Viernes, 29 de marzo de 2024

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De Juan Pablo II en la hora del muro de Berlín (y 3)

por Luis Antequera


            Por elucubrar, los autores han incluso aventurado el momento preciso en el que el compromiso del Papa con la causa anti-comunista da un paso al frente y pasa del mero respaldo espiritual, a una alianza estratégica, concertada nada menos que con el gran poder temporal de la Tierra, los Estados Unidos. En esa línea, Felipe Sahagún escribe:
 
            “De ser ciertos los datos recogidos por Carl Bernstein, primero en Time (1992) y luego en un libro (1996), la gran conspiración Reagan-Juan Pablo II contra el comunismo [...] se empezó a tejer el mismo día de la victoria de Reagan, en noviembre del 80 [...] y se concretó en un pacto en la visita de Reagan al Vaticano el 7 de junio de 1982”
 
            Se refiere el periodista español especializado en relaciones internacionales, al libro de Carl Bernstein, uno de los dos periodistas que destapara en su día el asunto Watergate, titulado “Su Santidad Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo”, del que extractamos esta reseña:
 
            “El premio Pullitzer Carl Bernstein y Marco Politi, decano de los periodistas vaticanos, combinan su habilidad sustancial para mostrar cómo el Kremlin se afanó en vano para combatir el alarmante poder e influencia que el Papa Juan Pablo II tenía en Europa del Este. El Papa se había convertido en la inspiración y protección del sindicato Solidaridad y tras una reunión en Roma con el entonces Presidente Ronald Reagan, la pareja comprometió los bastos recursos de dos superpotencias, la una espiritual, la otra estratégica, en procurar la caída del comunismo”
 
            Todo lo cual concuerda bastante bien con los testimonios que sobre los hechos narran los que fueron sus principales protagonistas. Así Lech Walesa, presidente que fue de Polonia entre los años 1990 y 1995, brazo ejecutor del Papa según hemos visto, quien ayer mismo, declaraba en Berlín:
 
            “La verdad es que un 50% de la caída del muro corresponde a Juan Pablo II, un 30% a Solidaridad y Lech Walesa y sólo el 20% al resto del mundo”.
 
            O el propio Gorbachov, que, por cierto, lo primero que hace una vez producido el derribo del muro de Berlín es rendir visita al Papa, la primera que realiza un secretario general del PCUS a un Pontífice, cosa que acontece el 1 de diciembre de 1989, y a quien pertenecen estas palabras:
 
            “Podemos decir que todo lo que ha ocurrido en Europa Oriental no habría sucedido sin la presencia de este Papa, sin el gran papel, también político, que ha sabido jugar en la escena mundial. Más allá de lo que nosotros hayamos podido hacer en mi país, yo sigo convencido de la trascendental importancia de este Papa en estos años”. (La Razón, 3 de abril de 2005).
 
            Por todo lo cual, no es casual que un buen día 13 de mayo de 1981, pocos años antes de que se produjera el total colapso del sistema comunista europeo, cuando en alguna cancillería europea del Este aún se pensaba que las cosas podían enmendarse, tuviera lugar el atentado que a punto estuvo de acabar con la vida del Papa, perpetrado por un extraño personaje de nombre Alí Agca, y del que un joven Joaquín Navarro-Valls ignorante aún de los altos designios a los que estaba llamado –poco después sería nombrado portavoz del Vaticano-, escribía lo siguiente:
 
            “La hipótesis general es que los servicios secretos búlgaros inspiraron el atentado contra Juan Pablo II encargando su realización a un grupo extremista turco con antecedentes de asesinato, tráfico de estupefacientes y armas y de militancia política de extrema derecha. Posiblemente no se encontrarán nunca las pruebas evidentes de esta conjura. Pero los hechos ya conocidos son suficientes para confirmarla”.
 
            Estas son algunas de las pruebas. Aunque existen naturalmente muchas más, creo que con éstas basta para atestiguar el protagonismo que en los importantes eventos de la década de los ochenta cupo al entonces Obispo de Roma y Papa de la cristiandad, Juan Pablo II, Carol Woytila, de nación polaca. Unos eventos que, por lo menos, habrían hecho entender al gran dictador de la Historia que fue Stalin, de haber vivido aún, de qué armamento disponían las divisiones que mandaba el Papa.




 
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