Viernes, 29 de marzo de 2024

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Contradicciones de la Teología de la Liberación

Contradicciones de la Teología de la Liberación

por Duc in altum!

 El regreso de la Teología de la Liberación a los medios de comunicación, no significa en absoluto que los católicos debamos asimilarla como la línea o, en su caso, el programa a seguir. De hecho, nos corresponde ser críticos y, desde ahí, darnos cuenta de las diferentes contradicciones de una lectura teológica que le da mayor importancia a la sociología que al Evangelio. A continuación, veremos algunos puntos que nos dejan ver cómo -en la praxis- se trata de una teoría de los pobres o de la pobreza desconectada del ser y quehacer de la Iglesia en el mundo.

Tono dogmático:

El común denominador de la mayoría de los teólogos de la liberación, es que se oponen a cualquier enunciado que sugiera algún dogma de la Iglesia. Para ellos, el magisterio es un sistema opresor, incapaz de transmitir humanidad y calidez. Por esta razón, se sienten con la autoridad de interpretar y enseñar lo que les parece más apropiado a su particular punto de vista. Eso sí, lo hacen desde la misma posición dogmática que dicen rechazar. Cuando un sacerdote, religioso, religiosa o laico se atreve a cuestionarlos, caen justo en lo que critican, pues reaccionan a partir de la intolerancia: “ustedes están mal, son anacrónicos, mientras que nosotros estamos en lo correcto”. En algunos casos, mueven a todos sus contactos para censurar, bloquear o desplazar al que ha osado ponerlos en su lugar. En otras palabras, rechazan el supuesto autoritarismo eclesial, mientras hacen de su teología nada más y nada menos que un dogma en todo el sentido de la palabra, aunque evidentemente no lo sea.

Liberación y esclavitud psicológica:

Se supone que el objetivo es liberar al pobre del yugo de la miseria; sin embargo, para poder progresar hay que dejar de sentirse menos; liberarse de esa ideología –según la cual- una persona de escasos recursos está condenada a vivir para siempre en la pobreza, pero lo cierto es que la teología antes citada, se centra en la lucha de clases, instando al odio y al resentimiento social, lo que esclaviza psicológicamente a los pobres, pues se les involucra con una postura ideológica que –en lugar de promover la solidaridad- los engaña, diciéndoles: “todo es culpa de los empresarios”, en lugar de: “cuentas conmigo, yo te daré las herramientas para que puedas crecer, pero antes debes saber que ¡tú eres capaz de ser alguien en la vida!”. Es necesario liberar a las mentes cansadas y oprimidas por las injusticias, pero fomentando el odio y la ruptura no hay inclusión posible. De ahí que los verbos “liberar” y “esclavizar”, sean un ejemplo de antónimos; es decir, palabras que expresan una idea opuesta.

Evangelio sin evangelización:

Para justificarse, argumentan que su posición parte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 312); sin embargo, cuando alguien –además de brindar asistencia social- promueve el Evangelio en las periferias, trayendo como consecuencia la conversión de uno o varios miembros de la comunidad, se le acusa de querer colonizarlos, lo que nos muestra una nueva inconsistencia, pues la naturaleza de la Iglesia es profundamente misionera[1]. Por una parte, se dicen abiertos a la Palabra de Dios y –por la otra- consideran que no es apropiado presentar la opción que ofrece la vida de la Iglesia. Esto se entendería si se tratara de un misionero que se valiera de las armas para convertir; sin embargo, estamos hablando de una pastoral sana, lejana de todo conflicto o imposición y de todas formas surgen las descalificaciones, poniéndole un freno a la causa de la evangelización. Dicho de otra manera, hacen que la Iglesia pierda su identidad, convirtiéndose –como diría el Papa Francisco- en una ONG. La fe cristiana nunca ha estado fundada en una actividad filantrópica, sino en la necesidad de comunicar la verdad, provocando el despertar de las conciencias y, con ello, un compromiso a favor de los excluidos. Cuando el rumbo deja de ser cristocéntrico, se da un desajuste a gran escala, eliminando el papel de la contemplación que se encarga de sostener y orientar las acciones encaminadas a poner en práctica lo que dice el Evangelio.

Primavera imaginaria:

Irónicamente, la teología que es considerada como la más cercana a las inquietudes de los jóvenes, les resulta totalmente lejana y, por lo mismo, extraña. En su mayoría, nunca han oído hablar del P. Jon Sobrino S.J., mientras que del Papa Francisco sí. Los que se han dado la oportunidad de investigar y estudiar las fuentes del Concilio Vaticano II, difícilmente se dejarán interpelar por un grupo de teólogos que se han consagrado a un programa social, en lugar de leer la realidad a partir de la perspectiva de Jesús, quien rechazó hacer de su mensaje una propuesta de carácter ideológico. Sin negar que la Iglesia necesita seguir renovando sus formas en clave de cercanía y transparencia, es un hecho que posee un mayor poder de convocatoria que los conferencistas identificados con la Teología de la Liberación, ya que estos últimos no se ocupan de la conversión interior, de la reconciliación entre Dios y el ser humano. Al contrario, quieren imponer el marxismo,  insertándolo en todas las dimensiones eclesiales desde dentro.

