Viernes, 29 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Documento: Felipe IV ya reconocía al obispo como «dueño legítimo» de la mezquita-catedral de Córdoba

Rafael Ruiz Córdoba / ABC

El Cristo de la Agonía en procesión en la catedral-mezquita de Córdoba
El Cristo de la Agonía en procesión en la catedral-mezquita de Córdoba
¿Existen documentos escritos que reconozcan a la Iglesia como legítima propietaria de la mezquita-catedral de Córdoba tras siglos de usar y custodiar el monumento?

Existen. Y solo hay que buscarlos, por ejemplo, en la sección Patronato Real de la Biblioteca del Palacio Real.

Constituyen, en realidad, todo un expediente de escritos notariales que reflejan una larga negociación entre el monarca Felipe IV, el Rey Planeta, y la Iglesia.

Los miembros del Cabildo Catedralicio lo tuvieron en vilo durante largos años hasta que consiguió el visto bueno para rehacer la Capilla Real en la que descansaron durante siglos los restos mortales de Fernando IV y Alfonso XI.

Una cédula es particular-mente releveladora. Se firmó en Madrid en 1659 por el Rey y está dirigida a don Juan de Góngora (familiar del poeta cordobés del Siglo de Oro), que era el Cristóbal Montoro de la época.

El monarca da instrucciones explíticas a su gestor sobre las obras del nuevo proyecto de la Capilla Real, largamente acariciado por la Corona para dar realce al lugar donde se encontraban los restos mortales de sus antecesores.

«El reverendo en Chirstosto padre y obispo de Córdova don Francisco de Alarcón, como dueño lexítimo de la fábrica de dicha iglesia me ha servido graciosamente con el sitio muy capaz en élla para mudar y trasladar a él la dicha mi capilla queque ha muchos años que yo y loss reyes mis predecesores lo hemos deseado efectuar para su mayor capacidad y decente colocación de los dicho cuerpos reales», escribió el monarca a don Juan de Góngora.

Le ordena que se cobre los 40.000 ducados que cuesta la obra para ejecutar el proyecto del arquitecto Gaspar de la Peña, autor del campanil de la torre.

Las negociaciones fueron un dolor para el monarca. Felipe IV tuvo que presentar hasta cuatro proyectos hasta que el Cabildo dio su visto bueno, explica el canónigo archivero, Manuel Nieto Cumplido. El primero de los proyectos ocupaba parcialmente el espacio donde se encuentra el Sagrario.

El Cabildo lo rechazó porque su realización habría significado la destrucción casi total de la ampliación de Almanzor, de finales del siglo X.

El segundo de los intentos era, directamente, edificar el «corral» de los naranjos. El proyecto no se vio mal del todo porque existían precedentes. La capilla de Fernando III el Santo en Sevilla o las dedicadas a los pontífices Sixto V y Paulo V de Santa María la Mayor, en Roma. El tercer proyecto rechazado ampliaba la Capilla Real originaria, terminada de edificar en 1371 por órdenes de Enrique II de Castilla. Básicamente, significaba una ampliación sobre la Capilla de Villaviciosa. El Cabildo rechazó el proyecto por entender que el daño iría «en gran menoscabo de la reputación del Reino».

Felipe IV hizo algo tan moderno como saltarse al Cabildo para negociar directamente con el obispo de Córdoba, Francisco de Alarcón, quien era sobrino de Sebastián de Covarrubias.

Y lo que recogen los documentos es una negociación en toda regla sobre espacios, cesiones y propiedad. La Iglesia negoció con uno de los hombres más poderosos de su tiempo durante más de dos décadas, desde 1637 a 1659. La Capilla Real nunca se reconstruyó por la ruina de la Corona salvando la originaria, mudéjar. Los Reyes fueron trasladadas a la cercana iglesia de San Hipólito. Como siempre fue el deseo de Alfonso XI, su fundador.

De la Iglesia desde la conquista en 1236
Los colectivos que defienden que la Iglesia ha usurpado la mezquita-catedral dicen que se trata de una propiedad pública que nunca ha dejado de serlo. Hay juristas que tienen otra opinión: es un bien de conquista de Fernando III el Santo, quien tomó Córdoba en 1236. Sostienen que esa parte del patrimonio era privada del príncipe, sobre la que tenía plena capacidad de disponer. Y la entregó a la Iglesia, que tomó posesión mediante una ceremonia mil veces descrita, con la escritura de una cruz sobre una capa de ceniza en el suelo. A efectos jurídicos, dicen, cuenta la posesión continuada y pacífica de un bien durante cientos de años.
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