Miércoles, 24 de abril de 2024

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De esos dichos populares procedentes del Evangelio y uno sin saberlo (9)

por En cuerpo y alma

  
            Que el lenguaje diario está lleno de modismos procedentes del Evangelio es algo en lo que ya hemos tenido ocasión de entrar en esta columna con una serie de entregas (pinche en cada una de ellas si quiere ver la primera, la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima, o la octava). Pues bien, vamos ya con la novena de la serie, y con ella, el análisis de otras dos expresiones evangélicas de nuestra vida cotidiana.
 
 
Quien a hierro mata a hierro muere
 
            Expresión utilizada en el lenguaje coloquial para expresar que el que se permite disponer de la vida de los demás, debe saber que en cualquier momento pone en riesgo la propia. Desde un punto de vista más amplio se utiliza también para significar que todo aquél mal que uno está dispuesto a infligir a sus semejantes le puede ser infligido a él y no tendrá motivo de queja. Desde este punto de vista registra una moraleja muy similar a la del refrán que tengo para mí inglés aunque cada vez se utilice más en español: “to taste of your own medicine” “probar de la propia medicina” (que se administra a los demás)
 
            Pues bien, en el Evangelio la frase la recoge Mateo, como hemos dicho el más díctico de los evangelios, y nada más que él, en un episodio, el de la defensa a espada de la persona de Jesús por parte de Pedro, que sin embargo, sí recogen los otros evangelistas, así, Lucas (Lc. 26, 47-53); así, Marcos (Mc. 14, 43-52), que sin embargo, no le atribuye el protagonismo de la acción a Pedro sino muy diplomáticamente a “uno de los presentes”; así, Juan (Jn. 18, 211). Dice Mateo:
 
            “En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces Jesús: «Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán” (Mt. 26, 51-52)
 
 
Antes (de) que cante un gallo
 
            La frase ha perdido parte del significado que tiene en los Evangelios, ya que se utiliza hoy para designar algo que debe ser hecho en un plazo muy breve de tiempo, lo que sin embargo, no significa en modo alguno que halle su precedente por antonomasia en ellos, donde describe, por el contrario, el suceso que ocurrirá después de aquél del que depende, suceso que, como es bien sabido, no es otro que las tres veces que Pedro reniega de Jesús.
 
            Las negaciones de Pedro las recogen los cuatro evangelistas (Mt. 26, 69-75; Mc. 14, 66-72; Lc. 22, 54-62) , por lo que elegimos aquí a uno con el que no vamos a contar tan a menudo en esta sección, Juan:
 
            “Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?» Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde.» Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti.» Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces.» (Jn. 13, 36-38)
 
            Completado más adelante:
 
            “Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. […] La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?» Dice él: «No lo soy.» Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. […] Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?» Él lo negó diciendo: «No lo soy.» Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con él?» Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo” (Jn. 18, 15-27).
 
            Como curiosidad, en Marcos, antes de que Pedro niegue a Jesús por tercera vez el gallo no canta una vez, sino dos, (Mc. 14, 30). En Lucas el episodio adquiere una carga especialmente dramática, pues el tercero de los evangelistas señala un detalle que omiten sus colegas en el oficio: El Señor se volvió y miró a Pedro” (Lc. 22, 61).
 
 
            ©L.A.
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