para la suerte del Imperio del Sol Naciente.
 
            A pesar de todo, contra todo pronóstico, contra la opinión de muchos de los vencedores e incluso de la de muchos personajes importantes de la vida japonesa, y gracias, sin duda, al General norteamericano McArthur que ocupa y gobierna la isla-imperio, Hiro Hito salva no solo la vida, sino hasta el trono, lo que no le privará de tener que someterse a dos momentos terriblemente humillantes para él mismo y para su país.
 
            El primero es la declaración de la rendición del Japón, también llamado Rescripto Imperial de Rendición, que Hiro Hito pronuncia en la radio el día 15 de agosto de 1945.
 
            El segundo, probablemente no más humillante para él mismo que para sus súbditos, muchos de los cuales incluso se suicidarán al conocerlo, la famosa “Declaración de humanidad“, mediante la que Hiro Hito reconoce, ni más ni menos, que no ser Dios:
 
            “Los lazos entre Nosotros y Nuestra gente siempre han sido de afecto y confianza. Estos lazos no dependen de leyendas y mitos. Estos lazos no son consecuencia de la falsa concepción de que el Emperador es divino, que los japoneses son superiores a otras razas, y que están destinados a gobernar el mundo”.
 
            Demasiadas fechas las que se amontona estos días sobre la biografía de Hiro Hito. Noventa años de su ascenso al trono este mismo año. Setenta, hace unos pocos días, de la declaración con la que rinde Japón. Setenta exactos años hoy de que el hombre reconociera ante el mundo entero que no era Dios... ¡no a cualquiera de nosotros, con todo un ejército de 150.000 hombres a sus órdenes, nos habría pedido tanto el Gral. McArthur!
 
            Y bien amigos, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Por aquí seguimos viéndonos.
 
 
            ©L.A.
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