Jueves, 28 de marzo de 2024

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Cuando la tempestad azota la Iglesia...

Cuando la tempestad azota la Iglesia...

por La divina proporción


Oramos en el templo de Dios cuando oramos en la paz de la Iglesia, en la unidad del Cuerpo de Cristo, porque el Cuerpo de Cristo está constituido por la multitud de creyentes repartidos por toda la tierra... Para ser escuchado es en este templo que se debe orar «en espíritu y en verdad» (Jn 4,23), y no en el Templo material de Jerusalén. Éste no era más que la «sombra de lo venidero» (Col 2,17), por eso quedó hecho una ruina. Este templo que cayó no podía ser la casa de oración de la que se había dicho: «Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos» (Mc 11,17; Is 56,7). 

¿Es que, en realidad, los que quisieron hacer de ella «una cueva de bandidos» fueron la causa de su caída? De la misma manera que los que en la Iglesia llevan una vida desordenada, los que, tanto como pueden, buscan hacer de la casa de Dios una cueva de bandidos, éstos no van a derrumbar ese templo. Tiempo vendrá en que serán echados fuera con el látigo de sus pecados. Esta asamblea de fieles, templo de Dios y Cuerpo de Cristo, no tiene sino una sola voz y canta como un solo hombre. Si queremos, esta voz es la nuestra; si queremos, al oír cantar, cantamos también en nuestro corazón.  (San Agustín, Sermón sobre el salmo 130, 3) 

Reflexionaba sobre este texto y sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo sometida a bandidos y tempestades. Dentro de la reflexión tuve la intuición de la existencia de un elemento en nuestro cuerpo que rara vez se buscamos en la Iglesia: el tejido conjuntivo. 

El tejido conjuntivo es el encargado de unir y dar soporte a todos los órganos y sistemas que, unidos, conforman nuestro cuerpo. Sin el tejido conjuntivo nos separaríamos en trozos inconexos e independientes. Perderíamos la unidad de nuestra corporeidad. ¿Qué es tejido conjuntivo en la Iglesia? ¿Le damos la importancia que tiene? Los bandidos atacan a la Iglesia de muchas formas, pero una de las más efectivas es atacando lo que nos une y nos da sentido. 

Se me ocurren tres niveles en el tejido conjuntivo de la Iglesia, correspondientes a las tres virtudes teologales. ¿Por qué las veo como elementos conjuntivos? Porque estas virtudes da consistencia a la Iglesia cuando están presentes por todos los que la conformamos. 

  • La Esperanza, que es el que nos da vida eclesial.

  • La Fe, simbolizada a través del Credo, nos da consistencia y coherencia.

  • La Caridad, que nos permite unirnos entre nosotros y proyectar esa unión a los demás. 

Tal como indica San Agustín, existen bandidos que se aprovechan de la Iglesia para su beneficio personal. Para estas personas, el tejido conjuntivo es un enemigo a batir ¿Cómo atacan al tejido conjuntivo? 

  • Atacan la Esperanza, cerrando el acceso al Espíritu. Inyectan desánimo, desafección, desconfianza, utilizan la Iglesia para los fines y perversiones personales.

  • Atacan a la Fe debilitándola con dudas o interpretaciones alternativas de las verdades de que nos permiten caminar unidos.

  • Atacan Caridad eclesial allá donde se puede manifestar. Desde la Caridad que nos permite perdonar y corregir a nuestros hermanos, hasta la Caridad que permite dar a quien no tiene. 

Estamos en un tiempo en que los bandidos aparecen en la prensa como ejemplo de quienes componemos la Iglesia y así amplificar el efecto destructor de los mismos bandidos. El bandido que es cazado, presta su último servicio siendo utilizado por la prensa como paradigma del creyente. 

Pero no deja de ser verdad que no cuidamos el tejido conjuntivo del Cuerpo de Cristo como debiéramos. Si no fuera por el Espíritu, seguramente que hace siglos que hubiéramos desaparecido. Pero el Espíritu suple nuestra dejadez y hace que la Barca de Pedro siga adelante en medio de la tempestad y atacada por cientos de bandidos. Cuando creemos que vamos a naufragar, siempre se levanta Cristo y ordena calma a los vientos. Entonces nos dice «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis Fe?»(Mc 4,40) 

¿Por qué tenemos miedo? Porque ignoramos. Porque nos falta la Luz. Pensemos en el ciego que Cristo curó de camino a Jericó. San Gregorio Magno nos habla de este ciego de manera muy especial: 

Y es precisamente la humanidad la que queda representada por este ciego sentado al borde del camino y mendigando, porque la Verdad dice de ella misma: «Yo soy el camino» (Jn 14,6). El que no conoce el resplandor de la luz eterna, ciertamente es ciego, pero si comienza a creer en el Redentor, entonces «está sentado al borde del camino». Si creyendo en él, descuida de pedir el don de la luz eterna, si rechaza pedírselo, permanece al borde del camino; y no se cree necesitado de pedir. Que todo el que reconoce que las tinieblas hacen de él un ciego, que todo el que comprende que le falta la luz eterna, clame del fondo de su corazón, con todo su espíritu: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí»  (San Gregorio Magno, homilía Nº 2 sobre el Evangelio) 

Cuando las tinieblas y tempestad azotan a la Iglesia, no dudemos que Cristo está con nosotros. Sólo si nos reconocemos necesitados de la unidad podremos estar al borde de la Barca, intentando despertar al Señor. Si nos creemos autosuficientes, perderemos el Camino, la Barca y toda Esperanza. Pero si el miedo nos atenaza, oremos con humildad como el ciego: «Jesús, hijo de David, ten compasión de mí»
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