Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

De homosexuales y divorciados vueltos a casar


Las nuevas parejas no se casan ya, la inmensa mayoría de ellas, ni por lo civil. Muchísimo menos por la Iglesia. Simplemente se "ajuntan" y ya está. O se montan ceremonias esotéricas diseñadas por los propios novios, donde todo es ficticio, fantasioso.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Sigo con sumo interés los preparativos y debates en torno a la familia, objeto del próximo sínodo. La familia es un tema que me llega al alma. Toda nuestra vida, la de mi difunta esposa y la mía, ha estado totalmente volcada en nuestra familia, no por obligación, sino por vocación. Incluso aparqué mi inclinación literaria para centrarme únicamente en la profesión y en la familia.

Leo datos y opiniones de algunos padres sinodales y me hago un lío. Por ejemplo, ese interés en atraerse a la tropa del arco iris, cuyos usos y costumbres difícilmente pueden encajar en la ortodoxia de la Iglesia. Sodoma y Gomorra ya fueron destruidas por el fuego de Yahvé. Además a ellos, con las excepciones que se quieran, les importan un pito los guiños de la Iglesia. Ellos están en otra cosa: en la imposición de la dictadura gay a toda la sociedad y en conseguir privilegios y tratos de favor por ser lo que son.

En cuanto a la comunión de los divorciados vueltos a casar, ¿qué quieren que les diga? Doctores tiene la Iglesia, sólo que no es, pienso yo, el problema más urgente y clamoroso que tiene ahora la barca de Pedro. Cierto que hay casos muy lastimosos. Personalmente conozco alguno, todos conocemos algunos, que bien podrían ser dispensados de su situación irregular, porque se trata de personas que tuvieron una mala experiencia en su primer matrimonio, pero ahora, en su nueva situación, observan un comportamiento irreprochable y hasta ejemplar. Es el debate entre la misericordia y la solidez de la doctrina de siempre.

De todas maneras, a mi modesto entender, no es el asunto principal que afecta al matrimonio canónico, aunque los incursos en la situación eclesialmente irregular sufran por ello porque se ven marginados dentro de la Iglesia, pero la doctrina es la que es y no sé si puede ser alterada. Repito: doctores tiene la Iglesia.

Ese tema, sin embargo, lleva camino de ser rebasado rápidamente por los nuevos usos que se están imponiendo de manera acelerada en nuestro país. Quizás también en otros. Lo que ahora ocurre es que las nuevas parejas no se casan ya, la inmensa mayoría de ellas, ni por lo civil. Muchísimo menos por la Iglesia. Simplemente se “ajuntan” y ya está. O se montan ceremonias esotéricas, diseñadas por los propios novios y sus amigotes, que hacen lecturas rarísimas, donde todo parece que es de verdad, la novia vestida de blanco según la última moda nupcial -eso que no falte-, los mocitos con trajes oscuros y pajarita, ellas como si se tratara de un desfile de modelitos del no va más, tan trasparentes y parcos de hechuras que quedan en permanente exposición. O sea, como si fuera de verdad, pero todo es ficticio, fantasioso. Sólo es verídico el traje de la novia para la foto y la cuchipanda. Eso sí, hacen como que se casan, en muchísimo casos después convivir quizás años en su pisito particular. Es decir, “matrimonios” a cala y cata, como los melones de Villaconejos.

En fin, jóvenes “valerosos” que no dan el paso realmente definitivo por si el experimento sale mal. ¿Y cómo va a salir bien, digo yo, si se unen con esa reserva mental o ese miedo que les paraliza la entrega recíproca y total del uno al otro y viceversa? Una generación víctima de los predicadores del relativismo, de esos que dicen que nada es para toda la vida, que todo es interino y efímero, coyuntural, como si el matrimonio fuera cosa de quita y pon.

Ese es el gran problema que tenemos planteado ahora en la Iglesia, y no el que los “viejos” divorciados y vueltos a casar puede acceder o no al sacramento de la Eucaristía. Tema doloroso para los concernidos, sin duda, pero casi obsoleto, propio de una generación que camina hacia la extinción.

Y ahora pregunto, ¿qué hemos hecho mal para ahuyentar de la Iglesia y la fe a esas oleadas de jóvenes a partir de los años ochenta, y que ahora ya es una deserción casi completa de las nuevas generaciones? Tras el Concilio, durante el pontificado de Pablo VI, los jesuitas encabezaron la “cruzada” contra el asociacionismo juvenil católico, destruyendo todos sus centros. Desde entonces los padres nos quedamos sin lugares en los que confiar a nuestros hijos. Sólo nos quedaban los scouts, pero estos se han ido secularizando de tal modo que en ellos no queda ni las raspas de cualquier referencia religiosa. Sospecho que ni en los scouts católicos.

Las universidades y colegios católicos se han prodigado por todas partes, pero ¿dónde están sus resultados pastorales? ¿Sirven de algo las Jornadas Mundiales de la Juventud? ¿Dejan algún poso allí donde se celebran? En España, pese a su gran participación y esplendor, no dejaron ninguno. Al menos ninguno que se haya hecho notar. La mayoría de las parroquias, ¿hacen algo efectivo para atraerse a los jóvenes? O, convencidas de que ya nada puede hacerse con ellos, ¿han tirado la toalla? Sin embargo, en un punto debo insistir, guste o no a quien sea: la pastoral de mera conservación es un suicidio, porque, al espantar a los jóvenes, pone fecha de caducidad a la parroquia, por envejecimiento.
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