Viernes, 29 de marzo de 2024

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De un chistecito de El Roto: comentario de texto

por Luis Antequera

 
            Hoy me hago eco de un chiste publicado por uno de los mejores humoristas gráficos de España, Andrés Rábago, conocido como El Roto, y antes como Ops. Nacido en 1947, ha colaborado con diarios como El Independiente o Diario 16, publicando actualmente sus viñetas en El País. Casi todos Vds. reconocerán sus viñetas en tonos sombríos con amplia predominancia del negro, que retrata bien su humor oscuro, no por ello menos pedagógico. Pues bien, vamos con él.
 
            El chiste es el siguiente: Dos manifestantes con una pancarta. Uno grita: “¡Fuera inmigrantes!”. El otro responde: “Menos mi asistenta”.
 
            Un chiste que tiene, -más allá de la realidad social que refleja perfectamente-, al menos dos lecturas. La primera, probablemente la que primero aflora, la de la inconsecuencia existente entre lo que constituye el pensamiento que uno exhibe, en el que siempre, o al menos muy a menudo, uno intenta mimetizarse con lo que considera el pensamiento colectivo, por muy contestado que éste pueda ser desde otro sector social, representado en este caso por el “¡fuera inmigrantes!”; y lo que uno está verdaderamente dispuesto a practicar, aunque sea en la algún tipo de oscura clandestinidad, reflejado en este caso en el “menos mi asistenta”.
 
            Refleja El Roto a mi entender la incongruencia presente en la actual sociedad, la necesidad de lavarse la conciencia para, en definitiva, seguir practicando las mismas conductas en lo que éstas nos reportan de ventaja. Los ejemplos son múltiples. Se me ocurre uno flagrante: reclamar hasta desgañitarse que el Estado dé el 0,7% del presupuesto a la cooperación internacional –por cierto, sin ni siquiera saber ni preguntarse qué es lo que realmente se hace con ese dinero, ni quienes son sus verdaderos beneficiados, no olvidemos que se trata de lavar la conciencia-, pero no hacerlo, en cambio, uno mismo de sus propias rentas en tanto el Estado se decide a hacerlo. Otro no menos ilustrativo, que le debo en este caso a mi cuñado: dejar de proporcionar bolsas en el supermercado para empaquetar los productos, pero al mismo tiempo, en las bolsas por las que ahora nos hacen pagar y no menos contaminantes, metemos millares de productos embalados en el mismo material que ya no nos proporcionan gratuitamente en la caja. Y un tercero de la propia cosecha y muy relacionado con el motivo del chiste que comentamos: rompérsele la boca a uno hablando de lo que la sociedad ha de hacer por los inmigrantes, para acordarse de lo sucios e indeseables que son cuando se trata de alquilarles uno un piso de la propia propiedad.
 
            Existe una segunda lectura menos evidente, pero no menos sutil a mi entender. Trátase de la incoherencia existente entre lo que uno visualiza en el colectivo, el de los inmigrantes en este caso, deleznable, indeseable, culpable de todos nuestros males... y lo que visualiza en cambio en cada una de las personas que lo componen: mi asistenta en este caso, una chica estupenda, digna de todo mi aprecio y necesitada de toda mi ayuda. Olvidando, en definitiva, que aquél solo tiene sentido en éste, y que lo verdaderamente importante son las personas y no las categorizaciones que de ellas podamos hacer. Que aquél en definitiva es sólo creación de nuestro intelecto, pero que el que realmente existe, más allá de cualquier creación que pueda realizar nuestro intelecto, es éste.
 
            Un ejemplo lo ilustra magníficamente: dicen que Hitler nunca visitó uno de los campos de concentración en los que se hacinaban, y más que hacinarse, se exterminaban millones de judíos y otros “parásitos” de la sociedad, por miedo a enternecerse y a tener que reconocer que estaba cometiendo una verdadera barbaridad. Se me ocurre un segundo ejemplo, de gravedad indiscutiblemente menor, pero no por ello menos ilustrativo, sin necesidad de abandonar nuestra querida España: a lo mejor habría que enseñar a ZP lo que algunas mujeres son capaces de hacer con algunos hombres, para hacerle vomitar ante su ley de violencia de género, la cual ha categorizado a un colectivo, el de las mujeres en este caso, como las buenas por definición, y a otro diferente, el de los hombres en este caso, en los malos por definición, negándose a visualizar los casos individuales, que son, en realidad, los únicos que existen.
 
 
 
 
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