Viernes, 19 de abril de 2024

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De ese bien moral llamado "unidad nacional" y de lo que puede pasar en Cataluña

por En cuerpo y alma

 
            ...como con toda valentía y gran sentido de la oportunidad ha declarado el Cardenal Cañizares convocando a la oración por ella y explicando cómo por constituír un verdadero bien moral, es susceptible del interés y de la defensa no sólo por parte de la Iglesia, sino también de todos cuanto somos copropietarios de dicho patrimonio.
 
            Cañizares no lo ha dicho y no tiene por qué estar de acuerdo con lo que voy a afirmar, ni siquiera lo pretendo, pero a lo mejor era el momento indicado de reconocer que lo ocurrido es el único desenlace posible del nefasto estado de las autonomías concebido por “los sabios constituyentes” del 78. Diría incluso que el mismo ha tardado mucho en producirse, porque el esquema constitucional que ningún país del mundo nos ha querido copiar (y no será porque no se haya intentado por lo menos en dos que nos son muy cercanos) no tiene otro posible. A los efectos, no deja de resultar no sólo paradójico sino hasta cómico que el sistema se concibiera para contentar a una región determinada y que ahora, separada esa región si es que lo hiciera, nos deje a los demás “el engendro”. De lo que sí estoy seguro es de que si “esa” región efectivamente consuma su secesión y se convierte en un estado independiente, pasará a engrosar el de los que ni de broma nos copia el sistemita de marras.
 
            ¿Soluciones? Incluso ahora, tan tarde ya, serían posibles, siempre, eso sí, que concurrieran dos premisas absolutamente imprescindibles, en el bien entendido de que si no se dan las dos, de nada valdrá que se dé sólo una de ellas: primero, una decisión valiente desde el Gobierno; y segundo, un apoyo leal y desinteresado desde la oposición. La primera me parece improbable; la segunda, sencillamente inimaginable. Por desgracia, en España la derecha es cobarde y la izquierda desleal, de un antipatriotismo sin precedentes en el mundo y en la historia que no sólo le permite no alimentar el menor afecto hacia la patria, sino hasta alardear de ese su desafecto, un fenómeno que aún no ha sido suficientemente analizado y para el que aunque atisbo explicaciones parciales, no hallo la definitiva.
 
            ¿Qué quiere todo ello decir? Quiere decir que en estos momentos, España está a merced de los compinches de Artur Mas. Se llegará tan lejos como ellos estimen oportuno. Si tengo que hacer un vaticinio, diría que, a pesar de lo afirmado por ellos ayer, lo más probable no me parece una declaración taxativa y concreta de independencia, la cual obligaría a todos los agentes internacionales a posicionarse de acuerdo con lo que ya han expresado (salida de la UE, abandono del euro, deslocalización de empresas, ¡hasta el estado español tendría que hacer algo!), sino que se vayan adoptando, eso sí, con celeridad y firmeza, los pasos que hagan que la legislación española en Cataluña devenga invisible, etérea, intangible, algo que, por cierto, no es nada nuevo y viene ocurriendo desde hace ya excesivo tiempo: que en Cataluña los niños no puedan educarse en español o que los comerciantes sean multados por rotular en la que es la lengua materna de la casi totalidad de los catalanes, así como el referendum que, diga lo que diga Rajoy, efectivamente se produjo, es, además de absurdo, buena muestra (no las únicas, por desgracia) de que el estado español es inoperante, inexistente, en Cataluña, desde hace ya demasiado tiempo. Los últimos pasos de ese proceso de secesión “indoloro” deberían ser la retirada de la Guardia Civil y del Ejército, algo que, como el propio Mas ha declarado, se producirá un buen día “por aburrimiento”. El hecho ni siquiera sería nuevo en la historia de España: cuando a partir de 1810 se produjo la independencia de los territorios americanos, España tardó más de veinte años en reconocerla, años en los que el Gobierno español continuó legislando como si nada hubiera pasado en las entrañables provincias de ultramar.
 
            ¿Consecuencias del proceso? De todos conocidas: mucha inestabilidad, pobreza, odio, enfrentamiento, tanto como se está diciendo y hasta más, pero con toda seguridad, más en Cataluña que en lo que quede de España. A los efectos, también existe el precedente, que no es otro que la secesión cubana de 1898: para España representó un pesimismo insuperable y probablemente insuperado, si bien, económicamente hablando, la repatriación de importantes capitales y el desarrollo de nuevas industrias y actividades terminó representando hasta crecimiento y bonanza. Mientras que para Cuba, hasta entonces la provincia más rica de España (como antes de que se enseñoreara de ella el nacionalismo lo era también Cataluña), no sólo representó pobreza sino, lo que es más paradójico, una mayor sumisión. Sí, sumisión, aunque esta vez no a la amigable y lejana España, sino al insaciable vecino del norte que la convirtió en un prostíbulo para cerrar el cual fue necesario ni más ni menos que un envilecedor régimen de tipo soviético que es uno de los pocos que pervive tras la caída de la URSS hace ya más de un cuarto de siglo.
 
            Algunos españoles sucumben a la tentación de creer que con una hipotética secesión catalana la gangrena nacionalista pasaría a formar parte de nuestra historia, dejando de desangrar de una vez a España. Lamentablemente, nada más lejos de la realidad: la semilla ha sido echada en todo el territorio patrio, y hoy tenemos nacionalismo en todas las regiones españolas: más en cualquiera de ellas que el que había al morir Franco en esa misma Cataluña que hoy, cuarenta años después, inicia los pasos hacia una hipotética secesión. Y es que una Cataluña independiente no sería otra cosa que el foco desde el que se extendería inexorable a todas las regiones de España, y particularmente en las adyacentes a Cataluña (Aragón, Valencia y Baleares), la terrible infección del nacionalismo segregador. Y no sólo por una cuestión vocacional indudable en cualquier gobierno antiespañol como sería el catalán (¡lo es ya sin haberse declarado independiente!), sino porque abrumado por la miseria y por las funestas consecuencias de la secesión, más allá de la cansina e inacabable reivindicación nacionalista poco es lo que podría ofrecer a su electorado.
 
            Y bien amigos, esto es todo por hoy. Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana D. m., por aquí andaremos.
 
 
            Dedicado a mi gran amiga Pilarita, que me ha animado a poner negro sobre blanco estas apesadumbradas reflexiones.
 
 
 
            ©L.A.
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