Martes, 08 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Ya en el siglo XVI la Iglesia equiparaba sus derechos laborales

Mujeres y hombres, igualdad de condiciones y salarios en la construcción de la Basílica de San Pedro

Escena de El Tormento y el Éxtasis.
Una escena de «El tormento y el éxtasis» (1965) de Carol Reed, sobre la construcción y decoración de la Capilla Sixtina en el Vaticano. Charlton Heston interpreta a Miguel Ángel y Rex Harrison al Papa Julio II.

ReL

La igualdad entre hombres y mujeres presidió la práctica laboral en pleno corazón de la Iglesia, durante la construcción de la basílica de San Pedro. Lo muestra Sara Magister con un significativo ejemplo en un artículo de Il Timone (los ladillos son de ReL):

Fábrica de San Pedro: mujeres en la obra de construcción de la basílica. Igualdad de género en el siglo XVI

Que habría que sopesar algunos prejuicios relacionados con la condición de las mujeres en la Iglesia es algo que ya habían demostrado algunos ensayos del volumen Quando la Fabbrica costruì San Pietro [Cuando la Fábrica construyó San Pedro] (Il Formichiere, Foligno, 2016).

Pero este tema lo ha profundizado aún más el libro Le donne nel cantiere di San Pietro in Vaticano. Artiste, artigiane e imprenditrici dal XVI al XIX secolo [Mujeres en las obras de construcción de San Pedro en el Vaticano. Artistas, artesanas y empresarias desde el siglo XVI al siglo XIX]  que, a distancia de tres años, vale la pena analizar porque el golpe que le ha asestado a un cierto imaginario colectivo e historiográfico está muy lejos de ser asimilado.

Sin embargo, los hechos son los hechos y a la luz de los mismos cualquier otra teoría es estéril. Porque la historia que narran los ensayos incluidos en este libro, escritos por historiadores del arte, de la arquitectura y de la restauración, está basada en los documentos hallados en el Archivo de la Fábrica de San Pedro, situado en los meandros de los desvanes de la Basílica y del que son responsables Simona Turriziani y Assunta Di Sante, las expertas que han coordinado la edición de este libro.

Portada de Le donne nel cantiere.

El orden cronológico y temático adoptado en la investigación ya indica la continuidad en el tiempo de la contribución femenina a la construcción de la basílica, así como las diversas tareas desarrolladas.

Mismas exigencias, misma calidad, mismas retribuciones

Pero ¿cómo es posible que hubiera tantas mujeres activas en una obra, en unos siglos en los que, en otros lugares, el trabajo femenino no estaba tan difundido? El motivo lo encontramos en la política asistencial a largo plazo adoptada por la Fábrica de San Pedro desde su creación en 1506 que, además de plantear algunas dudas sobre la originalidad de las luchas sindicales modernas, superaba con mucho, por humanidad y retribución, las condiciones laborales contemporáneas de otros países occidentales.

De hecho, una serie de disposiciones específicas tutelaban la supervivencia del núcleo familiar del trabajador fallecido o herido, haciendo que sus hijos, o la esposa y las hijas, le sucedieran en sus tareas. Solo se exigía, como única condición, que se proporcionara la misma calidad de servicio y de producto que la persona a la que se sustituía. Esto significa que para la Fábrica era irrelevante si el nuevo trabajador era un hombre o una mujer, porque la diferencia la marcaba la calidad del trabajo, no el género. De hecho, ya entonces las mujeres en la obra de construcción de San Pedro gozaban de igualdad económica respecto a los hombres; en cambio, en otros países cobraban un 50% menos.

La primera e importante conclusión es esta: hace quinientos años, la igualdad de género en el trabajo por la que se lucha actualmente ya era habitual en el corazón de la Iglesia católica. Nada nuevo entonces, basta mirar al modelo del pasado.

Todo tipo de oficios

Y un modelo de modernidad son también las figuras de mujeres que emergen de estas historias, ejemplares por su tenacidad, audacia, espíritu empresarial, valentía y amor familiar. Empezando por las que habían heredado las tareas más duras y agotadoras de sus padres o maridos, como las "abastecedoras", que proporcionaban los ladrillos, el yeso, la cal, las maromas y los utensilios, o las "cocheras", que transportaban en carros las piedras y la madera para la construcción. También era fundamental el trabajo de las "pulidoras" de esmaltes que, con las manos heridas y endurecidas por el polvo, buscaban entre los cascotes de la antigua basílica las teselas de los mosaicos para reutilizarlas en los nuevos encargos. No debía tener miedo en absoluto la "vidriera" Giovanna Jafrate, capaz de proporcionar las vidrieras de la Basílica y coordinar su montaje a alturas vertiginosas.

Otras mujeres, en cambio, se habían ganado su puesto de trabajo ganando el concurso de licitación, o bien venciendo a una competencia feroz a fin de poder conservar la licencia de sus padres. Es el caso de las hermanas Palombi, "rejeras" a cuyas órdenes trabajaban varios maestros herreros, todos hombres naturalmente. O la "impresora" Paola Blado, de cuya tipografía salían todos los documentos oficiales de la Fábrica y la Cámara Apostólica. O la talladora Lucia Barbarossa, activa tanto en la Basílica como en los lujosos palacios de las familias romanas, como los Borghese o los Colonna. Mientras tanto, a la "cristalera y fabricante de esmaltes" Vittoria Pericoli fundía en su empresa las placas de vidrio de colores para los mosaicos, que una severa comisión que tenía que valorar su calidad juzgó como perfectas.

Por último, es emblemático y casi icónico el caso de la celebérrima talladora de lapislázuli Francesca Bresciani, que colaboró con Bernini en la realización del Tabernáculo de la Capilla del Santísimo Sacramento y que negoció con il Cavaliere la retribución más apropiada en razón de su competencia.

Solo nos faltan los rostros de estas mujeres, pero esta es la idea de una portada diseñada ad hoc y el inicio de cada ensayo, con maravillosos detalles fotográficos de las Virtudes de los monumentos sepulcrales de los Papas que hay en la Basílica. Nunca hubo una solución más acorde para evocar la presencia de unas mujeres que fueron realmente virtuosas.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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