Jueves, 28 de marzo de 2024

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Del buen perdón

por En cuerpo y alma

 
             Unas reglitas, si me lo permiten Vds. para ayudarnos a todos y cada uno de nosotros a perdonar y haciéndolo, a sentirnos mejor, que es de lo que se trata. Y conste que no soy de los que cree que todo en la vida sea perdonable: alcanzo a imaginar algunas ofensas para cuyo perdón no me creo capacitado, si bien es verdad que puedo tener una larga vida de cien años y no tener que pasar por ellas, vamos, que se trata de acontecimientos verdaderamente improbables y que, según espero, me podré morir sin haber sufrido.
 
            Ahora bien, no tratándose de esas ofensas, y partiendo, desde luego, de que sólo lo puede otorgar el agraviado(1) y de que siempre es potestativo y nunca obligatorio –algo importante que me parece necesario resaltar-, creo que el perdón es, efectivamente, una práctica muy saludable, y me gustaría aportar en las siguientes líneas algunos ejercicios que nos pueden ayudar a regalarlo, y con ello, a liberar nuestra alma (y nuestro cuerpo) de rencores tan innecesarios como contraproducentes.
 
            Ante cualquier ofensa lo primero que deberíamos hacer siempre es someterla al más estricto control de calidad: ¿se trató efectivamente de una ofensa? ¿no me cupo, tal vez, parte de culpa en ella? ¿no es quizás secundaria a alguna otra de la misma o parecida entidad que previamente haya realizado yo? Estas y otras preguntas de parecida índole nos ayudarán a situar la ofensa recibida en su justo ámbito y entidad.
 
            El segundo ejercicio a practicar, en el bien entendido de que la ofensa en cuestión ha superado el primer filtro, es tan sencillo como el de dejar pasar el tiempo para contemplarla en una perspectiva más amplia, y en todo caso, para que ese tiempo que tanto nos castiga en otras cosas, opere aquí los benéficos efectos que siempre opera si no se le ponen cortapisas ni dificultades. Las ofensas son como las heridas y cuando no son excesivamente graves, dispone el organismo de instrumentos más que suficientes para cicatrizarlas, con la única condición de que uno no se lama continuamente la cicatriz impidiendo que pueda encostrarse ella solita y luego desprenderse.
 
            Si aún el tiempo no consigue taponar la sangrante herida de la ofensa, entonces cabe recurrir al tercer instrumento que propongo: preguntarse si no es más práctico perdonar. El rencor, el odio, la revancha, son productos muy caros que no cualquiera se puede permitir. A veces conllevan un coste impagable en amigos que se pierden, en ambientes que se tienen que evitar, en palabras que no se pueden decir, ¡diría que puede llegar a tener un coste económico! El perdón es, por el contrario, un producto barato, un producto que cualquiera se puede permitir porque como el aire, aún podemos disfrutarlo sin pagar por él.
 
            Y si el argumento del pragmatismo tampoco sirve para alcanzar el buen perdón, cabe recurrir aún a uno último: el argumento de la salud. El rencor es uno de los factores que más envejece al ser humano, que más lo castiga, que más lo debilita… No es sano vivir en el rencor, y uno puede llegar a enfermar, a enfermar verdaderamente, físicamente, de rencor.
 
            Y bien amigos, reflexiones de autobús. Yo cojo mucho el autobús y como no soy de los que en circunstancia tal se pega al móvil, pues pienso en tonterías… unas tonterías que gracias a este medio fabuloso en el que llevo ya tantos años escribiendo, pues encima puedo contar a Vds.... ¡¡¡y algunos de Vds. hasta las leen!!! Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos, por aquí les espero como siempre.
 
                (1) Uno de los signos de los tiempos convulsos que nos ha tocado vivir es que todos tenemos prisa en perdonar las ofensas que les han sido hechas a otros, lo que no acostumbra a ser sino un síntoma más de hipocresía, de cobardía y de egoísmo.
 
 
 
            ©L.A.
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