Una respuesta equivocada:

Mientras afirman respetar la fe de los pueblos, en realidad la van diluyendo, hasta desarmarla por completo, causando el escándalo de las personas que nunca han leído un libro de teología y que -en medio de tantos dimes y diretes- ya no saben cuál es la verdadera identidad de sus convicciones católicas. De hecho, el deterioro de la liturgia, se debe a una respuesta equivocada, incapaz de ir al fondo de la cuestión. Para los progresistas, la clave está en reducir al mínimo las expresiones litúrgicas, cuando –en realidad- facilitan el encuentro con Dios, la conciencia del misterio que se está celebrando. Los sacerdotes que hacen ideología con la teología, piensan que con dejar de utilizar la casulla, el pobre es mejor acogido, aunque lo cierto es que tal gesto no le quita el hambre o le brinda la posibilidad de ir a la escuela. Es decir, confunden peras con manzanas. Se puede celebrar la Misa dignamente y, al mismo tiempo, impulsar una bolsa de trabajo que beneficie a las zonas marginadas; sin embargo, para muchos, la clave está en desacralizar la misión de la Iglesia, promoviendo ceremonias alternativas y, a veces, tan excéntricas como vulgares. Tomando en cuenta que “no sólo de pan vive el hombre” (Lc. 4,4), hay que reconocer que la liturgia –ampliamente recomendada por el Concilio Vaticano II- alimenta y orienta su vida espiritual, favoreciendo un crecimiento de tipo integral.

Confusión en las expresiones:

El lenguaje supuestamente liberador, es muy particular, único en su tipo. Por ejemplo, cuando se habla de la “opción por los pobres”. A decir verdad, se trata de una frase equivocada, pues –para el Evangelio- los marginados no son una opción que se pueda aceptar o rechazar, sino un deber concreto. Es más, aún antes de que existiera la Teología de la Liberación, la Iglesia ya lo tenía claro. De otra manera, no hubieran surgido figuras tan identificadas con la caridad, como San Vicente de Paúl (15811660). Lo mismo sucede cuando cambian el contexto de la palabra “pueblo”, cuyo significado original hace referencia a la comunidad eclesial que se reúne para celebrar la Eucaristía, mientras que –para ellos- adquiere un sentido sociopolítico. Si bien es cierto que la sociología y las ciencias políticas resultan necesarias para comprender la realidad de cada lugar, no se les puede sobrevalorar, haciendo que Cristo pase a un segundo plano. De ahí que sea necesario precisar el lenguaje empleado.

 Acabar con las instituciones:

Un teólogo que siga la línea que hemos estado reflexionando, fácilmente criticará a las religiosas encargadas de un colegio de renombre; siempre y cuando, no lo necesite para dar una de sus charlas. En el fondo, pretenden dejar a la Iglesia sin instituciones para poderla manejar a su antojo. Nadie discute la necesidad de contar con una estructura que esté al servicio de la misión y no al revés; sin embargo, la clave no consiste en eliminar la presencia de la Iglesia en los colegios, centros de espiritualidad, hospitales y universidades, sino en saber trabajar por una gestión limpia, congruente. La Iglesia es una comunidad organizada, pues -de otra manera- su tarea evangelizadora sería muy limitada, incluso perdería independencia y, por lo mismo, caería en malas manos.  Rechazar su dimensión jerárquica, es como remar en diferentes direcciones, dando vueltas en círculo, sin que haya posibilidad de mantener el rumbo. Se necesita autoridad, diálogo, apertura y coordinación.

Conclusión:

Contamos con la Doctrina Social de la Iglesia (DSI); misma que ha sido enriquecida por los aportes de los Papas que van desde S.S. León XIII hasta S.S. Francisco. Por lo tanto, no tenemos que caer en la confusión y trastornar el sentido de la fe en la vida de los pueblos, ciudades y naciones. Al fin y al cabo, los puntos válidos de la Teología de la Liberación han sido tomados del milenario magisterio eclesial. Nunca habrá contradicción entre el sentido de pertenencia a la Iglesia y el trabajo a favor de los más débiles, pues se trata de un todo que –por ningún motivo- debe caer en el juego ideológico. La verdad que Jesús nos enseñó está por encima de cualquier categoría o clasificación. Seamos críticos y autocríticos, pero siempre dentro del sentir eclesial, en el que Dios se ha revelado.


[1] Cf. Decreto Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia. Elaborado por el Papa Pablo VI, 7 de diciembre de 1965.

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